sábado, noviembre 18, 2023

¿PERO QUIÉN ES ZALABARDO?

 


La pregunta me la han planteado varias veces: ¿Pero, quién es Zalabardo? A veces ha sido una variante: ¿Quién se esconde tras Zalabardo? Comienzo aclarando que Zalabardo es un personaje de ficción. Ni seudónimo ni heterónimo. El seudónimo es un nombre supuesto tras el que se esconde una persona real. Cecilia Böhl de Faber escribió bajo el nombre de Fernán Caballero, seudónimo. El heterónimo es algo más; a ese nombre supuesto se le añade, además, una identidad y una biografía e incluso se le atribuyen obras. Un caso claro: Juan de Mairena, heterónimo famoso del que se valió Antonio Machado. Zalabardo no es ni una cosa ni otra; es un personaje ficticio al que, con el tiempo, he convertido en mi amigo y, no pocas veces, confidente.

            En el apunte anterior me comprometí a desvelar quién es y cómo apareció en mi vida. ¿Qué sentido tendría dilatar la cuestión si lo puedo hacer hoy mismo? Vamos a situarnos en un tiempo y un espacio. 1975 es fecha fácil de recordar: muere Franco y en España se inicia una nueva era. En 1977 fue legalizado el Partido Comunista y en 1978 fue aprobada, en referéndum, la Constitución. Es decir, vivíamos los primeros y esperanzadores pasos de la Transición. Ese mismo año, 1978, se creó el Instituto Nacional de Bachillerato Mixto nº 3, en la Barriada Nueva Málaga. Con el tiempo, ese largo nombre terminaría siendo IES Pablo Picasso.

            Pusimos en marcha ese instituto un grupo de profesores nuevos, que no novatos, pues casi todos teníamos amplia experiencia docente. Todos con inquietudes, con deseos de renovar el campo de la enseñanza, de aplicar reformas pedagógicas. También coincidieron allí ideologías bastante diversas. Y aunque había acuerdo en las ganas de trabajar, con frecuencia surgían roces debidos al modo distinto de enfocar cada asunto. En los ambientes educativos de Málaga se extendió la idea de que el Picasso era un «instituto conflictivo». Yo no diría tanto. El paso del tiempo me ha hecho ver que, pese a la diversidad ideológica, a todos nos empujaba el deseo de defensa de la libertad y de fortalecimiento de un espíritu renovador. Emulando a Calderón, podría decirse de nuestra actuación que «errar lo menos no importa si acertó lo principal». Por eso, a nosotros nos gustaba más hablar del «espíritu del Picasso».


           Me digo a veces que tal vez la existencia de esos roces es lo que me sugirió la idea, era ya 1996 y el instituto había alcanzado su madurez, de hacer algo que ayudara a una mejor convivencia entre los profesores. Opté, aprovechando la celebración de la Semana Cultural, por escribir un cuento del que dejé copias en la Sala de Profesores: ¿Quién mató a Matías Zalabardo? (relato-concurso).

            ¿Qué tenía aquel breve relato? Su trama: tras la vuelta de vacaciones de Navidad, en un aula aparece el cadáver de un alumno identificado como Zalabardo, a quien, no obstante, nadie conocía; ni siquiera en los registros de Secretaría existía documentación acreditativa de que estuviese matriculado. A esto se unía que, en mi intención de atraer la atención, los personajes de la historia fuésemos los profesores que componíamos el claustro, presentados con nuestras manías, nuestras virtudes y nuestros defectos, aunque siempre en un tono humorístico. Un segundo factor clave era que el difunto Zalabardo había dejado, escritas con su propia sangre en el suelo, unas pistas que delataban a su asesino; pero estas pistas, según se interpretaran, podían conducir a muchos de nosotros. Y, por fin, me pareció fundamental que en el relato no se desvelara el final. Eso me permitía invitar a mis compañeros a resolver el enigma de aquella muerte.

            ¿Por qué el nombre de Zalabardo? Pura casualidad. Era un apellido raro, pero sonoro y llamativo, que, curiosamente, aparecía en un elegante rótulo azul con letras blancas ―Inmobiliaria Zalabardo― sobre un local en la esquina entre las calles Martínez Maldonado e Ingeniero de la Torre Acosta, por donde yo pasaba cada día. ¿Y por qué no llamar así a mi personaje? Me gustó, además, que el posible origen de ese apellido fuese un término marinero, ya que salabardo significa «arte de pesca consistente en un bolso de red sujeto a una armadura con mango, que se emplea para extraer la pesca de las redes grandes», una red que nos recogiera a todos.

 


           La historia caló entre los profesores más de lo que yo pudiese esperar. Hubo interés en tratar de adivinar quien de ellos podría haber sido el asesino e incluso entre algunos había temor a ser el «malo» de la historia. Como se aproximaba la jubilación de un profesor de Física, Pepe Melero (febrero de 1996), le dediqué el cuento y esperé al acto de despedida para desvelar el misterio. A la vista de la buena acogida, y creyendo que Zalabardo podía ser un elemento integrador, no tardé mucho en «resucitar» al personaje y, en mayo, escribí El regreso de Matías Zalabardo. ¿Importaba mucho que en el relato inicial ya apareciera muerto? Los lectores aceptan las licencias de ese tipo con toda naturalidad. El curso 1998-99 volví a la carga con ¡Maldición, otra vez Zalabardo! Y, aprovechando el 25 aniversario de la creación del instituto, en el 2003 escribí Que veinte años no es nada (¿Qué decir entonces de veinticinco?). Apuntes para unas memorias de Matías Zalabardo. Incluso el propio instituto hizo una publicación, Todo Zalabardo, que recogía las diferentes historias.

