sábado, diciembre 11, 2021

HOMO LOQUENS

 


Ni Zalabardo ni yo tenemos conocimientos de antropología que nos permitan meter baza en el asunto de la clasificación taxonómica de los seres humanos. Tampoco los tenemos de otros muchos temas. Por eso no nos veo como tertulianos en uno de esos programas televisivos en el que unos colaboradores habituales hablan con desparpajo de todo como si alguien pudiera conocerlo todo. O sea, que nuestra sapiencia antropológica va poco más a allá de distinguir que homo habilis es el capaz de utilizar instrumentos, homo faber, el que ya se fabrica los que necesita y emplea y homo sapiens, el conocedor, el que sabe, el grupo al que, dicen, pertenecemos.

            Sin embargo, aunque quede fuera de todo lo que admita la ciencia, antigua o moderna, cuando conversamos nos gusta decir que el punto más alto de la escala humana corresponde a lo que llamamos homo loquens, el que habla, el que dispone de una desarrollada facultad de lenguaje que lo capacita para comunicarse con su entorno con algo más que gestos y gruñidos. No se nos oculta ni a Zalabardo ni a mí que eso ya se le presupone al sapiens; pero, solemos decir, ahí está el quid, que se le presupone, como cuando hacíamos la mili se nos presuponía el valor. Y, con ese argumento, seguimos defendiendo a este homo loquens que nos hemos inventado.


            Hablar, emitir palabras con las que comunicarnos con nuestro entorno. Qué fácil y qué complicado. Deberíamos sentirnos orgullos. El habla nos identifica con tanta precisión como las huellas digitales. No en vano un refrán afirma que Cada uno habla como quien es, razón por la que se recrimina a los descuidados al hablar o lo hacen irreflexivamente. Pensando en estos surgieron expresiones como Hablar a tontas y a locas o Hablar por hablar. El mayor reproche quizá lo merezcan aquellos por quienes se dijo Hablar por boca de ganso; esos no son ya simples descuidados; son, a la par que ignorantes, presuntuosos que sin saber de qué hablan se limitan a repetir lo que otros con mayor formación dijeron. Explicar los motivos por los que a un pedagogo, a un maestro se lo llamaba antiguamente ganso daría pie a otro apunte de esta Agenda.

            Departir, conversar, dialogar, charlar; bellas palabras para referirnos al acto en que dos o más personas hablan de los más variados temas sin presumir de ser expertos, dejando que los asuntos vayan surgiendo por sí mismos, sin obedecer a programa prestablecido y, cosa importante, respetando los turnos de palabra, porque no hay que monopolizar ni la palabra ni el conocimiento. Se conversa mientras se toman unas cervezas o unos vinos, mientras se disfruta de una comida, mientras se refresca uno en las tardes veraniegas o se busca calor del sol invernal, mientras se pasea, mientras, con absoluta despreocupación, se deja pasar el tiempo. El teléfono y las redes sociales, que nadie lo dude, son modos sucedáneos de conversar que jamás proporcionarán el gozo del amistoso cara a cara.


           Hay otros modos de hablar que persiguen un fin más serio, que no más alto, porque la vida hay que tomársela en serio y no está exenta de problemas. Por eso, al parlamentar, los interlocutores exponen sus puntos de vista con el objetivo de alcanzar una idea común que derive en un acuerdo. Si debatimos, contrastamos opiniones diferentes valiéndonos de argumentos que las defiendan y puedan demostrar cuál es preferible. En un discurso, en una disertación o en una conferencia, alguien, este sí tiene que ser experto, expone sus conocimientos a un auditorio para difundirlos y compartirlos. Pero si el ponente hace una disertación débil o carente de interés, se dirá peyorativamente que discursea. Y cuando en un parlamento o debate se olvida que el fin es llegar a puntos de encuentro y no hay otro interés que la defensa de la opinión propia con absoluto desprecio de las del contrario habrá discusión, pero no otra cosa. De esto, por desgracia, tenemos bastantes muestras en nuestro país.

            Pero Zalabardo me preguntaba por las tertulias. En principio, tengo que decirle que la tertulia es el lugar idóneo para conversar, dialogar, hablar de mil cosas diversas aun sin deseo de llegar a ningún lado, porque manda el objetivo de disfrutar del puro placer de hablar. Las tertulias tienen una larga historia detrás, aunque las que más nos suelen venir a la memoria son las que se celebraban en los salones, el siglo XVIII o las posteriores de los cafés, en el siglo XIX, sin olvidar, le digo, las famosas tertulias de las reboticas o de los casinos. Escuchaba hace unos días en la radio a un antiguo camarero del Café Gijón, de Madrid, famoso por sus tertulias, como antes lo fueron Pombo, Nuevo Café de Levante y otros. Contaba este hombre múltiples anécdotas vividas en su trabajo, pero lo que más me gustó es lo que contaba respecto a dos normas que, según él, eran muy respetadas por quienes asistían. Una decía: Aquí se expone, no se impone. Y la otra, que era más cargada de humor y desinhibición: Aquí venimos a mentir y a no dejarnos engañar. Con la primera, le digo a Zalabardo, debemos entender que la conversación no es lucha y, por tanto, no debe dejar ni vencedores ni vencidos; y con la segunda deberíamos entender aquello que decía Machado (creo que fue él): No creáis todo lo que os digan; ni siquiera creáis todo lo que os digo yo.


            La verdad es que no tengo muy buena opinión sobre las actuales tertulias de radio y televisión. Pero, aunque acepto que hay de todo, creo que lamentablemente predominan las que denigran la esencia de lo que una tertulia debe ser. En muchas de estas mal llamadas tertulias se grita más que se habla, no se respeta la intervención de los demás, se exhibe demasiado narcisismo, se parte de posturas irreductibles y hay poca disposición a aceptar planteamientos que no coincidan con el propio; y lo que es peor, se miente y se injuria sin el menor recato, con el desvergonzado ánimo de que la mentira ha de ser tomada como verdad y la injuria se extienda y se comparta. O sea, que hay parloteo ruidoso, verborrea insufrible, pero ni amena conversación, ni esclarecedor debate.

No hay comentarios: