sábado, junio 18, 2016

DE LA MAR EL MERO…



            Con solo este pequeño trabajo que he tomado en escriuir este librito, tengo de hazer oficiales con pocos principios que tengan; y se ha de ahorrar mucha hazienda a los señores, porque no ay cosa que más hazienda gaste en este ministerio en los banquetes, que trabajar a tiento, porque piensan que echar mucho recaudo es mejor y por ai lo echan a perder más presto (Francisco Martínez Montiño)

Tortilla de patatas siglo XX, de Adrià
            Las anteriores palabras las dejó en su libro quien fuera cocinero de corte desde el reinado de Felipe ii hasta el de Felipe iv. Editado en 1611, se titula Arte de cozina, pastelería, vizcochería, y conservería. No sé si fue el primero de estos temas escrito en nuestra lengua, pero sí que fue muy celebrado.
            Todas las ciencias, artes, actividades y oficios evolucionan con el tiempo. Casi siempre, para mejor; aunque haya fallos, sabemos que de los errores también se aprende. Y también va cambiando su terminología, que se enriquece y adapta a las nuevas formas.
            Zalabardo sabe que me gusta andar entre los fogones. Pero soy más partidario de la cocina tradicional. No niego que me pierdo bastante en el campo de la cocina nueva, vanguardista, deconstructiva o como se la quiera llamar. Por eso, cuando me pide opinión sobre la elección del restaurante italiano L’Osteria Francescana como el mejor del mundo, desbancando de tal honor al Celler de Can Roca, español, he de contestarle que no tengo opinión.

Bajo esos hórreos, se puede comer en Casa Generosa
            Por varias razones. Recuerdo que una vez que visité Roses pasé por delante de El Bulli. Me enteré entonces de que para poder comer en el restaurante de Adrià había que guardar cola de casi un año; el precio del menú degustación ni recuerdo cuál era. Leemos ahora que en el nuevo mejor restaurante del mundo hay que reservar con aproximadamente cuatro meses de antelación y que el menú degustación vale 180 €. Mi pensión de jubilación, la verdad, no me alcanza. Y temo que, tras espera tan prolongada, el día que me tocara poder entrar, me encontrase inapetente.
            Hay otras razones que me hacen fruncir la nariz. Disfruto probando los platos típicos de los lugares que visito, en locales típicos: recuerdo la fabada de Casa Generosa, en Pedroveya (Asturias); la olla aranesa de Eth Bot, en Salardú, Valle de Arán; el cocido montañés de Zabala, en Santillana del Mar; las tapas y el marisco espléndidos de O gato negro y A Taberna do Bispo, en Santiago de Compostela; las carnes a la brasa de La Sociedad, en Canillas de Aceituno (Málaga); una fideuá incomparable de La Arrocería Valenciana (creo que era esa), en Valencia; la urta a la roteña o la corvina de Casa Bigote, en Bajo de Guía, en la mismita desembocadura del Guadalquivir… También he sufrido decepciones. Como cuando, estando en Alicante, me trasladé expresamente a un pueblo (no recuerdo su nombre) para probar el arroz con costra. Para mí, un desastre.

 
O gato negro, Santiago de Compostela
          
La mayoría de estos lugares son locales modestos, sin pretensiones, con precios asequibles; algunos, incluso, pudieran resultar incómodos por la cantidad de gente que los visita. L’Osteria Francescana debe ser otra cosa. En los lugares que yo frecuento, la carta no ofrece lugar a dudas; en este, ya quedas sorprendido desde el nombre mismo de las especialidades: Recuerdo de un sándwich de mortadela, Bonito y psicodélico filete de ternera, Reflexión sobre la ensalada, o ¡Ups, se me cayó la tarta de limón!
            En cuanto a las modificaciones léxicas no es tanto la aparición de nuevas palabras como de añadirles nuevos sentidos a otras ya existentes. Ferran Adrià, sin olvidar a otros, ha sido, en nuestro país, un adelantado en este campo. Quizá no las haya inventado él, pero sí le corresponde gran mérito en su difusión. ¿Cuántas veces habrá tenido que explicar qué es la deconstrucción y la esferificación? ¿Cuántas la espuma y las cápsulas? Y no digamos ya las de ocasiones en que se le ha requerido que justifique si lo suyo, con eso de la gastronomía molecular, el hidrógeno líquido y el alginato es una cocina o un laboratorio. En estos tiempos que corren, para estos cocineros, entre una cosa y otra no debe haber diferencia.

Reflexión sobre la ensalada
            La búsqueda y la renovación siempre han existido. Montiño, citado al principio, ofrece, entre otras, la receta de la manteca asada (de ella ya hablé un día) o los huevos arrollados. Con todo, los cocineros, antiguos y modernos, me parecen más naturales y espontáneos, y más de fiar, que los catadores de vinos. Le cuento a Zalabardo el rebuscado lenguaje de una nota de cata: En nariz es fresco, con notas de fruta madura. Aparecen suaves notas balsámicas, algunos recuerdos de flores secas de tocador que le dan complejidad y sutileza. En boca, es un vino entretenido, con buena carga frutal y toques minerales con taninos redonditos. Mi amigo, tras oírme, solo dice: “¡Y a mí que me gusta el tinto de verano!”


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