sábado, noviembre 07, 2015

LA MALA GENTE (SOBRE A. MUÑOZ MOLINA Y C. J. CELA)



Foto de Esteban Cobo/EFE

              Hace unos días que circula por Facebook, y supongo que por otros caminos, un artículo de Muñoz Molina titulado Una petición (tal artículo aparece en su página oficial, www.antoniomuñozmolina.es, con fecha de 4/11/2015). Como suele suceder en las redes sociales (Zalabardo se ríe cuando me ve boquiabierto mientras intento descubrir y entender su funcionamiento), alguien lee algo y lo comparte. De esta manera, quien no lo ha leído en origen tiene posibilidad de conocerlo e, incluso, compartirlo a su vez con otras personas. Así me ha llegado a mí. Quede bien claro que he marcado el correspondiente me gusta y lo he compartido.
            En ese artículo, he descubierto en Antonio Muñoz Molina a una persona sensata, cordial y pacífica, lo que no es poco en los tiempos que corren. Puesto que quien quiera leerlo va a tener oportunidad de hacerlo —¿qué queda fuera de nuestro alcance desde el nacimiento de Internet?— me limito a citar la que considero tesis defendida por su autor: No necesito que nadie me aprecie tanto como para asegurarse de que no me entero de una maledicencia que de otro modo me habría ahorrado. Las malas noticias, llegan solas; no necesitan mensajeros adicionales.
            Antonio Machado (aquel que quería ser, en el buen sentido de la palabra, bueno), escribe, en el segundo poema de Soledades, haber visto en todas partes Mala gente que camina / y va apestando la tierra… Por supuesto, Muñoz Molina no queda dentro de este grupo. Muñoz Molina, cuya literatura admiro (me gustaron especialmente Sefarad, El jinete polaco, Todo lo que era sólido o La noche de los tiempos), aunque desconocía mucho de su temperamento y carácter, se me ha revelado en este artículo, además, como lo que aquí llamamos buena gente.
            Los escritores son, que nadie lo dude, personas como cualesquiera otras, y no hay que confundir una cosa con otra: se puede ser buen escritor y, sin embargo, ser mala gente. Y, reiterándome, es posible admirar la calidad de un escritor y, sin embargo, detestar su actitud como persona.
            Zalabardo me pide que le aclare la razón de la exposición que estoy haciendo y entro en ello enseguida. En el artículo citado, Muñoz Molina alude a ciertas rencillas que tuvo con Camilo J. Cela hace ya bastantes años (siempre en España los escritores han andado a la greña unos con otros). Podría haberse explayado y soltar toda la mala bilis que quisiera en defensa de su parcela en aquel conflicto. Pero no lo hace. Pasa por el episodio con elegancia, casi con amabilidad, sin rencores.
            Jordi Gracia y Domingo Ródenas, en uno de los volúmenes de la Historia de la literatura española dirigida por José-Carlos Mainer, dejan claro cómo Cela, de entre los escritores de su edad, fue quien peor llevó la irrupción, en los ochenta y noventa, de nuevos nombres que empezaron a hacerle sombra. Entre estos autores estaba el novelista de Úbeda.
            Nunca negaré que he sido seguidor de la literatura de Cela. Siempre he admirado su capacidad para afrontar nuevos retos en cada proyecto suyo, aunque con bastante asiduidad recurriera a técnicas ya usadas antes. No pienso ya en La familia de Pascual Duarte o en La colmena. Pienso, por ejemplo, también en Oficio de tinieblas 5, en Mazurca para dos muertos, por esta tengo una especial predilección, o en Madera de boj. Y se me puede quedar alguna en el tintero, porque escribo de memoria. Tampoco hay que desdeñar la fundación de la editorial Alfaguara o la creación de la revista Papeles de Son Armadans.
            Pero Cela, aparte de esto, siento tener que decirlo de alguien ya muerto, fue mala gente. Y no lo digo por capricho. Lo fue como persona y lo fue, en ocasiones, como escritor. Como escritor no sintió vergüenza a la hora de vender su pluma a quien mejor le pagara. Ahí está el caso de La catira, novela escrita por encargo, o el más que sonrojante caso del premio Planeta, que recibió tras haber obtenido garantías de que él sería el ganador si se presentaba. Y, en un santiamén, escribió la novela galardonada. Solo que, pronto, aquella obra se vio en los juzgados porque al gallego se lo acusó de plagio. Y no estoy seguro de si ha terminado ya el conflicto.
            Ese mismo año del Planeta, 1994, Cela publicó en ABC un breve, pero ácido y malintencionado, artículo (Pavana para un doncel tontuelo) contra Muñoz Molina, a quien acusaba, junto a otros escritores jóvenes, de ser protegido del PSOE y, más concretamente, de Carmen Romero, la esposa de Felipe González.
 
Retrato de Carlos Merchán
          
Quienes jaleaban y aplaudían a Cela por su furibundo ataque a Muñoz Molina y otros, no decían ni pío sobre los múltiples episodios en los que el Marqués de Iria Flavia, Premio Nobel y académico quedaba mal retratado como persona. Por ejemplo, que trabajó como funcionario de la censura franquista. Pero si esto hubiera podido considerarse un pecadillo de juventud, como algunos dicen, un medio de ganarse la vida en una época difícil, hubo una historia más negra aún en su vida, la de haberse ofrecido como delator.
            Aunque durante un tiempo se mantuvieron dudas sobre la autenticidad de aquella carta, parece que, finalmente, su contenido pudo ratificarse. La historia es la siguiente. En 1938, Cela, que tenía 21 o 22 años y poco antes había sido considerado inútil para el servicio militar, se dirigió a las autoridades con una misiva en la que entre otras cosas decía: Que queriendo prestar un servicio a la Patria adecuado a su estado físico, a sus condiciones y su deseo y buena voluntad, solicita el ingreso en el Cuerpo de Investigación y Vigilancia […] Que habiendo vivido en Madrid y sin interrupción durante los últimos 13 años, cree poder prestar datos sobre personas y conductas, que pudieran ser de utilidad […] Que el Glorioso Movimiento Nacional se produjo estando el solicitante en Madrid, de donde se pasó con fecha 5 de abril de 1937 y que por lo mismo cree conocer la actuación de determinados individuos…
            Es posible, pues, que Muñoz Molina fuese alguna vez un doncel tontuelo, mozo lírico o, incluso, lírico-cómico-bailable sentimental, como lo llamaba Cela en aquel artículo de 1994. Al fin y al cabo, los de pueblo podemos ser un poco tontuelos y todo lo demás, aunque pronto se nos pasa y espabilamos. Lo que no se nos puede negar es que procuramos ser buena gente. En cambio, un chivato y aquel que deshereda a un hijo por el loable hecho de defender a su madre nunca podrá eludir la etiqueta de mala gente. A pesar de los premios que acumule.

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