El trabajo de escritora es difícil; es
difícil al principio de la obra, difícil a la mitad y difícil al final.
Adicionalmente, una vez que consigas finalizar tu obra, te asomarás a otras
dificultades, las de publicar
(Michelle Hunevan)
Asistimos Zalabardo y yo hace unos
días a la presentación de una novela de un compañero, y más aún amigo, José Francisco Martín Caparrós. No
puede decirse que sea un autor novel ni mucho menos; Uvas negras es su cuarta
novela y la primera que publicó se remonta a 2001. Acumula, por tanto, casi un
cuarto de siglo de experiencia. No hablo, pues de un novel.
Y aun así, es un escritor humilde. Con
el adjetivo humilde no me refiero, por supuesto, a que sea de calidad inferior
en su producción ni a una falta de ambición para conseguir las cotas más altas
posibles. Lo llamo humilde en cuanto que pertenece a ese grupo de escritores,
mayor de lo que parece y en el que también me incluyo, que ha de vivir el oficio
de escribir como una dura odisea en la que, para salir airoso, no se cuenta más
que con las fuerzas y talento propios, sin ningún apoyo externo que ayude a
encontrar un hueco, aunque sea pequeño, en el difícil ámbito de la república
literaria. Pocos editores le tenderán una mano si no tienen la seguridad de que
obtendrán un beneficio inmediato. Por tanto, los escritores humildes no tenemos
otro camino que la autoedición. José
Francisco y yo somos amigos, ya lo he dicho; en algunos aspectos, colaboradores
y confidentes. Él me honra al enseñarme sus trabajos y someterlos a mi juicio y
yo le enseño los míos con idéntica intención. Sus consejos siempre los he valorado,
lo que no significa que siempre los siga; él hará lo mismo con los míos.
Y por aquí es por donde, le digo a
Zalabardo, Schavelzon los critica. Lo
que hace que miremos a las editoriales con ojos diferentes a como se las ha mirado
en otras épocas, es que se han marcado como primordial y único objetivo la
rentabilidad, han postergado lo cultural y educativo y han encumbrado el ocio y
entretenimiento fáciles. ¿Tiene esto consecuencias notables? Sí: importa menos
la calidad y se busca publicar el libro que venda bien, con independencia de su
contenido. Dice Schavelzon que estas
editoras se quejan, por ejemplo, del daño que les hace el libro electrónico, un
porcentaje mínimo en el mercado, pero nada dicen de los libros-basura con que
obtienen pingües ganancias. Mejor eso que asumir el riesgo de promocionar
autores, como José Francisco Martín Caparrós y los demás humildes de
que hablo, que son poco conocidos aunque no carezcan de calidad.
En esta línea, José Francisco decía el otro día que él, cuando escribe, no busca educar,
sino solo ofrecer un producto digno que pueda ser apreciado. En esto, estoy con
él y creo que una grandísima parte de escritores también. El “enseñar
deleitando” es más de otra época. Tampoco estamos en contra del entretenimiento
(leer entretiene a la vez que provoca placer; y si, de paso, enseña algo, miel
sobre hojuelas). Solo que conseguir ese producto digno lleva bastante tiempo y
exige profunda dedicación. José Francisco
habló el otro día de lo que le costó escribir Uvas negras y yo he
hablado en ocasión anterior del esfuerzo que me supuso componer Como
médanos. Ni él ni yo, y bastantes más, nos haremos ricos con la
escritura, según creo; muy posiblemente, tampoco lleguemos a ingresar en ningún
parnaso. Y no digo esto como una queja, sino como una reivindicación ética.
Visto lo anterior, si tenemos el
camino vedado a editoriales con fuerte implantación y fácil acceso a las redes
comerciales, ¿qué queda para los autores humildes?, ¿qué pasa con las
editoriales pequeñas? Lo he dicho antes, la autoedición. La mayoría de las
pequeñas editoriales vive, sobre todo, de la autoedición. El editor de la
novela de José Francisco planteaba su
tarea como una aventura. Puede ser, pero con todos mis respetos y agradeciendo
la labor que realizan, la aventura, la odisea verdadera, creo que es más bien la
que viven los autores. La editorial, las editoriales que se nos ofrecen,
afrontan, por lo común, un riesgo mínimo. En la autoedición, el autor corre con
los gastos para que el libro vea la luz. Si triunfa, recupera su inversión y
puede que gane para pagarse unas cuantas cañas y una ración de gambas; y la
editorial, que ha cobrado por la maquetación, corrección, impresión, etc.,
percibe, además, comisiones por ventas. ¿Altos beneficios?; posiblemente no,
pero tampoco pérdidas. Si no se vende, el autor, lógicamente, pierde el dinero
invertido; pero la editorial no pierde, pues nada ha arriesgado; en el peor de
los casos, queda a la par.
Al final, la lógica se impondrá
siempre, quien tenga calidad saldrá adelante. Entre los escritores humildes (no
se olvide el sentido que doy a humilde) a los que defiendo en este apunte los
habremos de todas clases: buenos, regulares y malos. Serán los lectores quienes
decidan. Pero eso no será posible si el público no nos conoce. Y para que se
nos conozca alguien nos tendrá que echar una mano.
También el gran Ulises, con ser
quien era, recibió ayuda en su odisea particular.
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