domingo, febrero 04, 2018

¡OJO AL CRISTO, QUE ES DE PLATA!



El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas,
es ojo porque te ve.
(Antonio Machado)

            Me argumenta Zalabardo que hay preguntas estúpidas a las que la gente, sin darse cuenta, suele responder con la misma estupidez. Me lo ejemplifica diciendo que, cuando a él le preguntan qué le gustaría llevarse a una isla desierta, responde que una barca para poder salir de ella cuando esté harto de soledad; o que si lo ponen en la tesitura de elegir qué sentido le dolería más perder, la vista o el oído, él se inclina sin duda por el sentido común.
            ¡Ojo al Cristo, que es de plata! es una expresión con la que se nos avisa de la vigilancia que debemos prestar ante aquello que por su importancia o valor pudiera sernos arrebatado. Por más que lo hemos buscado, ni Zalabardo ni yo sabemos cuál pudiera ser su origen, aunque tiene todas las pintas de proceder de algún cuento tradicional.
            Ojo es una de esas palabras que encontramos en multitud de expresiones y refranes; por designar lo que designa, el ‘órgano de la vista’ por el que entra en nosotros todo el mundo exterior, se ha ido llenando con el tiempo de otros significados metafóricos y ha devenido en ser eso que llamamos palabra polisémica: ‘cualquier tipo de abertura en algo’, ‘anillo de una herramienta en la que se ajusta el astil’, anillas de las tijeras en que se ajustan los dedos’, ‘manantial que surge en un llano’, ‘espacio entre los estribos de un puente’, ‘lavado ligero que se da a la ropa’…

            Aparte de eso, son innumerables las expresiones en que aparece: ojo de la tempestad, ojo de patio, ojo regañado (‘mostrar enojo’), a ojo de buen cubero o, simplemente a ojo (‘calcular sin valerse de ningún medio’), a ojos vistas (‘patente’), a ojos cerrados (sin dudar’), andar con cien ojos, cerrar el ojo (‘morir’), costar algo un ojo de la cara, en un abrir y cerrar de ojos, tener buen ojo… Llama la curiosidad la cantidad de animales que se asocian a ojo: ojo de buey, ojo de lince, ojos de besugo, ojo de gallo, ojos de cordero degollado… O los refranes en que interviene: como pedrada en ojo de boticario, cría cuervos y te sacarán los ojos, dormir con los ojos abiertos, como las liebres, el ojo del amo engorda al caballo, la viuda rica, con un ojo llora y con el otro repica, llenar el ojo antes que la tripa… Incluso, cuando damos poca importancia a algo que sí lo tiene, se dice: ¡No es nada lo del ojo! (a lo que se añade: y lo llevaba en la mano).

            Pero le indico a Zalabardo que me gustaría detenerme en dos expresiones que, aunque aparentemente sean diferentes, coinciden en significar lo mismo: entrar algo por el ojo derecho y ser alguien el ojo derecho de una persona. Todos entendemos que con ellas señalamos lo que, sea cosa o persona, concita nuestra predilección. Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana da de ellas una explicación de base social, propia del machismo de una organización patriarcal. Por eso alude al libro De intrepretatione somniorum, del escritor del siglo ii Artemidoro, en el que podemos leer que los ojos son objetos de nuestra estima y guías y protectores del cuerpo, por lo cual se asemejan a la descendencia. Y así, afirma que el ojo derecho se refiere al hijo, al hermano o al padre, mientras que el ojo izquierdo se refiere a la hija, a la hermana o a la madre. A esto añade que, si lo que se tienen son dos hijos varones, el derecho señala al mayor y el izquierdo al menor.

            No dudo de que esta explicación sea válida, pues en todas las sociedades se tiene en cuenta ese derecho de primogenitura e, incluso, el de preferencia por el varón antes que por la hembra, y ahí tenemos la muestra de nuestra propia Constitución. Sin embargo, yo me inclino más por otra interpretación, de carácter más apegado a las creencias mágicas que a las consideraciones del sexo. Lo digo porque esto último se podría entender muy bien cuando hablamos de que alguien es el ojito derecho de sus padres, pero cuesta más asimilarlo cuando se habla solo de que algo nos entra por el ojo derecho. Igual que cuando, en otras circunstancias, hablamos de comenzar con buen pie o entrar con pie derecho. Ya entre los romanos, los auspicios no eran otra cosa que la observación del vuelo de las aves, de lo que se extraían consecuencias futuras. Aparecer un ave por el lado derecho se consideraba buen augurio, todo lo contrario que si se ve aparecer por el lado izquierdo. En los inicios del Poema de mío Cid leemos que a la exida de Bivar ovieron la corneja diestra e entrando a Burgos oviéronla siniestra, cosa que preocupó al Cid.
            Es decir, que todo lo que nos entra por el ojo derecho es estimable y debemos desearlo. Y por ello, ese ojo será el que más estimemos y lo identificaremos con el hijo, o hija, da igual, sobre el que se descargue la mayor parte de cariño.

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