José Gella Iturriaga, etnólogo, historiador y miembro de la Real Academia de la Historia, afirma en su obra Flor de refranes cervantinos (1978), que Cervantes utiliza en el conjunto de sus obras 1002 refranes, de los que más de la mitad, 530 ―número que, si contamos los que se repiten, sube a 659― aparecen en el Quijote. No es mi intención comprobar la exactitud de este cómputo; tampoco tengo razones para dudar del mismo porque cualquiera que haya leído el Quijote sabe la frecuencia con que los encontramos en sus páginas.
Me plantea
Zalabardo varias cuestiones sobre los refranes a un tiempo: su origen, fiabilidad
de su contenido, diferencia con los proverbios, su empleo en la actualidad…
Casi nada. Sería necesaria una extensa monografía para contestar todas sus
dudas. Por eso me limito a salir del paso con muy breves explicaciones. Por
ejemplo, que el refrán es una expresión antiquísima, casi imposible de datar,
que tiene carácter popular y nace de los conocimientos que la experiencia
otorga, que prácticamente es igual que el proverbio o el aforismo, aunque se
distingue por su carácter más popular y oral, mientras que los segundos tienen
una cuna más culta y se transmiten en la escritura. Creo que con eso debiera bastar.
Sin embargo,
quiero añadir algo más. Que, como dice el romanista José Enrique Gargallo,
profesor de la Universidad de Barcelona, España es un país refranero como
ningún otro y no solo en el habla, pues nuestra literatura ―desde Berceo
a Machado― difícilmente se entendería sin el empleo de los refranes.
Dice también, y tampoco discutiré esta cifra, que existen localizados en torno
a 100.000. Sobre su actualidad, continúa, el mundo sigue y los elementos de las
lenguas se renuevan, por lo que no es de extrañar que surjan diferentes formas
de expresión.
En España, muchos y grandes maestros han dedicado parte de su tiempo a la paremiología, la ciencia de los refranes. Uno de ellos, Gonzalo de Correas, publicó en 1627 un Vocabulario de refranes donde comentaba algo más de 25.000. Y mi ilustre paisano Francisco Rodríguez Marín publicó en 1926 Más de 21.000 refranes castellanos no contenidos en la copiosa colección del maestro Gonzalo de Correas. Y se podría hablar también del Marqués de Santillana, de José María Sbarbi, de José María Iribarren, de Luis Montoto… El propio Cervantes elogia los refranes haciendo decir a don Quijote, en el capítulo 21 de la primera parte: «Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas».
Pero, dando la
razón al profesor Gargallo cuando sostiene que las hablas se van
modificando y con ellas esos dichos sentenciosos tradicionales, le digo a
Zalabardo, que muchos refranes se van modificando ―a veces hasta quedar
irreconocibles―, aunque lo de ser un «dicho agudo sentencioso de uso común»
permanezca inalterable. Y le pongo a mi amigo el ejemplo de dos refranes que,
siendo tan diferentes, expresan lo mismo. Ignoro cuál de ellos será el más
antiguo. Uno es No está el horno para bollos y, el otro, No
está la magdalena para tafetanes. El primero proviene de una verdad
innegable en cocina: que, si la temperatura es demasiado alta, podemos quemar
lo que queremos cocer; el segundo ―que nada tiene que ver con bizcochos― se
extrae de un episodio evangélico: que, tras la muerte de Cristo, María
Magdalena no estaba para vestir galas y tejidos lujosos. De esas dos
realidades sale la moraleja del refrán: ante una situación complicada, debemos
esperar a un momento más oportuno para nuestro propósito. Pues bien, que yo
conozca, variantes de esos refranes son: No está la cosa para bromas,
No está la marrana para arrimarle más lechones y dos algo menos
serios: No está el coño para fiestas y el más comedido No
está el chichi para farolillos.
También le digo a mi amigo que un refrán puede perderse porque han dejado de emplearse las palabras que lo integran o porque llega a nosotros deformado o abreviado. ¿Quién no conoce No todo el monte es orégano? Todos entendemos al usarlo u oírlo que ‘junto a lo que parece fácil podemos encontrar dificultades’. Rastreando su empleo, encontramos que, en su origen, quería decir que ‘hay que estar prevenidos, ya que buscando una cosa podemos toparnos con otra no deseada’. En el capítulo 21 de la primera parte del Quijote, Sancho dice recordando un reciente episodio: Quiera Dios que orégano sea y no batanes; y en el 36 de la segunda parte, cuando la Duquesa nota el carácter codicioso de Sancho, dice: No querría que orégano fuese, porque la codicia rompe el saco. En ambos casos, juega Cervantes con un refrán anterior: Plegue a Dios que orégano sea, y no se nos torne alcaravea. La explicación que yo le doy a este refrán, pues no encuentro otra, es que, teniendo ambas plantas uso culinario y propiedades medicinales, hubo un tiempo se apreciaba más la primera que la segunda. De hecho, orégano significa ‘alegría de la montaña’ y los romanos la consideraban planta portadora de paz y felicidad, por lo que, aparte de sus valores culinarios y medicinales, la utilizaban como ornamentación.
Que hoy no
usamos determinados refranes porque hemos perdido el conocimiento de las
palabras que los integran o el origen en que nacieron se lo quiero demostrar a
Zalabardo con otros refranes. Hay uno que dice Ya está duro el alcacel
para zampoñas, que indica que ‘se ha pasado el tiempo de hacer algo’.
¿Quién, si ha vivido en un pueblo, no se ha hecho un pito con un
trozo de caña tierna de cebada? Pues bien, el alcacel es la caña
verde de la cebada y la zampoña la flautilla que se hace con ella.
Otro ejemplo: ¡Jo, que te estriego, burra de mi suegro!, con el que pretendemos explicar que, a veces, ‘queriendo hacer un bien a alguien, somos correspondidos de mala manera’. Su origen está en un viejo cuento en el que un mozo recibe el día de su boda, como regalo de su suegro, una burra. El mozo comenzó a estregar, ‘pasar suavemente la mano por el lomo del animal para alisar su pelo’ y el animal, desconfiando, reaccionó soltándole dos coces.
Y un último: Muchos
piensan que hay tocino, y no hay estacas, con el que se da a entender
que ‘damos por verdadera una cosa cuando ni siquiera se cumple la condición
necesaria para que lo sea’. Y es que, en algunos lugares, la estaca
es la barra que va de un muro a otro y de la que se cuelgan los productos de la
matanza para su curación y secado.
2 comentarios:
Leyendo sus artículos, se me viene "a quien buen árbol se arrima, buena sombra le cobija" Gracias.
Otro artículo para clase. En un 2° de bachillerato, concretamente el de Ciencias, están recopilando refranes. Ahí más. Gracias, maestro.
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