SEFARAD
En el lugar / onde estaba aparada la casa de mi chiques (niñez) / ya se enviejisio la yerba, / y en lo vasio de sus camaretas rubinadas (arruinadas) / siento ainda las voses.
Así empieza uno de los poemas del libro Alegrica, de 1992, compuesto por Margalit Matitiahu, nacida en Tel Aviv en 1935.
Muchas veces, le digo a Zalabardo, se habla de la añoranza que se siente en parte del mundo árabe hacia lo que fue Al Ándalus y cómo aún existe en algunos el deseo de una recuperación y regreso. Y muchos son quienes se muestran escandalizados de que alguien pueda siquiera expresar tal sentimiento. Cuando surge este tema en la conversación, yo suelo decir que, aunque no se participe de esa actitud, hay por lo menos que tratar de comprender a los que la defienden, puesto que, hasta la conquista de Granada por parte de los Reyes Católicos, en 1492, trancurrieron ocho siglos en los que la cultura de Al Ándalus ilustró a todo el mundo. Y no hace falta que mostremos las muestras que aún quedan de ello. Y la consecuencia de aquel hecho fue la expulsión de muchos que tenían raíces tan hispanas como las de los cristianos.
Pero si bien se habla con relativa frecuencia de la nostalgia que genera entre los musulmanes el recuerdo de Al Ándalus, cuesta trabajo comprobar el silencio y olvido en que se tiene la similar nostalgia que provoca en otra comunidad, la de los judíos sefardíes, el recuerdo de su patria perdida, la antigua Sefarat, que es el nombre que dan ellos a España. Porque de lo que no se puede dudar es de que, si es posible hablar de la españolidad (si no es un anacronismo utilizar este vocablo para tan remoto periodo) de los musulmanes de Al Ándalus, no en vano vivieron aquí durante ocho siglos, con más razón habría que aplicar el concepto a los judíos sefardíes. Las más antiguas tradiciones hacen remontar su llegada a nuestras tierras a la época de Salomón, cuando este rey mandaba sus naves a comerciar con el reino de Tarsis; y teorías más razonables dicen que esta venida no se produjo hasta el siglo I, tras la destrucción de Jerusalén por el emperador Tito, hecho que provocó la gran diáspora judía por el Mediterráneo. Aun en este último caso, vivieron aquí, hasta el momento de su expulsión en el siglo XV, quince siglos. No olvidemos que España es lo que hoy entendemos por España desde hace tan solo poco más de cinco.
Estos judíos expulsados, cuyo número varía mucho según los autores, se repartieron por tierras que los quisieran acoger: Marruecos, Portugal, Italia, Grecia, Turquía, Rumanía, los Balcanes. Muchos de ellos, como bien leemos en la historia del judío Ricote, que encontramos en el Quijote, se llevaron las llaves de sus casas esperanzados en que pronto podrían volver a ellas. Aunque también se llevaron su lengua, que era la que se hablaba en Castilla a finales del siglo XV y comienzos del XVI. Lengua que, con el nombre de ladino o judeoespañol, han conservado hasta hoy y cuyo carácter más definitorio es el de su acentuado arcaísmo, lo que prueba los esfuerzos por mantenerla en su estado original. Margalit Matitiahu dice: La historia de la lengua ladino, mos yeva a conocer el amor y el carinio que sintieron los judios por Espania [...] Entre los judios espanioles, estando londje de Espania, continuaron a hablar la lengua antigua. Hasta hoy en dia, se puede oyir coplas espaniolas antiguas y cantigas que cantaban nuestros padres nacidos en Espania.
Desgraciadamente, en España parece que valoramos poco nuestra riqueza cultural y lingüística. No solo hay quien siente que se puedan hablar de lenguas diferentes a la castellana, negando la licitud de las otras, sino que incluso se ve mal la propia variedad del castellano (¿cuántos andaluces se avergüenzan todavía de su dialecto, al que consideran un castellano mal hablado?). En este panorama, no debe extrañar que incluso se desconozca la existencia del judeoespañol.
