sábado, noviembre 25, 2023

LOS DUEÑOS DE LAS PALABRAS (SOBRE NACIÓN Y PATRIA)

 

Así iniciaba Juan Ramón Jiménez, aún joven, Eternidades, de 1916: «No sé con qué decirlo / porque aún no está hecha / mi palabra». Pueden servir esos versos para expresar cuánto nos cuesta a veces decir lo que pensamos. Fórmulas recurrentes que empleamos son: «No sé cómo te lo diría…», «A ver cómo te lo digo…». No siempre encontramos la palabra precisa o la sentimos insuficiente para exteriorizar lo que nos bulle dentro.

        Es complicado delimitar el campo significativo de una palabra; no es fácil decir qué entendemos por palabra. Eso debería servir para contenerse y no arriesgarse a según qué juegos, para pensar el uso que hacemos de las palabras. No en vano los gramáticos vienen luchando, sin haber llegado aún a una meta válida, para encontrar una definición de lo que la palabra es.

        Una de las más tradicionales la describe como un elemento lingüístico compuesto por uno o varios fonemas dotado de un significado. Definición insuficiente porque, entre otras cosas, la realidad nos muestra que una palabra puede tener varios sentidos. El estructuralismo quiso solventar la cuestión proponiendo la oposición entre término y palabra; el término, propio de los lenguajes técnicos, designaría el empleo monosémico de una unidad léxica. La palabra aludiría a la unidad léxica esencialmente polisémica. Intento que tampoco prosperó, porque lo que más utilizamos en nuestra relación con los demás son palabras y no términos.

        Dejemos, pues, que sean los especialistas quienes resuelvan la cuestión. Me interesa denunciar cómo tantas veces, al apropiarnos de una palabra, la prostituimos. Porque las palabras, sus significados ―uno o múltiple― no son propiedad exclusiva de nadie, son de todos y nadie tiene derecho a imponerles un sentido único e interesado. Es Zalabardo quien me sugiere hablar de esto, porque mi amigo no es un personaje que asiente a cuanto digo, sin rechistar, o que se doblega sin resistencia a mi pensamiento como alguien ha insinuado. Zalabardo es, eso sí, prudente y educado.


    
    En una época de crispación desatada, en la que desde una tribuna del Congreso se llama hijo de puta al presidente de la nación, en que el presidente de un partido, despechado por no haber conseguido la investidura, lo llama mentiroso, en que el presidente de otro partido incita a la rebelión y al golpe de estado, vemos usar las palabras con enorme irresponsabilidad. Zalabardo, en cambio, guarda la compostura y la serenidad y es él quien me aconseja moderación cuando el cuerpo me pide decir palabras más gruesas. Mis palabras no son una defensa de Pedro Sánchez; ni a Zalabardo ni a mí nos gusta; pero pensamos que el ciudadano de a pie muestra su disconformidad en las urnas; y el político profesional, que habla en representación de los ciudadanos que lo han elegido, debe hacer valer sus ideas en el Parlamento con argumentos veraces y no en la calle con algaradas e insultos.

        Asistimos al bochornoso espectáculo de dejar volar libremente demasiados insultos y no el argumento, al reinado de la desmesura y no la razón. En eso pensaba al señalar la dificultad de hallar la palabra necesaria Y lo peor es que esa falta de comedimiento, esa propensión a la injuria, se disimula tras el empleo, prostituido, de palabras que merecen mayor respeto: nación y patria. Cuando tal cosa sucede, a Zalabardo y a mí se nos plantea la duda de si, al hacerlo, se sabe de qué se habla, si se hace a sabiendas o de forma ignorante.

        Sería un proceso largo de explicar e intentaré resumir. Nación, aunque pueda extrañar, proviene de una raíz indoeuropea gen-, ‘dar a luz’. De ahí procede gente, ‘tribu, pueblo’. Una forma sufijada *gna-sko- acaba en el latín nascor, germen del que salen tanto nacer como nación. Porque nación es el ‘lugar en que se ha nacido’. La evolución de su significado tampoco es fácil. Un artículo muy interesante y documentado de Andrés de Blas Guerrero y Pedro Carlos González Cuevas incluido en el Diccionario Político y Social del siglo XX Español nos puede orientar bastante. De ahí tomo que, en España, se han dado dos formas principales de entender qué sea una nación.