            Pero se recuerda en el Quijote la máxima de Hipócrates, «toda hartazga es mala», y ahí se cerró el ciclo. No obstante, llegó 2006, se habían impuesto los ordenadores y apareció la moda de los blogs. También yo me sentí atraído por esa tendencia, me abrí una cuenta y di comienzo al mío. Si Alonso Quijano anduvo ocupado ocho días hasta ponerse como nombre don Quijote, no sé cuánto estuve dándole vueltas al caletre para ver qué nombre elegir. Hasta que me pareció buena idea recuperar al buen Zalabardo. De personaje literario lo transformé en apócrifo amigo y acompañante leal. La atribuí ser dueño de una agenda que no utilizaba y que había puesto a mi disposición para que en ella escribiese lo que me pareciera. Así nació La Agenda de Zalabardo.

            Entre el cuento inicial y la posterior Agenda, el personaje Zalabardo vivió, y yo con él, bastantes vicisitudes. Tantas, que llevo años empeñado en escribir su historia en forma de novela. ¿Su título provisional?: El extraño, inquietante e inverosímil caso Zalabardo. Dedico un tiempo a ella, la dejo reposar y más tarde continúo. La verdad es que no tengo prisas por terminarla.

            Y esta es la historia de mi Zalabardo. En el próximo apunte retomaremos la línea habitual.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un alumno en encontrado muerto tras las vacaciones de Navidad. Un claustro dividido al que nunca llegaron los Pactos de la Moncloa. Una inmobiliaria en una esquina. Un profesor que se jubila, con impoluta chaqueta azul marino, el Carrascal de la Física y Química. Una inmobiliaria en una esquina...
Es cierto que el Picasso se consideraba un Instituto conflictivo en el que, bajo el subterfugio de la "libertad" -divina palabra-, se daba demasiada iniciativa al alumnado. De hecho, la Sala de Alumnos estaba situada junto a la Sala de Profesores y los aseos del profesorado se compartían por igual por "patricios y plebeyos". Dado que el cadáver de Zalabardo se encontró precisamente en la Sala de Alumnos y que esa zona era territorio prohibido para el profesorado, ¿cómo se puede atribuir el crimen a alguno de los docentes? Es más, ¿qué pruebas hay de que Zalabardo fue efectivamente enterrado y quién acudió al supuesto entierro? Fue Zalabardo incorporado al laboratorio de Física y Química para posteriores pruebas inconfesables? ¿Por qué la chaqueta de Pepe Melero fue llevada al tinte días después si nunca fue objeto de mácula alguna, pese a las enrevesadas e interminables fórmulas plasmadas en el encerado? ¿Por qué esa precipitación de dos profesores del centro en abrazar la LOGSE y predicar la por remotos y rancios centros escolares tachados de irreductibles fortalezas ante la Reforma Educativa? En breves palabras: ¿se analizó suficientemente la cuestión principal que suscita un crimen, el "cui prodest?" ¿A quién benefició realmente la desaparición de Zalabardo? ¿Y si Zalabardo no fuera un alumno, sino una idea? Y si Zalabardo representara la contrarreforma educativa, ¿no explicaría esto la inexistencia de registro alguno en Secretaría? Esta contrarreforma silente de los descontentos explicaría la aparición periódica del fantasma de Zalabardo, pese a las misteriosas friegas con lejía y otras productos apotrépticos con que el centro se embadurna en cada período de vacaciones navideñas.
No quiero dar más pistas. Invadiría las funciones de mi admirado Anastasio, el único compañero que se atrevió a abordar el misterio desde sus comienzos.
En cuanto a mí, lamento mi aportación tardía, pero que tranquiliza considerablemente mi conciencia, a pesar de la distancia temporal de los hechos y su transformación en inexplicables fenómenos. Espero haber contribuido así al esclarecimiento de la verdad, o al menos al apaciguamiento del errabundo espíritu de Zalabardo, sea éste un incógnito alumno o la recurrente personificación de las visiones retrógradas de la Enseñanza.
Firmado: A. L.

siroco-encuentrosyamistad dijo...

Cualquiera que habitualmente lea su agenda, deduce que Zalabardo es un personaje de ficción, un confidente y un apoyo inestimable que acoge siempre con buena predisposición las reflexiones y pensamientos del autor. Ahora tras leer su explicación y la respuesta de A.L., deduzco que los asuntos zalabardianos van más allá de lo que inicialmente deduje; espero esa novela pronto.

Anónimo dijo...

Vengo tarde, pero bueno... Sólo era para decirte que hay otro escritor, también de columnas, Chivite se apellida, que, como tú, se vale de un amigo imaginario, Lutxo.