No creo que haya muchos hablantes desconocedores de este refrán que aconseja no apresurarse cuando se tiene prisa para algo. Y es que, precisamente para que lo que pretendemos salga bien conviene andar paso a paso, no a saltos que nos pongan en peligro de caer; y aun que esos pasos sean cortitos y meditados. Le digo a Zalabardo esto porque, aunque la RAE publicara hace ya días su periódica reforma del Diccionario, he querido esperar a revisar con calma su contenido antes de emitir una opinión.
Siempre que pienso en
este tema, el de las palabras que acogemos en el Diccionario,
tengo presente a Feijoo ―Benito Jerónimo, el fraile gallego del
siglo XVIII y no a su paisano, actual jefe de la oposición en el Congreso―. El Feijoo
ilustrado, a quien considero modélico en el uso del idioma, nos legó algunos
principios que nunca debiéramos olvidar: que no puede considerarse «vicio del estilo
la introducción de voces nuevas o extrañas al propio idioma»; que para manejar
esas palabras, las nuevas o las tomadas prestadas, solo «es menester un tino
sutil, un discernimiento delicado»; o que «de no haber afectación, no ha de
haber exceso». Más claro, agua.
Le confieso a
Zalabardo mi preocupación por que mis argumentos no sean bien entendidos. Y es
que, cuando uno no muestra entusiasmo ante una novedad, siempre hay quien afirma
que estás contra ella. Y no es así. Lo que pasa es que nos hemos acostumbrado a
que cada año, o cada muy pocos años, la Academia saque una relación de
modificaciones en el DLE, que se difunde y aplaude con fervor en casi
todos los medios. Y yo, antes de decir nada, prefiero apoyarme de nuevo en Feijoo:
«Aunque tengo por obras importantísimas los diccionarios, el fin que tal vez se
proponen sus autores de fijar el lenguaje, ni le juzgo útil ni asequible. No
útil porque es cerrar la puerta a muchas voces cuyo uso nos puede convenir; no
asequible porque no hay escritor de pluma algo suelta que se proponga
contenerla dentro de los términos del diccionario».
Aquel fraile benedictino ―le digo a Zalabardo― defendía que no hay tener ninguna prevención contra neologismos o extranjerismos, siempre que seamos diestros y sutiles en su empleo. En cuanto al Diccionario. sus ideas caben en pocas palabras: ni todas las palabras pueden estar en un diccionario ni nadie debe cometer la tontería de usar solo las que en él aparezcan. Por eso carece de sentido preguntarse si una palabra está recogida por la RAE o por qué no se destierra tal otra. Mi madre usaba almáciga con un sentido no recogido en el DLE y nunca diré que hablase mal. Mi querida amiga Pepa Márquez usa jicá (y otras) que no aparecen en ese diccionario, y me encanta oír las voces que emplea. Y hoy mismo, paseando por Almogía, me encuentro con avareo y descapote, que tampoco están amparadas por la Academia.
En el documento de la Academia
veo cosas positivas y cosas que no lo son tanto. Aplaudo la inclusión de sinónimos
y antónimos, algunas acepciones nuevas y algunas exclusiones que iban siendo
precisas. Sin embargo, creo que se deja arrastrar, lo he dicho otras veces, por
unas prisas excesivas. A las palabras hay que darles un tiempo para que se
asienten y se generalicen en su empleo. No importa tanto si una palabra está o
no como el uso que de ella se haga. El Diccionario de la Academia
debe ser una obra con finalidad descriptiva; debe dar fe, como un notario, de
las palabras que se han asentado entre los hablantes y certificar la defunción
de las que ya no se usan. Ha de ir, pues, a la zaga de los hablantes, nunca por
delante. Pretender que el diccionario sea normativo, que imponga lo que hay que
decir, está fuera de lugar.
Si este objetivo se
quiere alcanzar con éxito, sobran las prisas. Pongo un ejemplo. El mundo de la
tecnología es muy cambiante. ¿Recordamos aquellos discos de almacenamiento de
datos en formato digital, los CD-ROM? Pronto aquello se
españolizó como cederrón y entró a bombo y platillo en el DLE.
Bien. ¿Quién se acuerda ya de lo que es un cederrón y quiénes
hacen uso de ellos? Una palabra de esa naturaleza cabe, es mi opinión, en un
diccionario específico, nunca en el general. Entre las introducciones ahora
aceptadas, pienso igual de feng shui, de bracket
o de big data.
Me parece bien que se
recoja bobsleigh, un deporte extraño en nuestras tierras y de
complicado nombre, o esa nueva modalidad conocida como parkour
(que me ofrece la misma duda ortográfica que okupa). Me extraña
que se dé entrada a boccia, un tipo de petanca adaptada a
paralímpicos, si ya tenemos bocha, que es exactamente lo mismo. ¿Pero
tiene sentido conceder ese honor a balconing, que no es más que
una práctica peligrosa e irresponsable que ojalá sea pronto una moda
pasajera?
Aparece también como nuevo inquilino porsiacaso, ‘lo que se lleva en previsión de necesitarlo’. Puestos a eso, ¿no se podría incluir también poyaque, ‘lo que se va añadiendo a una obra sin que esté en el proyecto inicial’, palabra que oí por vez primera, hace ya muchos años, en boca de mi buen amigo Carlos Rodríguez, o el nosequé que tan bien nos explicó Feijoo hace casi trescientos años?
Loable el deseo de
suprimir todo lo que suponga actitud machista en una sociedad que marcha hacia
una auténtica igualdad, no conseguida aún del todo. Por eso, si desaparece periquear,
‘dicho de una mujer, disfrutar de una excesiva libertad’, se tendría que haber
mandado también a tomar viento la acepción 7 de perico: ‘persona,
especialmente mujer, que gusta de callejear, y es a veces de vida desenvuelta’.
Aunque yo hubiese dejado las dos, suprimiendo esa alusión casi exclusiva
a las mujeres.
Por fin, señalo dos introducciones
que no entiendo en absoluto. Todos sabemos que añadiendo el sufijo -mente
a un adjetivo, obtenemos un adverbio de modo; o que basta unir un prefijo para otorgar
a cualquier palabra un nuevo matiz en su significado. Si esto es así, ¿Por qué,
entonces, aparecen ahora fácilmente y supervillano
y no, pongo por caso, concretamente o superchalet?
En resumen, le digo a Zalabardo,
lo que más me molesta es esa atención desmedida de los medios, escritos y
hablados, a las “novedades” recogidas en el Diccionario, cuando
en esos mismos medios vemos continuamente que no se sabe diferenciar entre porqué,
por qué, porque, por que; o se dice se
investigan a tres personas, manifestando el desconocimiento de lo que
es una construcción pasiva refleja, una reflexiva y una impersonal refleja; o se insiste en habían
muchos espectadores, despreciando la norma, aquí si cabe, de que la
impersonalidad se construye en singular.
Y cito solo tres ejemplos.
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