UN LIBRO, UN AMIGO
El bueno de Zalabardo y yo nos hemos vistos obligados a interrumpir el discurrir de esta Agenda por, según se decía en los albores de la televisión cuando la emisión se interrumpía, motivos técnicos ajenos a nuestra voluntad. El incendio en el nodo de comunicaciones de Movistar de la zona de Huelin dejó en la estacada a muchos usuarios, entre ellos nosotros. Carecíamos de línea telefónica y, en consecuencia de adsl. La em-presa enviaba notas a los medios en las que daba cuenta de lo bien que se iba solucionando el conflicto y de que ya solo quedaba un ínfimo tanto por ciento de usuarios afectados. “Seguro que esos somos nosotros”, me decía con socarronería Zalabardo. “La mentira es peor que la información sesgada”, le respondí yo, que desconfíaba de tales comunicados a la vista de lo que nos ocurre y viendo que los vecinos iban recobrando el servicio.
En fin, que después de no sé cuántos días aquí estamos de nuevo, lo que hace que algunos temas que teníamos previstos se hayan quedado ya pasados de fecha, como sucede con determinados productos que guardamos en el frigorífico y olvidamos consumir a tiempo.
Y, vueltos a la normalidad, quiero recuperar el hilo de estos apuntes haciéndome eco de un entrañable acto que tuvo lugar en el IES Pablo Picasso, la presentación de la novela de José Francisco Martín Caparrós El cráneo de la Araña, editada por Círculo rojo. El acto sirvió, entre otras cosas, para que, a propósito de un libro, nos reuniésemos en torno a un amigo lo que siempre es un placer. Porque José Francisco es, ante todo, un amigo. Aunque decir esto pueda inclinar a quienes lean este apunte a considerar que los comentarios vertidos son más producto de la amistad que del mérito de su libro, lo que desde ahora niego.
El cráneo de la Araña es ya la tercera novela de Martín Caparrós y, en mi criterio, la mejor de las tres, pues la experiencia acumulada dota al autor de una mayor soltura narrativa y le lleva a crear una sólida y coherente estructura. Ambos elementos hacen que la lectura avance de manera fluida y amena.
En El cráneo de la Araña, su protagonista, Luis Portillo repasa los años en que, siendo un periodista joven e inexperto, conoció al belga Pierre Bernó y a su sobrino André Sart. El primero viene invitado por unos amigos para colaborar en los estudios sobre el reciente hallazgo de un cráneo fósil en una cueva de La Araña; el sobrino aprovecha el viaje para buscar un socio con el que levantar una fábrica de cerveza. Tal cir-cunstancia permite al joven plumilla introducirse en los ambientes científicos e industriales, perfectamente descritos, en una ciudad, Málaga, que sufre la misma inestabilidad que en todo el país supuso el periodo de la Primera República, y le hace vivir una peripecia que acabará por moldear su personalidad y sus ideas.
Camilo José Cela, que tanto gustaba de decir patochadas, dijo una vez aquella de que “es novela cualquier libro en cuya portada ponga novela”. El libro de José Francisco no es de este tipo, pues se ajusta a todo lo que un lector normal considera que es novela lejos de cualquier intento experimentalista: tiene unos personajes verosímiles, mezclados con otros muchos otros que son estrictamente históricos, unos ambientes bien dibujados, una estructura sólida y a la vez nada compleja, y una trama creíble y cercana. Todo ello expreesado con un lenguaje sobrio y correcto, lo que hoy no es algo que abunde. Y, además, sin sobrepasar una extensión razonable, unas doscientas páginas, porque no es necesario para que una novela sea buena que se vaya a las seiscientas o más páginas, lo que más induce a desconfiar que a acercarse a ella. Pensemos, si no, que una de las mejores novelas escritas durante los últimos cien años en nuestra lengua, Pedro Páramo, fundamental para comprender el realismo mágico, del mejicano Juan Rulfo, apenas alcanzaba ciento veinte páginas.
El cráneo de la Araña es a la vez una inteligente mezcla de géneros, pues si el ambiente en el que los hechos suceden da para componer un relato cercano a la novela histórica (José Francisco no niega la relación que tiene con los Episodios de Galdós), el núcleo de la peripecia tiene rasgos propios de una novela de intriga e, incluso, podríamos decir que la evolución del protagonista recuerda a veces lo que se llama novela de aprendizaje. Pero lo que más me ha atraído es la fácil maestría con la que ha logrado el autor unir los personajes puramente novelescos con aquellos que tienen una entidad absolutamente histórica y el respeto y naturalidad con que los acontecimientos históricos de la segunda mitad del siglo XIX sirven de marco para la trama novelesca, sin que aquellos tengan que ser forzados ni esta termine convertida en un pastiche.
Zalabardo y yo ya tuvimos la fortuna de que José Francisco nos la diera a leer cuando aún tenía el texto en fase de corrección. Ahora, cuando la hemos leído de un tirón y con una mirada diferente, la primera y positiva impresión que recibimos se ha visto aumentada.
Desde aquí le deseamos que tenga suerte y la novela sea acogida como, sin duda, se merece.
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