sábado, mayo 14, 2022

HACER NOVILLOS


Mi pueblo, Osuna, está de feria este fin de semana. A mediados de mayo, mi pueblo toma el relevo de la de Sevilla y de la de Jerez. Hace muchos, muchos años, que no voy por la feria de mi pueblo. Lo cierto es que me atraen poco las ferias, como me atrae poco cualquier tipo de festejo que congregue multitudes. No obstante, estos días regreso a mi niñez y recuerdo las casetas de tiro, los puestos de turrón y la bamba que se alineaban junto a las tapias de lo que era el Asilo. Como recuerdo mi atracción favorita, el látigo, y, cómo no, el Gran Circo Americano, en el que los payasos Hermanos Tonetti me hacían reír. No sé si la memoria me juega alguna mala pasada, pero así lo recuerdo yo.

            Con ocasión de la feria, sugiero a Zalabardo, no estaría mal una reflexión sobre la expresión hacer novillos ‘dejar de ir a un sitio donde se tiene obligación o costumbre de ir, particularmente faltar los chicos a la escuela para irse a jugar’, según la definición de María Moliner. Zalabardo pone cara de extrañeza, porque no entiende qué pueda tener que ver una cosa con otra. Le digo, por lo pronto, que feria, ‘festejo, tiempo de vacación y descanso’, era, en un tiempo, la fiesta que se celebraba en días de mercado, en especial en aquellos en que se compraba y vendía ganado. Y hacer novillos, quién lo duda, es como tomarse unas horas de fiesta, de feria.

            No era yo, según recuerdo, niño dado a hacer novillos. En el pueblo, durante el bachillerato, quienes hacían novillos se iban al cerro de la Gallega, a los paredones, a la fachada principal de la Colegiata o, los que alargaban más la ausencia, al camino de las cuevas, a la cueva del Caracol o a las canteras. Recordaba todo esto hace unos días viendo a unos grupos de alumnos del instituto en que me jubilé, aquí en Málaga, cómo tomaban el sol en el Parque del Norte en lugar de estar en clase. Benditos ellos que todavía tienen tantos años por delante.

            El origen de hacer novillos es bastante confuso. No acaba de convencerme lo que sostiene Alberto Buitrago en su Diccionario de frases hechas, que lo sitúa en la costumbre de algunos jóvenes de abandonar su obligación para irse a una dehesa con intención de torear a escondidas alguno de los becerros que en ella pastan. No lo creo porque, aparte de ser una costumbre solo de quienes pretenden ser toreros, es algo que tiene lugar por la noche; además, en el lenguaje taurino, a eso se le llama hacer la luna.

            Zalabardo me dice que sigue sin tener claro que relacione la feria con faltar a clase. Le aclaro entonces que, ya en 1611, Covarrubias recoge en su Tesoro de la lengua castellana o española la expresión ir a novillos, de la que dice que es ‘término aldeano cuando un mozo ha salido del lugar con ánimo de ver el mundo y se vuelve dentro de poco tiempo, como hace el que va a comprar novillos a la feria’. Ya tenemos aquí la feria y el acto de afirmarse como adulto saltándose una obligación. Pero tampoco acabo de estar convencido y me parece una explicación tan incompleta como la de Buitrago. Ya le digo a mi amigo que estamos ante una expresión de origen oscuro.


           Por eso tomo otro camino y le pido que recuerde el capítulo tercero de La vida y hechos de Estebanillo González, pero mi amigo confiesa no haber leído esta novela picaresca y me veo obligado a citarle este fragmento: «…cargando con quince tornillos, novillos amadrigados del Cuartel de Nápoles, los llevé de nuevo a Roma a que hiciesen confesión general…». Le explico entonces que, desde época temprana, se llamó tornillo al soldado que deserta de la milicia, porque ‘se torna y abandona su puesto’. Todavía recogen este significado la Academia y María Moliner. Y los novillos de que se habla en el Estebanillo no son toros, sino, nuevos, novatos, bisoños si preferimos el término italiano. Tal vez, por analogía, la expresión entrase en el lenguaje estudiantil y el tornillo novillo pasase a designar al estudiante que descuidaba sus obligaciones y abandonaba las clases. Hacer como los (tornillos) novillos quedó finalmente en hacer novillos.

            Lo que pudiera sorprender, le digo a Zalabardo, es la cantidad de variantes que, con el tiempo, han surgido para señalar la ausencia a clase. La más extendida, sin duda, es hacer novillos, la que hemos comentado. Pero en mi pueblo, de él hablaba al comienzo y los nacidos allí que me lean podrán dar fe, siempre se dijo hacer la rabona. Supongo su origen en lo que recoge el Vocabulario andaluz, de Alcalá Venceslada, que dice que los cazadores llaman rabona a la liebre que se les escapa y rabonero a ‘quien hace la rabona, que falta a su trabajo’.

            Cuando llegué a Málaga, me encontré con que lo común aquí es hacer piarda, o pialba, según recoge Juan Cepas. Y siento decir que no he encontrado ni texto ni persona que me aclare el origen de piarda. Por fin, para ‘faltar a clase’, el español de ambos lados del Atlántico nos ofrece una numerosa serie que es casi imposible enumerar completa: en Madrid, hacer pellas; en Cataluña, hacer campanas; en Valencia, hacer fuchina; en Asturias, pirar clases; en Canarias, hacer huyona; en Euskadi, hacer pira. Muchas de estas expresiones son corrientes también en el español americano. Más propias de allí son: echarse la brincona, en México; hacerse la pera, en Ecuador; hacer la chancha, en Chile; irse de jobillos, en Puerto Rico…




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