        Una interpretación, que podría llamarse «liberal», la entiende como una gran comunidad aglutinada en torno a la defensa de un orden de derechos y libertades. Es una interpretación política, fruto de la historia, que admite emergentes nacionalidades culturales que podrían hallar su encaje dentro de un «Estado integral». Otra interpretación, «conservadora», la entiende como la decantación de un largo pasado de raíz católica. España, defiende esta postura, nace con la conversión al catolicismo del rey visigodo Recaredo, se desarrolla a lo largo de la Reconquista y llega a su plenitud con los Reyes Católicos, que logran la unidad nacional y la evangelización de América.

        En la guerra civil, los sublevados monopolizaron la causa nacional retomando la tesis tradicional conservadora (aunque excluyendo el liberalismo y la Ilustración del XVIII). Negaron los hechos diferenciales, las pluralidades lingüísticas, o cualquier intento de descentralización del Estado. A la muerte de Franco, la democracia recupera la idea de que en la nación que llamamos España cabe el autogobierno de las regiones y que somos una «nación de naciones» o un «Estado plurinacional». La Constitución lo recogió así, aunque con la oposición de Alianza Popular, que se arrogó el papel de defensora de la «unidad de la patria».

 


       Y en esas estamos, porque quienes defienden un concepto centralista, unitario, de nación, se amparan en un viejo y manido concepto de patria, que, frente a lo que se pretende hacer creer, debería ser un concepto más fácil de entender. Patria deriva de la raíz pðter-, ‘padre’, y designa ‘lo relativo al padre’ aunque, de manera más amplia, pasa a designar ‘la tierra natal o adoptiva a la que se siente unido el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos’, noción que nos permite hablar de la patria chica para hacer mención del lugar en que hemos nacido. Eso debería convencernos de que puede haber una patria catalana, una patria asturiana, una patria motrileña…, sin que ninguna de ellas tenga que entrar en colisión con una patria española. Salvo que queramos abandonar el terreno de lo político, que acoge a todos, y adentrarnos en el más farragoso de los sentimientos religiosos, que apuntan más a lo personal.

        No estaría mal recordar las palabras de Cicerón en De natura deorum: «Non curat singulos homines. Non mirum: ne civitates quidem; non eas; ne nationes quidem et gentis», es decir, que Dios no se cuida de los individuos particulares, ni tampoco se cuida de las ciudades, ni tampoco de las naciones ni de los pueblos. También deberíamos recordar que Neruda decía que, a veces, las palabras se arrastran como serpientes. O que Blas de Otero pedía la palabra, sí, pero unida con la paz.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Amén! y no es de misa dominical.

Anónimo dijo...

Menudo lío con la patria y la nación, querido Anastasio. Muy bien tu exposición que nos deja igualmente en blanco, pero más argumentados. Todo estaba muy claro en los tiempos antiguos en que había una patria, terreno exclusivo de los militares, incluida la Guardia Civil, y la nación, que formábamos todos los demás adoctrinados por el nacional-catolicismo. Bajo la Nación estaban las regiones y luego estaban las provincias, las comarcas... la familia y el sindicato, jaja. Todo muy claro en una dictadura. Pero fíjate cómo ya en la Transición se desecha el concepto de nación, por franquista, y surge el de "país". De hecho en febrero de 1976 se funda El País, un periódico que lo era de una comarca o región, si no de ámbito nacional (Eapaña). Ahora que aceptamos el oxímoron de "nación de naciones" para salir del embrollo en que nos han metido, bien nos valdría recordar la solución adoptada por otros "países", como Estados Unidos o Méjico. Estados Unidos es una Unión de Naciones. Quien haya nacido allí dirá quees "American", ni siquera dirá que es norteamericano, a tal punto llega su desprecio del resto de habitantes del continente. El dinero lo es todo.
Ahora lo políticamente correcto, "el término" de moda, que no la sagrada palabra, es Estado. Como en "America", what' a coincidence. Cataluña es una nación "encajada" (¿atenazada?) en un Estado del que quiere escapar como habilidoso Houdini. Entre tanto, Cataluña, ya convertida en "República Catalana", intentará absorber al resto de "Països Catalans" y el País Vasco, ya convertido en Euskadi, intentará lo propio con el resto de tierras de Euskal Herría.
Gracias por tu reflexión que me invita a reflexionar también, no para aclarar las cosas, sino para añadir más preguntas a la confusión ya existente.
Y así se nos pasa la vida, espectadores de este teatrillo que nos han montado y que espero que no acabe como otros teatrillos de los años 30.
Según la Agencia "Estatal" de Meteorología van a bajar las temperaturas en el País Vasco, la Comunitat Valenciana", Catalunya y la región de Murcia. ¿Nación de naciones, decías?
Un saludo. Antonio.

