domingo, febrero 18, 2018

COMPAÑEROS, CÓNYUGES, CONSORTES (Y UN VILORIO)



            El amigo es más necesario que el fuego y el agua, porque así como es imposible vivir el agua y el fuego, así es imposible vivir sin amistad (Francisco de Quevedo)

            El pasado sábado nos reunimos en Sevilla. Para quien no lo sepa, pues hay cosas que, naturalmente, la gente no sabe, hablo del grupo de amigos que comenzamos juntos nuestro Bachillerato, en Osuna, allá por 1956, es decir, hace la friolera de 62 años. Pero para que nadie se engañe, pese a que todos tenemos algún que otro achaque, no los mencionamos, sino que mantuvimos por todo lo alto el ánimo, la ilusión y, sobre todo, la alegría de estar juntos un día.

           Zalabardo me pide que se lo cuente todo con el máximo detalle. Pero yo le digo que eso es imposible, porque hay cosas que no es que no se puedan contar, sino que sería muy difícil de entender para quien no hubiese estado presente. Porque, y esto es solo ejemplo, ¿de qué manera se puede contar para que sea verosímil el episodio de José María y la rubia del mingitorio? Y que nadie crea que solo queda imputado en este caso el bueno de José María, porque el no menos bueno (y tuno) de Carmona fue el primero en realizar la visita y salió de allí sin decir ni pío. Y yo mismo no reaccioné hasta que José María me preguntó: “Oye, ¿y la rubia?” A lo que contesté que poco podía contar salvo que intenté hablar con ella y permaneció muda, sin alterar su gesto de asombro.

           Así que me limito a una breve reseña, muy breve, de lo que ocupó nuestra estancia, perfectamente organizada por Carmen Olid y José María Pérez. A los que llegábamos de fuera, nos recibieron en la estación de San Bernardo. Nos dirigimos luego al punto de reunión, Jardines de Murillo, para iniciar una visita por la judería y barrio de Santa Cruz. Puntos importantes: Plaza de Santa Cruz, Plaza de los Refinadores, Plaza de doña Elvira, Santa María la Blanca, Patio de Banderas, Plaza de la Escuela de Cristo, calles Archeros, Vida, Agua, Judería… Todo ello perfectamente explicado por José María Pérez. Luego, comida de camaradería, como está mandado, antes de iniciar la última visita, la del Hospital de la Caridad. De todo ello dan mejor cuenta las imágenes que mis palabras, le digo a Zalabardo.

            Pero como esta Agenda pretende siempre mostrar algún aspecto del lenguaje, quiero hoy detenerme en tres palabras, en apariencia diferentes, pero que en el fondo están íntimamente relacionadas: compañero, consorte y cónyuge. Las tres coinciden en compartir un fondo común, el de manifestar algo que se comparte con otros y nos une a ellos, expresado en el prefijo cum- latino, con- en español. La raíz de compañero es el término sánscrito , ‘nutrir, proteger’, de donde salen, entre otras palabras, pastor, sátrapa, ‘gobernador’, pábulo, ‘alimento con el que se puede subsistir’ y, claro está, pan. Son compañeros todos aquellos que comparten el pan, que es el alimento más básico. Pero en la reunión había también consortes o cónyuges, según la palabra utilizada por unos u otros. Para el caso es igual. Y es que cónyuge viene del sánscrito yeug, de donde provienen también yugo e incluso yoga; ambas se refieren a algo que une, que liga, que ata. El cónyuge es quien está unido a otro. Por fin, consorte posee, igualmente, una raíz sánscrita, ser, que significa ‘alinear, estar al lado’. De ser, se originan, y hay muchas, sarta, ‘conjunto de cosas unidas’ o suerte, por ejemplo; el consorte es la persona que comparte su suerte con otra.

            Así, pues, quienes ayer estuvimos juntos en Sevilla, éramos, a la vez, compañeros, porque compartimos mesa y pan; éramos consortes, porque compartíamos la suerte de estar juntos; y éramos cónyuges, porque todos teníamos un yugo que nos mantenía unidos.    Pero todo ello podría resumirse en otra palabra de diferente origen, aunque de igual o mayor importancia, amigo, que, aunque procede del sánscrito amma, ‘madre’, fue el origen del verbo latino amo, ‘amar’. Y los amigos son los que se manifiestan entre sí amor y afecto.

            Por supuesto, en la reunión no faltó el recuerdo de los que, por diferentes circunstancias, se hallaban ausentes. Como tampoco faltó un vilorio, palabra muy de nuestro pueblo y que bastantes no recordaban. Vilorio, término afectivo, es una persona, por lo general se aplica a los niños, sumamente inquieta y revoltosa. ¿Quién es, o fue, el vilorio del grupo? Los que estuvimos allí lo sabemos bien. ¿Para qué andar contando lo que no interesa a nadie más?








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