LA RUPTURA AÚN PENDIENTE
El proceso por el que España pasó desde el régimen dictatorial de la época del franquismo hasta un sistema democrático de libertades tras la muerte del dictador es lo que en los manuales de historia se ha denominado Transición política española. Para cualquiera a quien se pregunte, independientemente de su origen y condición, esta transición fue todo un modelo de evolución pactada y pacífica para consolidar el sistema de libertades del que ahora gozamos. Visto hoy en la lejanía, aquellos tiempos nos proporcionan algunas imágenes que no dejan de ser curiosas y hasta cierto punto extravagantes, como la aprobación por unas Cortes franquistas, en 1976, de una Ley de Reforma Política que no significaba otra cosa que el harakiri de las instituciones y régimen franquista; o la legalización del Partido Comunista, de manera semiclandestina y vergonzante, el sábado santo de 1977 (¿quién no recuerda la voz entrecortada y jadeante de Alejo García leyendo la noticia en RNE?).
Zalabardo me saca a colación que todas estas pequeñas o grandes incongruencias que se daban eran consecuencia de aquel consenso alcanzado entre quienes propugnaban una ruptura con el pasado reciente inmediato y quienes se manifestaban más partidarios de una reforma. En cualquier caso, este acuerdo alcanzado entre los representantes de lo que se llamó el tardofranquismo y los dirigentes de los partidos que se habían movido hasta entonces en la clandestinidad derivó hacia esa especie de ruptura pactada (e imperfecta, aunque suficiente, en aquel trance) que subyace en esa transición nuestra que tan alabada ha sido por todos. Así se liquidaba el resultado de la guerra civil y los efectos de la represión de los primeros años de la dictadura, se renunciaba a plantear el conflicto entre república y monarquía y se daba por buena la encarnada por Juan Carlos I incluso por parte de aquellos más programáticamente republicanos, y se dictaba una Ley de Amnistía tan amplia como vaga en su redacción y contenidos.
Pero, aún así y con todo, todavía hoy nadie ha podido curar unas heridas que se habían cerrado en falso o casi en falso, sin el cauterio necesario. Y después de treinta años de democracia, cuando esta ya está consolidada y no parece que haya peligro de involución, resulta que nos encontramos con signos que de algún modo reclaman esa ruptura que no se produjo. Hace cosa de un mes, traía aquí la petición que se hacía al juez Baltasar Garzón para abrir una fosa común donde yacen, se supone, García Lorca, el maestro de Pulianas Dióscoro Galindo y dos banderilleros. Y el juez no solo ha dado un dictamen favorable sino que se ha declarado competente para iniciar una causa penal por los crímenes del franquismo.
Y lo que para unos ha sido motivo de alegría para otros se presenta como piedra de escándalo. Y se esgrimen mil y un argumentos, desde los estrictamente jurídicos hasta los más encarnizadamente viscerales para cortocircuitar la iniciativa del juez Garzón. Si unimos unos y otros, parece que lo que sale de la mezcla es el siguiente razonamiento: esto no es lo que se acordó en 1977. Es decir, que se pide la aplicación del principio reformista y se reniega y duda aún de cuanto pueda sonar a ruptura.
Le pregunto a Zalabardo cómo es posible que, setenta años después de concluida la guerra civil, tengamos tanto miedo a plantear aquel terrible suceso, su conclusión y sus consecuencias. Me contesta que él tampoco lo entiende, que ya deberían haber cicatrizado todas las heridas y que deberíamos ser lo suficientemente civilizados para plantear cuanto haya que plantear sin originar con ello efectos subsiguientes. Que deberíamos tener claras unas cuantas ideas: por ejemplo, que aquello comenzó como un acto de sedición militar contra un régimen legítimo; que en el enfrentamiento civil en que aquel acto sedicioso desembocó no podemos buscar ahora buenos y malos, porque en los dos bandos se cometieron auténticas salvajadas; que la feroz represión que siguió a la victoria de los golpistas agravó aún más las cosas; que aquellos que pomposamente se denominaron a sí mismos "bando nacional" (¿quiénes eran los nacionales si lo pensamos con frialdad?) pudieron, y lo hicieron, honrar a sus muertos y dedicarles monumentos (ahí están el valle de los Caídos y la Cruz de los Caídos que se erigió en cada pueblo); que ya es tiempo de que todas las víctimas del conflicto sean consideradas por igual y sean abiertas las fosas comunes para que los que en ellas yacen puedan ser enterrados con la dignidad y respeto debidos.
