martes, octubre 19, 2010

EL CUADERNO ESCONDIDO. 05. UNA CALLE Y UN BALCÓN (Leyendo a Pablo Neruda)


La calle era estrecha y sinuosa. Los balcones, en primavera, se tornaban un estallido de fragancia y color por las macetas que delicadamente regaban suaves manos femeninas. Apenas era mediodía cuando el joven, de tan solo quince años, pasó por allí. Fue entonces cuando, en uno de esos balcones, se produjo el milagro. Una joven —tendría su misma edad o tal vez uno o dos años menos—, apareció orlada por el aroma y el cromatismo de las flores, mostrando el brillo de sus ojos negros y los blancos dientes que quedaban al descubierto gracias a la risa franca que iluminaba su cara.
Nuestro joven no imaginaba qué pudo haber provocado aquella risa; posiblemente, alguien a quien no se podía ver le había dicho algo desde dentro. Sintió en aquel momento que nunca hubo risa igual, que solamente los ángeles podían reír de aquella manera. Allí se quedó, prendado de su figura, pero, sobre todo, prendado de una risa que hizo alterarse los latidos de su corazón.
Luego de un instante, la joven reparó en que allí abajo, en la calle, parado, si no paralizado, estaba él mirándola y su rostro recuperó de inmediato la seriedad. Le dirigió una breve y displicente mirada y desapareció del balcón. Él permanecería en el mismo lugar un largo espacio de tiempo, pero ella no volvió a salir.
Entonces decidió que todos los días recorrería aquella calle y que se detendría bajo el mismo balcón con la esperanza de gozar de nuevo de la celestial visión. Confiaba en ver otra vez su pelo negro azabache, el suave destello de sus ojos, la aceitunada tersura de su piel. Pero, sobre todo, pasaría por allí todos los días deseando disfrutar el tesoro de su risa.
Indagó en la vecindad para saber quién era y cuál pudiera ser su nombre. Nunca llegaría a saberlo, pero en su interior decidió que habría de llamarse María. Su pecho latía con solo imaginar que ella podía salir al balcón y reírse como el primer día que la vio. Unas veces, en el balcón estaba su madre regando las macetas; otras, eran sus hermanas quienes se asomaban cuando pasaba. Pero él quería solo verla a ella y sufría porque no estaba en el balcón cuando pasaba por la calle.
Hubo días en que sí la vio. Algunas veces incluso lo miraba. En su interior creyó que había llegado a adivinar el sentido de su reiterado paso por aquella calle y sus miradas hacia el balcón. Tan es así que durante un tiempo, sobre el mediodía, siempre estaba apoyada en la baranda, se diría que esperándolo. En ocasiones, él llegó a imaginar que esbozaba aquella risa que era su tormento. Hubiese querido hablarle, y hasta juraría que ella lo incitaba a hacerlo. Pero nunca tuvo valor. Simplemente la miraba con la esperanza de sentir su risa hasta que se escondía dentro de la casa.
Hasta que un día dejó de verla. Ya no se asomaba al balcón. Durante mucho tiempo mantuvo su diario deambular por aquella calle, pero ella nunca más salió. El joven se quedó tan solo con el recuerdo de una risa, que aún hoy, después de largos años, esplende en su corazón.



Pablo Neruda (1904-1973): Tu risa (Los versos del capitán)


Quítame el pan, si quieres,
quítame el aire, pero
no me quites tu risa.

No me quites la rosa,
la lanza que desgranas,
el agua que de pronto
estalla en tu alegría,
la repentina ola
de plata que te nace.

Mi lucha es dura y vuelvo
con los ojos cansados
a veces de haber visto
la tierra que no cambia,
pero al entrar tu risa
sube al cielo buscándome
y abre para mí
todas las puertas de la vida.

Amor mío, en la hora
más oscura desgrana
tu risa, y si de pronto
ves que mi sangre mancha
las piedras de tu calle,
ríe, porque tu risa
será para mis manos
como una espada fresca
.
Junto al mar en otoño,
tu risa debe alzar
su cascada de espuma,
y en primavera, amor,
quiero tu risa como
la flor que yo esperaba,
la flor azul, la rosa
de mi patria sonora.

Ríete de la noche,
del día, de la luna,
ríete de las calles
torcidas de la isla,
ríete de este torpe
muchacho que te quiere,
pero cuando yo abro
los ojos y los cierro,
cuando vuelven mis pasos,
niégame el pan, el aire,
la luz, la primavera,
pero tu risa nunca
porque me moriría.

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