martes, enero 11, 2011


RAYUELA


La mañana ya se notaba como propia de invierno; y, aunque suele decirse que en nuestra ciudad no existe el invierno, lo cierto es que el día era desapacible. Cielo nublado, amenaza de lluvia y una leve brisa fresca que se dejaba sentir en la punta de los dedos. Mi paseo tenía como meta la Finca de la Concepción y la presa del Limonero. Y mientras mis pasos atravesaban Ciudad Jardín, o mejor, la zona de la barriada La Palma, en una de las calles de este barrio, me la encontré, allí pintada en el suelo. Era una rayuela.
Tenía esta, de los diagramas posibles que conozco de dicho juego, uno de los más sencillos: dobles las casillas 5 y 6, 8 y 9, y simples las demás, como podéis ver en la foto. Otras rayuelas contemplan una casilla inicial, Tierra, y una final, Cielo, o presentan diagramas más complejos. Pero la que yo encontré es la que os muestro.
Me llevé una gran alegría porque hubiese jurado que, al menos en la ciudad, tanto este como otros muchos juegos infantiles habían desaparecido: la comba, la rueda, pídola (en mi pueblo se decía piola), el salto del moro, el trompo (otro que reaparece en los últimos tiempos), las bolas o canicas, el pañuelo, las prendas y tantos más. Y es que, ya, de bastantes de estos juegos los niños no tienen apenas noticia, porque se jugaban en las calles y hoy no hay calles en las que puedan jugar los niños. Hoy, por el contrario y a lo que parece, todo el tiempo de ocio de nuestros niños lo ocupan, sobre todo, las consolas, los videojuegos e Internet.
Y esto que yo pensaba mientras andaba, lo comenté luego con Zalabardo cuando volví a casa. Fue él quien me hizo meditar en que cuando hoy decimos tiempo de ocio de los niños debemos pensar en el poco que les queda después de que los padres procuren ocuparles las más posibles de esas horas con las llamadas actividades extraescolares (se diría que la cuestión es que alguien tenga ocupados a nuestros hijos cuanto más tiempo mejor) si no es con clases complementarias, de repaso y refuerzo, de las que ya tienen en el colegio. Con ello, me decía Zalabardo, el problema de que no haya calles en las que se pueda jugar se minimiza al carecer los niños de horas para jugar en ellas.
Porque los juegos infantiles requieren, no lo dudemos, tiempo y sosiego aparte de espacio. De todo ello dan muestra las canciones con que se acompañaban. Por ejemplo, la comba se saltaba al ritmo que marcaba Al pasar la barca me dijo el barquero… o aquella otra que decía El cocherito, leré, me dijo anoche, leré…, o aquella otra tan bella que empezaba Una tarde florida de mayo cogí mi caballo y me fui a pasear… La rueda, a su vez, giraba al ritmo de canciones como El patio de mi casa es muy particular… Esas canciones que digo marcaban el ritmo de la cuerda, o el giro de la rueda, en un viene y va lento y tranquilo, sin completar la vuelta, y que parecía sugerir la propia monótona insistencia del discurrir del tiempo.
Me recuerda Zalabardo que no solo los juegos, o su ausencia, de los niños actuales son distintos a los de épocas ya pasadas e irrecuperables. También las chucherías han experimentado un gran cambio. Por supuesto que entonces había chicles y caramelos y pipas y rosetas o palomitas de maíz. Pero no había tantos azúcares y grasas generadores de problemas de obesidad.
Cada época del año, me sigue diciendo, tenía su propia carga de productos que consumíamos con fruición. En épocas como el otoño, quizás la que más, gozábamos de un nutrido surtido de frutillas silvestres: acerolos, majoletos, azofaifos, endrinas, madroños, almencinas, uvas de palma… Hace tiempo, pude ver en calle Nueva a un hombre que vendía madroños pinchados en una caña. Pero esa es una costumbre que se va perdiendo, aunque reste algún lugar, creo que Granada es uno de ellos, donde por el otoño, todavía es posible comprar lo que digo. Yo aconsejaría a quien quiera recordar aquellos tiempos, o que simplemente quiera probar estos frutos, se dé un paseo por los Montes de Málaga, por citar un lugar cercano. Por sus tranquilos y solitarios senderos y pistas, acompañado del agradable canto de los pájaros es posible disfrutar, cuando llega la época, del sabor de los madroños, de los majoletos, de las bellotas o de las algarrobas cogiéndolos directamente del árbol.
Todo esto que os cuento hoy es consecuencia de esa rayuela que vi pintada en el suelo de una calle del barrio de La Palma y de la nostalgia que sentí recordando unos tiempos ya pasados y unos juegos infantiles también (casi) desaparecidos. Y no se olvide que la rayuela, como muchos juegos, empieza en la Tierra para acabar en el Cielo.

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