La iniciativa de Garzón a lo mejor presenta dificultades jurídicas para seguir adelante (los entendidos decidirán), aunque no se le puede negar un gran valor simbólico y, sobre todo, hace patente alguna que otra cuestión. Por ejemplo, que la reforma que inspiró nuestra modélica transición dejó algunos asuntos sin resolver, como el de una parte importante de las víctimas del conflicto. Garzón ha conseguido, al menos, que puedan dejar de tener sentido aquellos versos que escribió Pablo Neruda: la muerte española, más ácida y aguda que otras muertes, / llenaba los campos hasta entonces honrados por el trigo. Ojalá los campos vuelvan a ser honrados tan solo por el trigo. Si solucionamos este problema sin tirarnos los trastos a la cabeza será señal de que vamos superando el miedo a aceptar todas las verdades de lo que hace ya casi tres cuartos de siglo que sucedió. Y entonces veremos que la reconcialiación ha sido posible.
1 comentario:
Podría parecer, escritor, que las personas que componemos el grupo de amigos de La Colina estamos muy de acuerdo en todo lo que hacemos, que somos muy cohesionados y que pensamos y sentimos de la misma forma, etc., etc., por no extenderme más. Pero no es así. El tema de la política nos divide a veces y, de manera especial, la guerra civil española, ya que cada uno tiene diferente información y punto de vista al respecto. Así que, una vez más, con la lectura de este apunte nos hemos visto envueltos en una ácida discusión que nos ha reportado algunas asperezas que tendremos que volver a limar, poco a poco y con la delicadeza que en esta ocasión nos faltó, a pesar de nuestra madurez y edad.
Y es que la guerra y sus consecuencias siempre tendrá dividida a los españoles porque somos, sencillamente, un pueblo dividido (nuestros políticos son los primeros insensatos que lo están a perpetuidad).
Por todo ello, y deseo abreviar, algunos de mis compañeros me han pedido que le escriba que antes de su primer punto habría que poner que "la sedición militar fue una consecuencia del enorme deterioro social en el que estaba inmerso el país en aquellos días" (que conste que esto es lo que más ampollas ha levantado entre nosostros mismos); la feroz represión que llevaron a cabo los golpistas, según dice usted, para otros de nosotros hubiera sido simple cascarilla si hubieran ganado las fuerzas leales al poder constitucionalmente elegido, ya que entonces no hubiera quedado vivo ni uno solo de derechas sobre la piel de toro (otros me insistieron en que recuerde de paso la manipulación de los resultados electorales por parte de la izquierda en cuanto a los comicios que les llevó a ese poder constitucionalmente logrado, lo que quiere decir que no fue tan legítimo). Que los que perdieron no repararon en vaciar las arcas del estado y llevarse el oro a Moscú, empobreciendo aún más al pueblo y condenándolo a la miseria de la potsguerra, etc. Bueno, como ve unas de cal y otras de arena pues los dos bandos siguen vivos. Sin embargo, en algo estamos de acuerdo: toda persona que lo desee tiene derecho a disponer de los restos de sus difuntos en lugar de permanecer per secula en fosas comunes ignominiosas; en otras cosas también estamos de acuerdo: nunca deberíamos haber padecido la guerra civil, pero ya que ocurrió, reflexionemos, en casi todas las naciones se han dado conflictos similares, de modo que esto forma parte de la humanidad, pero nuestra guerra civil es demasiado tardía en el tiempo lo que quiere decir que es un signo más de la inmadurez de los españoles (quieren mis amigos que insista en que debido a nuestra clase dirigente, que permanece retrasada) y de nuestro retraso secular. Por último, en otro punto más estamos de acuerdo: la herida no cerrará definitivamente mientras haya indicios más que evidentes de gangrena y necrosis de tejidos, pues, como ocurre en cirujía, esto nos obliga a emplear el bisturí y cortar por lo sano para evitar males mayores, por eso no cierra la herida, porque continúa siéndolo. Hacemos mal con mantener las ideologías de izquierda y derecha, eso es en sí mismo un motivo más de separación porque nos empuja hasta nuestras raíces.
Garzón debería haber empezado por la guerra de la independencia aprovechando el segundo centenario y, con la experiencia adquirida, hubiera tenido algo más de tiempo para ese hervor que parece faltarle a su señoría.
Disculpe la extensión, escritor.
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