NO SIEMPRE DA ESPLENDOR
Pues ya lo véis. Se ha hecho la luz. Es decir, vuelvo a poder incluir imágenes. Pero aviso que yo no he hecho nada especial. Debía ser asunto del programa. Así que vamos a lo nuestro.
Es común entre la gente corriente (y aplico aquí el adjetivo corriente a todas aquellas personas que no son especialistas en la materia que tratamos) conceder al contenido del DRAE el valor casi de artículo de fe, tal como sucede también a muchas personas respecto a cuanto sale o se dice en la televisión. ¿Viene en el diccionario de la Academia? Entonces no hay más que decir, parece ser para muchos el argumento.
Es común entre la gente corriente (y aplico aquí el adjetivo corriente a todas aquellas personas que no son especialistas en la materia que tratamos) conceder al contenido del DRAE el valor casi de artículo de fe, tal como sucede también a muchas personas respecto a cuanto sale o se dice en la televisión. ¿Viene en el diccionario de la Academia? Entonces no hay más que decir, parece ser para muchos el argumento.
Y no es así. O no debiera serlo, pues, por muy encomiable que sea la tarea de los señores académicos (que lo es) y, en especial, la de los integrantes de la Comisión de diccionarios (no sé ahora si ese es el nombre apropiado), será preciso reconocer que no dejan de ser personas como cualesquiera otras y, por tanto, expuestas a la equivocación. Solo que un simple desliz que cometan ellos es más grave que un error nuestro de mayor bulto.
Me dice Zalabardo que, al afirmar tal cosa, pudiera pecar de presuntuoso, e incluso de pedante, ya que es de suponer que tales señores no solo son expertos en la materia, sino también cuidadosos y prudentes al actuar. De acuerdo, le digo; pero, sin embargo y con mucho respeto, digo también que se pueden equivocar. Y le añado que trataré de demostrárselo.
Resulta que, hace un tiempo (aprovecho todavía recortes del pasado verano), un periodista escribía en su artículo: Soluciones imaginativas son lo que menos busca la Federación, que va a piñón fijo, con orejeras para no ver a los lados. Siempre he tenido entendido ( me crié en un pueblo que se sostenía sobre una economía fundamentalmente agrícola y ganadera) que esas piezas de las guarniciones de las caballerías que impiden que vean por los lados y, así, fijen siempre la mirada hacia el frente, se llaman anteojeras y no orejeras, pese a que hay quien, erróneamente, confunda los términos.
No obstante, se me ocurrió consultar el DRAE y, ¡oh sorpresa!, la cuarta acepción de orejera era esta de la que hablamos. Sin salir de mi asombro (interiormente, y casi arriesgándome a dar la razón a la acusación de Zalabardo, me decía aquello de venceréis, pero no convenceréis) se me ocurrió hacer la consulta pertinente. Era viernes y en la web de la Academia me hallé con que los fines de semana la sección de consultas está desactivada. Por tanto, decidí acudir a la página de la Fundación del Español Urgente (fundeu.es); al día siguiente, recibí una respuesta en la que me decían que tengo razón, pero que el DRAE ha incluido esta acepción de orejera en su edición de 2001, pese a que su uso es muy escaso. O sea, algo así como “si el error está extendido, convirtámoslo en norma”. Llegado el lunes, no obstante, envié la misma consulta a la Academia, que, con igual prontitud, me respondió. ¿Qué me respondieron? Lo que sigue: Se encuentra en el DRAE desde la edición de 2001, si bien se documenta en algunos diccionarios de décadas anteriores por la extensión de su uso. Debo decir que he consultado las ediciones académicas de 1992, 1984, 1970 y 1956; casi cincuenta años. En ninguno de ellos aparece orejera como sinónimo de anteojera. ¿De qué diccionarios hablan?
A lo que quiero llegar es a lo siguiente: ¿Justifica que nuestro actual escaso o casi nulo conocimiento de las guarniciones, aparejos y jaeces de las caballerías deba servir para dar carta de naturaleza a lo que a ojos vista es un error? ¿No sería más aceptable que la Academia dejase clara la diferencia que hay entre unas anteojeras y unas orejeras? El diccionario de María Moliner, por ejemplo, sigue manteniendo las diferencias.
Como Zalabardo me mira con cara de no estar muy convencido, le digo que le quiero poner otro ejemplo. Casi por la misma fecha, me encontré con este otro texto, también en un ejemplar de prensa: Se soltó el campeón del mundo y fue como si el referí de un combate de boxeo hiciera sonar el gong del inicio. ¿Qué pasa con referí? Ni más ni menos que se trata de un americanismo (en algunos países americanos dicen referí y en algunos otros réferi). Como se ve con claridad, es un anglicismo (referee) que se utiliza en lugar de nuestro árbitro. Y como tal americanismo, viene recogido en el reciente e interesante Diccionario de americanismos (más de 2300 páginas) elaborado por la Asociación de Academias de la Lengua Española para dar fin a la pobreza que, en este aspecto, presentaba el DRAE. Como tal americanismo, el Diccionario de Dudas lo recoge para decir que, entre nosotros, lo correcto es utilizar árbitro. Hasta ahí, nada que decir. Pero si consultamos el avance de la vigésima tercera edición del DRAE, nos encontraremos con que allí se le da cabida. ¿Por qué? Lo ignoro. Pero aplicar tal criterio significaría que debiera hacerse lo mismo con todos los americanismos. ¿Para qué entonces la magnífica obra realizada por las Academias?
Zalabardo me mira sonriendo y me dice que, de cuanto llevo dicho, lo único que le ha quedado claro es que, durante el verano, me he limitado a leer la prensa deportiva. Le sonrío a mi vez y le contesto que, a veces, ni eso.
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