sábado, mayo 05, 2018

LA ODISEA DE ESCRIBIR


El trabajo de escritora es difícil; es difícil al principio de la obra, difícil a la mitad y difícil al final. Adicionalmente, una vez que consigas finalizar tu obra, te asomarás a otras dificultades, las de publicar
                                   (Michelle Hunevan)

            Asistimos Zalabardo y yo hace unos días a la presentación de una novela de un compañero, y más aún amigo, José Francisco Martín Caparrós. No puede decirse que sea un autor novel ni mucho menos; Uvas negras es su cuarta novela y la primera que publicó se remonta a 2001. Acumula, por tanto, casi un cuarto de siglo de experiencia. No hablo, pues de un novel.
            Y aun así, es un escritor humilde. Con el adjetivo humilde no me refiero, por supuesto, a que sea de calidad inferior en su producción ni a una falta de ambición para conseguir las cotas más altas posibles. Lo llamo humilde en cuanto que pertenece a ese grupo de escritores, mayor de lo que parece y en el que también me incluyo, que ha de vivir el oficio de escribir como una dura odisea en la que, para salir airoso, no se cuenta más que con las fuerzas y talento propios, sin ningún apoyo externo que ayude a encontrar un hueco, aunque sea pequeño, en el difícil ámbito de la república literaria. Pocos editores le tenderán una mano si no tienen la seguridad de que obtendrán un beneficio inmediato. Por tanto, los escritores humildes no tenemos otro camino que la autoedición. José Francisco y yo somos amigos, ya lo he dicho; en algunos aspectos, colaboradores y confidentes. Él me honra al enseñarme sus trabajos y someterlos a mi juicio y yo le enseño los míos con idéntica intención. Sus consejos siempre los he valorado, lo que no significa que siempre los siga; él hará lo mismo con los míos.

           Le digo a Zalabardo que esta mañana leía unas líneas de un blog de Guillermo Schavelzon sobre la “crisis editorial”. Miraba, en especial, hacia las editoriales grandes, las que acogen en su nómina a los “grandes escritores” y las que, a la vez, dominan este negocio. Porque, piensa él y lo pensamos muchos, este mundo editorial parece atender más al negocio que a la cultura. Cuando estas editoriales hablan de crisis no piensan en falta de escritores o de calidad, sino en mengua de beneficios.
            Y por aquí es por donde, le digo a Zalabardo, Schavelzon los critica. Lo que hace que miremos a las editoriales con ojos diferentes a como se las ha mirado en otras épocas, es que se han marcado como primordial y único objetivo la rentabilidad, han postergado lo cultural y educativo y han encumbrado el ocio y entretenimiento fáciles. ¿Tiene esto consecuencias notables? Sí: importa menos la calidad y se busca publicar el libro que venda bien, con independencia de su contenido. Dice Schavelzon que estas editoras se quejan, por ejemplo, del daño que les hace el libro electrónico, un porcentaje mínimo en el mercado, pero nada dicen de los libros-basura con que obtienen pingües ganancias. Mejor eso que asumir el riesgo de promocionar autores, como José Francisco Martín Caparrós y los demás humildes de que hablo, que son poco conocidos aunque no carezcan de calidad.

            En esta línea, José Francisco decía el otro día que él, cuando escribe, no busca educar, sino solo ofrecer un producto digno que pueda ser apreciado. En esto, estoy con él y creo que una grandísima parte de escritores también. El “enseñar deleitando” es más de otra época. Tampoco estamos en contra del entretenimiento (leer entretiene a la vez que provoca placer; y si, de paso, enseña algo, miel sobre hojuelas). Solo que conseguir ese producto digno lleva bastante tiempo y exige profunda dedicación. José Francisco habló el otro día de lo que le costó escribir Uvas negras y yo he hablado en ocasión anterior del esfuerzo que me supuso componer Como médanos. Ni él ni yo, y bastantes más, nos haremos ricos con la escritura, según creo; muy posiblemente, tampoco lleguemos a ingresar en ningún parnaso. Y no digo esto como una queja, sino como una reivindicación ética.
            Visto lo anterior, si tenemos el camino vedado a editoriales con fuerte implantación y fácil acceso a las redes comerciales, ¿qué queda para los autores humildes?, ¿qué pasa con las editoriales pequeñas? Lo he dicho antes, la autoedición. La mayoría de las pequeñas editoriales vive, sobre todo, de la autoedición. El editor de la novela de José Francisco planteaba su tarea como una aventura. Puede ser, pero con todos mis respetos y agradeciendo la labor que realizan, la aventura, la odisea verdadera, creo que es más bien la que viven los autores. La editorial, las editoriales que se nos ofrecen, afrontan, por lo común, un riesgo mínimo. En la autoedición, el autor corre con los gastos para que el libro vea la luz. Si triunfa, recupera su inversión y puede que gane para pagarse unas cuantas cañas y una ración de gambas; y la editorial, que ha cobrado por la maquetación, corrección, impresión, etc., percibe, además, comisiones por ventas. ¿Altos beneficios?; posiblemente no, pero tampoco pérdidas. Si no se vende, el autor, lógicamente, pierde el dinero invertido; pero la editorial no pierde, pues nada ha arriesgado; en el peor de los casos, queda a la par.

           Hay, visto lo visto, una faceta que se atiende menos. A ella se refería Ángel Luis Montilla en la presentación de la novela de José Francisco Martín Caparrós. Puesto que las editoriales, que buscan la mayor rentabilidad posible, no se arriesgan a lanzar nuevos autores, alguien debería hacer algo por ellos. Aquí es donde se echa de menos la colaboración de los medios de comunicación, al menos los locales, que podrían atender la vertiente cultural abandonada y convertirse en correa de transmisión entre autores y público ofreciendo reseñas de las obras que publican los autores que no estamos inmersos en el “negocio”.
            Al final, la lógica se impondrá siempre, quien tenga calidad saldrá adelante. Entre los escritores humildes (no se olvide el sentido que doy a humilde) a los que defiendo en este apunte los habremos de todas clases: buenos, regulares y malos. Serán los lectores quienes decidan. Pero eso no será posible si el público no nos conoce. Y para que se nos conozca alguien nos tendrá que echar una mano.
            También el gran Ulises, con ser quien era, recibió ayuda en su odisea particular.


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