CAPILLITAS
Afortunadamente, le comento a Zalabardo, ya ha pasado la Semana Santa. Habrá mucha gente que acuse a quienes no nos sentimos partícipes de estos eventos de faltos de fervor y espíritu religioso, así como de ser poco amantes de las tradiciones. Ninguna de estas acusaciones debe dejar mella porque carecen de una base sólida. Si lo miramos bien, la Semana Santa, al menos tal como se celebra en Sevilla, Málaga y otras ciudades de nuestro entorno, tiene más de folclore y de espectáculo que de fervor religioso, pues no otra cosa que folclore y espectáculo es lo que se ofrece en los desfiles procesionales; por lo menos, repito, en los de Andalucía, que son los únicos de los que Zalabardo y yo podemos hablar.
Folclore y espectáculo, aparte de un derroche económico sin parangón, con las cofradías compitiendo por ver cuál es la que estrena en sus vírgenes los más ricos bordados de sus mantos o la más valiosa de las coronas, la platería de los varales de los palios o la mesa de trono con más ostentosa talla estofada de panes de oro, si no con adornos de oro y plata auténticos. Y si ya es merecedora de crítica esta ostentosa manifestación de riqueza, no hablemos de la actitud de las jerarquías militar y civil que pierden literalmente el culo por presidir una procesión (sin que importen cuáles sean las creencias personales) tan solo por no recibir de la población la acusación de que no son amantes de las tradiciones y fervor populares (otra vez estamos con eso).
Contra la Semana Santa, contra esa forma peculiar de entenderla, se pueden lanzar toda clase de acusaciones sin que haya mucha oportunidad para la defensa lógica. Salvo que se quiera defender lo indefendible. Por ejemplo: ¿que defensa tiene que se cree el caos circulatorio que origina la necesidad de despejar una serie de calles para que los desfiles procesionales luzcan sin trabas su boato? Y esto no es un día concreto o durante unas horas determinadas, sino durante toda la semana y casi a día completo. Otro ejemplo: ¿qué manifestación de fervor supone, aquí en Málaga, el desfile de la legión entre los vítores y aplausos del público, entusiasmado por los malabarismos que realizan con su armamento?
A ello, este año se añade un elemento nuevo, el de la confrontación política, al solicitar la jerarquía eclesiástica que los tronos porten un lazo blanco como signo de oposición a la ley de aborto que propugna el poder civil. La propuesta del lazo, por otra parte, ha dado lugar a reacciones diferentes: división de criterios entre cofradías porque mientras unas han atendido la petición de la Iglesia otras se han negado a secundarla o la de los costaleros que han renunciado a portar las imágenes por ser estas portadoras de dicho lazo.
Le digo a Zalabardo que, sin embargo, hubo un tiempo en que yo también creí que esos desfiles eran en verdad prueba del fervor popular; puede que incluso para una cierta parte del pueblo lo sigan siendo. Pero los que mueven el cotarro, en especial las hermandades y las corporaciones municipales, no ven en ellos sino un producto más turístico que religioso que se convierte, como pasa también con la feria, en una fuente de ingresos para la ciudad nada desdeñable.
Ahora, le añado a Zalabardo, en esta barahúnda que supone la llegada de la Semana Santa, lo que a mí más me conmueve el ánimo es el recuerdo de la niñez en el pueblo y la añoranza de aquellos días en los que, en mi casa, como en todas las demás, se preparaban las deliciosas torrijas y las madalenas que mi hermana, pues mi madre no se podía ocupar de ello debido al trabajo, llevaba a cocer en el horno de la panadería de Lavado.
Aparte de todo lo dicho, la Semana Santa tiene sus tipos y su vocabulario. El personaje más típico de este tiempo es sin duda alguna el capillita, que es la persona conocedora a fondo del mundo de las cofradías y experta en todos los pormenores de los desfiles e imágenes. En Sevilla, de donde creo que es originario el término, el capillita, por lo común un hombre, se distingue hasta por una forma peculiar de vestir.
El vocabulario semanasantero es sumamente rico y variado y resultaría farragoso cualquier intento que no pasara de ser una breve muestra de este conjunto palabreril. En un mundo siempre dominado por hombres tiene papel preponderante el capataz, a quien corresponde dar las instrucciones que habrán de seguir ciegamente los costaleros (en Sevilla) o los hombres de trono (en Málaga) para que el movimiento del paso o trono sea el adecuado y contribuya al feliz desarrollo del desfile. Por cierto, que el costalero se llama así por el costal, tela enrollada que lleva sobre la nuca, que es la parte del cuerpo sobre la que descansarán las trabajaderas o maderos que cruzan el ancho de las andas que sostienen el paso propiamente dicho. Porque paso, en principio, era la imagen o conjunto de imágenes que representan un suceso de la Pasión; luego, por metonimia, el nombre pasó a designar las parihuela sobre las que se portaban.
La mujer se ha ido integrando poco a poco en este mundo, pero en origen no podían tener acceso más que a ser camarera, es decir, encargada del cuidado, vestido y ornato de las imágenes, preferentemente las vírgenes, cuya vestimenta responde al modelo denominado a la griega. El vestido de los nazarenos o penitentes, que recuerdan a los reos de la Inquisición, se compone de túnica, en ocasiones capa, y capirote. A veces, este carece del rígido cono de cartón que lo mantiene erguido y entonces recibe el nombre de capillo; y otro tipo de tocado, la pieza de tela que llevan sobre la cabeza, con una visera vertical y unas cintas para ceñirla a la cabeza es lo que se llama faraona, que es lo que, en Málaga, distingue a los hombres de trono.
En ocasiones, las imágenes no son de talla completa y el cuerpo viene simulado por un armazón de madera ligera, la devanadera; otro armazón o artificio de alambre fuerte o hierro ligero, el pollero, es el que va desde la cabeza de las vírgenes hasta la parte baja y final del paso para sostener el manto. Importancia especial tiene, en los pasos de las vírgenes, el palio, cuya parte superior se llama cielo, cada una de las caídas, entre varales, bambalinas y los remates superiores de estas, cresterías. Por fin, las hileras de cirios, en forma de grada, que llevan delante las vírgenes, forman la candelería. Se podría seguir, pero ya digo que podría resultar prolijo.
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