siroco-encuentrosyamistad dijo...

Dando en el clavo, como siempre Zalabardo es de gran ayuda. Para mí, que acabo de oír a älvarez Junco, veo claro que el problema es superar lo de estado-nación-soberano. Aprender a que una y otra parte sepan aplicar lo de la soberanía compartida y superar este federalismo imperfecto que tenemos. Todo es cuestión de ser más inteligentes, creativos y generosos.

jaramos.g dijo...

Interesante y oportuno artículo sobre las palabras «nación» y «patria», a partir de una rápida mirada al concepto mismo de palabra. Si me permites, quisiera comentar algunos aspectos, después de felicitarte y agradecerte tu escrito.
1) Juzgo muy productiva la distinción entre las terminología o léxico propio del lenguaje de la ciencia (en sentido amplio) y la técnica en cualquiera de sus ramas y niveles, el derecho, la administración, etc., como por ejemplo «meridiano» o «real decreto», y el vocabulario común, forjado en la vida cotidiana y sujeto al devenir de su transcurso histórico, como ««comprar» o «madre».
2) Esta distinción creo que es relevante para diferenciar las palabras «nación» y «patria», puesto que la primera es un «término» político- administrativo, y no el segundo que, de una manera un tanto vaga alude al contexto geográfico y social donde uno ha nacido y/o habita, y considera el lugar donde se enraíza su vida en todos los aspectos de la misma; de ahí, su componente sentimental. En efecto, decimos que «España es una nación europea», pero no *«una patria europea». Tal vez entre una y otra se sitúe la voz «país», unas veces más cerca de «nación» («España es un gran país») y otras, más próxima a «patria» («España es mi país»).
3) El independentismo juega con la proximidad de todos estos significados para sacar renta a su favor, tratando de confundirlos. Así, puesto que es legítimo hablar de «patria» refiriéndose a la región o zona donde ha venido a este mundo y vive o ha vivido, se pasa a igualar el término con «nación» y obtener con ello fundamento para reivindicar el carácter de «nación» para dicha región. La existencia de una lengua local ayuda mucho a este tránsito conceptual y actitud reivindicativa. El caso de Cataluña es paradigmático. No se da, evidentemente, el proceso contrario, es decir, que alguien considere que *«Europa es una nación» simplemente porque es lícito llamarla «patria». En síntesis, para que exista la «nación» es imprescindible un estatus políticoadministrativo determinado, base de la independencia, que no poseen las provincias, las comunidades autónomas o regiones. El citado doble valor de «país», permite denominar así a la Comunidad Autónoma Vasca sin ningún problema.
4) Yo no suelo acudir a la etimología para establecer el significado genuino y auténtico de una palabra; en todo caso, para llegar a su sentido originario, pero nada más. La mayor parte de los vocablos no terminológicos han alterado o ampliado su contenido semántico, que a veces nada tiene que ver con el que hallamos en su etimología.

JosemaJbg dijo...

Gracias a todos por los comentarios esclarecedores. Sin embargo, a diferencia de la dureza de algunas acepciones, quizás podemos degustar más lo de la Madre Patria, que casa estupendamente con nuestras filiaciones y hermandades. Nos parece una perita en dulce que aleja amargores y también amarguras.