jueves, abril 16, 2009


¿NUESTRO ESPAÑOL PERDIDO?
Son muchas las ocasiones en las que Zalabardo y yo hablamos del peligro que corremos de repetirnos en estos apuntes, con el subsiguiente riesgo de provocar el aburrimiento del paciente lector. Sobre todo, si el propósito es no salirnos demasiado de los objetivos temáticos marcados para esta agenda desde su inicio. Le saco esto a colación ahora porque leí este pasado domingo el artículo Bachillerato con adultos, de Javier Marías, que publicaba El País Semanal. El fondo del artículo eran los usos incorrectos de los pronombres átonos lo, la y le y cómo quienes en ellos incurren llegan incluso a ver mal el correcto uso que otros hacen. En esta agenda hemos dejado nuestra opinión al respecto en variados momentos (De La Habana ha venido un barco..., de 24-10-06; Todo lo malo se pega, de 16-08-07 y Una de cal y algunas más de arena, de 13-11-08).
Por eso no voy a repetir aquí lo que en tales apuntes he dicho y remito al artículo de Marías, que en esencia dice lo mismo, aunque mejor que yo. Solo pretendo hacer una observación sobre una de sus afirmaciones. Hablando del uso de le como complemento directo de persona, dice: Rara vez se verá que la empleen [esta forma] ningún andaluz ni ningún latinoamericano, que observan más que otros hispanohablantes la mayor corrección de ese 'lo'. ¡Qué más quisiéramos que ello fuese así! Pero tengo la impresión de que el articulista no ha visitado recientemente Andalucía o, que si lo ha hecho, no ha reparado demasiado en nuestra habla. La lengua, como él bien dice, está en evolución permanente y entre nosotros, los andaluces, el aserto no es ninguna excepción.
Porque también es verdad que es mucha la fuerza y la influencia de la radio y la televisión como para no dejar su huella en los hablantes de todas las latitudes. Y como en la mayor parte del dominio lingüístico castellano se han impuesto esos vicios idiomáticos que conocemos como leísmo y laísmo, resulta que cada día son más los andaluces ganados, mal que nos pese, para tal causa, especialmente para la del leísmo. Ya comenté en uno de los apuntes citados arriba la frase aquella de un locutor que tenía la desfachatez de afirmar: me han dicho que lo correcto es decir le pegó [a la pelota], pero a mí me suena mejor la pegó, así que deberían cambiar el castellano. ¿Cómo va a evitar la gente normal ser contagiada si los que hablan mal no solo no se corrigen sino que se empecinan arrogantemente en el error?
Hubo una etapa en la que yo creí que el andaluz podía ser considerada algo así como la reserva espiritual del castellano. Esta opinión la aprendí de un profesor hacia el que guardo un encendido respeto y un cariñoso recuerdo, don Manuel Alvar López, que me dio clases en la Universidad de Granada. Y la opinión no se sustenta solo en que la primera gramática de nuestra lengua la compusiese un andaluz, Antonio de Nebrija, o en que el español fuese llevado a América, la actual reserva del idioma, por hablantes que empleaban lo que dio en llamarse la norma sevillana, o en que gran parte de nuestra literatura se sustente, en el pasado y en tiempos más cercanos, en plumas andaluzas. La opinión se basa en el simple argumento de que el andaluz, con todas sus innovaciones, ha sido tradicionalmente la forma más respetuosa con el castellano.
Podría aportar bastantes pruebas de lo que digo, aunque me limitaré a traer aquí palabras que dejó escritas Juan Ramón Jiménez en su ensayo Estética y Ética estética, que recoge notas compuestas entre 1915 y 1954. Dice en uno de los primeros apuntes: Francisco Giner fue siempre andaluz, o mejor, español andaluz [...] Nunca habló español como se habla en Madrid. Conservó siempre el fuego, el natural del andaluz. Y en el capítulo titulado Mi español perdido, se lee: Hoy, desterrado y deslenguado, creo que ningún español de los que conozco fuera de España habla en español, el español que yo voy perdiendo [...] El español que yo creo español, era mi madre, tan natural, tan directa y tan sencilla [...] Y sufro más que nunca que ella esté lejos de mí, más que muerta, tan callado y tan oculto su español de hoy bajo nuestra tierra andaluza, Osuna, Cádiz, Moguer. Por cierto, que Juan Ramón, otra de sus manías, siempre decía que su madre era de Osuna, cuando la verdad es que había nacido en Moguer; de Osuna era su abuela.
Hoy, ese español andaluz (que tiene que ver poco o nada con la fonética) va siendo engullido por ese otro español bastante desnaturalizado, tan estandarizado, que va perdiendo sus rasgos identitarios en las diferentes zonas por influjo de los medios. Cada día es más nuestro español perdido. Eso pensaba yo, así se lo digo a Zalabardo, cuando leía el artículo de Javier Marías.

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