Cuando aparezca este apunte en la Agenda, le digo a Zalabardo, estaremos en las vísperas de la Navidad o en el día mismo de la celebración. Con independencia de las creencias religiosas de cada persona, estos días se celebra el nacimiento de Jesucristo. La palabra navidad procede de la latina nativitas, ‘nacimiento’. No quiero que nadie entienda en lo que sigue una actitud crítica frente a ninguna de las religiones que tienen su principio en este hecho. Solo pretendo aclarar la influencia que unas culturas tienen en otras.
La historicidad
de Cristo es algo que nadie discute. Pero sí podemos discutir sobre la
exactitud de la fecha. La fecha del nacimiento de Cristo se desconoce,
como se desconoce la de tantas otras importantes figuras de la antigüedad. La
razón es obvia: faltan documentos fidedignos que apoyen ese dato. Zalabardo me
pregunta por el valor documental de los evangelios. Los evangelios, le digo, recogen
la base del cristianismo, pero en ellos no se habla de ese dato. Marcos
y Juan ni siquiera hacen referencia a su nacimiento e inician su relato
con Jesús presentándose ante el Bautista. Y Mateo y Lucas,
que sí hablan de su nacimiento, nada aclaran sobre la fecha.
Habría que esperar a un
periodo a caballo entre los siglos III y IV en que el emperador Constantino
reconoce el cristianismo y lo considera religión del Imperio. Serían este emperador
y el decidido apoyo del papa Julio I quienes decidieran que el 25 de
diciembre fue la fecha del nacimiento de Cristo. ¿Y por qué precisamente
el 25? Por un lógico deseo de acallar ritos paganos muy arraigados en el pueblo
y, a la vez, ganar prosélitos para la nueva religión. A fines de diciembre
tiene lugar, en el hemisferio norte, el solsticio de invierno. Los días han
alcanzado su momento de mayor brevedad y las noches comenzarán a acortar su
duración. También ha terminado un ciclo agrícola y hay que ir preparándose para
el nuevo. En esas fechas, entre los días 17 y 23 de diciembre, se rendía culto
al Sol Invicto y se celebraban las Saturnalia para mostrar
agradecimiento a Saturno, protector de la agricultura y las
cosechas. Las familias se reúnían, se hacían regalos y se disfrutaba de
festejos antes de dar comienzo al ciclo siguiente. ¿Por qué no presentar a Cristo
como encarnación de ese Sol vencedor que viene a reinar sobre
este mundo y a favorecer nuestras necesidades?
En este punto, le aviso a Zalabardo, es cuando cabe hablar de qué distingue a una religión de un mito, ya que hay mitos que son germen de algunas religiones y religiones que se sirven de mitos existentes porque favorecen sus propósitos. Está más que demostrado que el sincretismo religioso (la hibridación y amalgama de culturas y religiones diversas) es una constante histórica. Comunidades mayoritariamente analfabetas entienden mejor una anécdota que un razonamiento teológico. Cultos, creencias y ritos relacionados con el solsticio de invierno se encuentran en las culturas romana, judía, celta, persa, nórdicas… Y no es raro descubrir cómo muchas formas de presentar estas creencias se iban pasando de una cultura a otra, de una religión a otra.
El mito, dice Irene
Martínez, «es una narración referida a un orden del mundo anterior al orden
actual cuyo fin es explicar no una particularidad local sino una ley de la
naturaleza de las cosas». Así, que Hércules separe con su fuerza
dos puntos de la tierra y abra el estrecho de Gibraltar es leyenda, pero no
mito; en cambio, la existencia de un diluvio o la creación del hombre sí son
mitos que podrían incardinarse en una religión para reforzarla. Y, según la
definición de Durkheim, la religión «es un conjunto de creencias, ritos
y prácticas que unen en una misma comunidad a todos los que a ella se adhieren».
Cristianismo, judaísmo, mazdeísmo, etc., son religiones.
Por lo dicho, toda
religión, para calar entre sus fieles, necesita de un relato, una exposición
que la haga fácilmente entendible. Y aquí viene lo del sincretismo. Parece
demostrado, le digo a mi amigo, que el relato de las principales religiones que
conocemos tiene su origen en oriente. Empecemos por la que estos días nos
ocupa. En el cristianismo, Cristo nace un 25 de diciembre, en un
pesebre, de madre virgen, son unos pastores los primeros que acuden a adorarlo
y unos magos, avisados por un suceso extraño, acuden a comprobar su nacimiento.
Ya hemos dicho
la razón del 25 de diciembre. Veamos cómo entre otras religiones y cultos se
encuentran detalles coincidentes. Por ejemplo, de Mitra,
divinidad indoirania, lazo entre Dios y los hombres, se dice que nació en una
cueva, el 25 de diciembre, hijo de una virgen a la que se denomina «Madre de
Dios» y que fue adorado por unos pastores y unos magos. En Roma, a Mitra
se lo relacionó con una divinidad solar y el mismo Constantino, antes de
declarar oficial el cristianismo, lo identificó como el Sol Invicto.
Las religiones hinduistas cuentan que Krishna nació en una cárcel y que su madre fue la virgen Devaki, fecundada por Vishnú, que «bajó» hasta su vientre. O sea, que Krishna es uno de los avatares de Vishnú que nos hace pensar en lo que Juan dice sobre que «el Verbo se hizo carne» o aquello que narra Lucas sobre que María concibió «por gracia del Espíritu Santo».
Los griegos nos
cuentan la historia de Perseo. Hijo de Dánae,
encerrada para evitarle cualquier contacto con hombre, no escapó del poder de Zeus,
que, transformado en lluvia de oro, la fecundó. Ya mayor, Perseo
sería enviado a cumplir una misión que parecía imposible, cortar la cabeza de Medusa,
la única Gorgona mortal, cuya mirada no podía ser resistida por
ningún hombre.
Podríamos
seguir contando historias ―de Osiris, de Horus, de Dioniso,
de Rómulo y Remo…―, pero todas nos llevarían a más
y más historias que se van entrelazando. Por eso le digo a Zalabardo que es
mejor cortar aquí, centrarnos en estas entrañables y familiares fiestas, aunque
a veces se nos van haciendo pesadas, y desear a todo el mundo, cualquiera que
sea su creencia, muchas felicidades.
3 comentarios:
Muchas gracias, Anastasio. Excelente artículo sobre el sincretismo religioso en el se de basa nuestra Navidad. Hay un libro emblemático sobre cómo se realizó este proceso en el paso de la Edad Media al Renacimiento. Es el libro de Jean Seznec, "Los dioses de la Antigüedad en la Edad Media y en el Renacimiento, Madrid, Taurus, tr. Juan Aranzadi, 1983. Tu artículo me ha recordado este libro y me ha ampliado horizontes sobre los mecanismos mediante los cuales las religiones utilizan mitos anteriores para ganar influencia entre la población.
Me resulta extraño comentar algo con alguien no identificado. Igual que expongo mis ideas declarando mi nombre por delante, me gustaría que cualquier juicio, favorable o no, apareciera acompañado del nombre de su autor. No conozco ese libro concreto. Sí otros.
Me pierdo en este mundo de las redes. ¿Por qué aparece como "anónimo" mi respuesta al primer comentario si su autor soy yo, quien escribe el blog, Anastasio Álvarez?
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