En otro poema, del libro Matriz de luz, de 1997, M. Matitiahu escribe: Los pasharos / abasharon a las urias (playas) del envierno / a picar / restos de mar del enverano. Y Yasmina Levy, de la que escucho un disco mientras escribo esto, canta: Yo en la prizion, e tu en las flores / sufro de korason, kero ke yores. / Las paredes altas, no te alkanso, / te mando salvasion del mio Dio Santo. Eso ya lo cantaban sus antepasados judíos en la España del siglo XI.
Si alguien quiere conocer algo más sobre la historia y cultura sefarditas, y oír un texto leído en su lengua, tal como se pronuncia hoy, puede entrar en Sefarad: los judeo-españoles (http://sefarad.rediris.es).
En el lugar / onde estaba aparada la casa de mi chiques (niñez) / ya se enviejisio la yerba, / y en lo vasio de sus camaretas rubinadas (arruinadas) / siento ainda las voses.
Así empieza uno de los poemas del libro Alegrica, de 1992, compuesto por Margalit Matitiahu, nacida en Tel Aviv en 1935.
Muchas veces, le digo a Zalabardo, se habla de la añoranza que se siente en parte del mundo árabe hacia lo que fue Al Ándalus y cómo aún existe en algunos el deseo de una recuperación y regreso. Y muchos son quienes se muestran escandalizados de que alguien pueda siquiera expresar tal sentimiento. Cuando surge este tema en la conversación, yo suelo decir que, aunque no se participe de esa actitud, hay por lo menos que tratar de comprender a los que la defienden, puesto que, hasta la conquista de Granada por parte de los Reyes Católicos, en 1492, trancurrieron ocho siglos en los que la cultura de Al Ándalus ilustró a todo el mundo. Y no hace falta que mostremos las muestras que aún quedan de ello. Y la consecuencia de aquel hecho fue la expulsión de muchos que tenían raíces tan hispanas como las de los cristianos.
Pero si bien se habla con relativa frecuencia de la nostalgia que genera entre los musulmanes el recuerdo de Al Ándalus, cuesta trabajo comprobar el silencio y olvido en que se tiene la similar nostalgia que provoca en otra comunidad, la de los judíos sefardíes, el recuerdo de su patria perdida, la antigua Sefarat, que es el nombre que dan ellos a España. Porque de lo que no se puede dudar es de que, si es posible hablar de la españolidad (si no es un anacronismo utilizar este vocablo para tan remoto periodo) de los musulmanes de Al Ándalus, no en vano vivieron aquí durante ocho siglos, con más razón habría que aplicar el concepto a los judíos sefardíes. Las más antiguas tradiciones hacen remontar su llegada a nuestras tierras a la época de Salomón, cuando este rey mandaba sus naves a comerciar con el reino de Tarsis; y teorías más razonables dicen que esta venida no se produjo hasta el siglo I, tras la destrucción de Jerusalén por el emperador Tito, hecho que provocó la gran diáspora judía por el Mediterráneo. Aun en este último caso, vivieron aquí, hasta el momento de su expulsión en el siglo XV, quince siglos. No olvidemos que España es lo que hoy entendemos por España desde hace tan solo poco más de cinco.
Estos judíos expulsados, cuyo número varía mucho según los autores, se repartieron por tierras que los quisieran acoger: Marruecos, Portugal, Italia, Grecia, Turquía, Rumanía, los Balcanes. Muchos de ellos, como bien leemos en la historia del judío Ricote, que encontramos en el Quijote, se llevaron las llaves de sus casas esperanzados en que pronto podrían volver a ellas. Aunque también se llevaron su lengua, que era la que se hablaba en Castilla a finales del siglo XV y comienzos del XVI. Lengua que, con el nombre de ladino o judeoespañol, han conservado hasta hoy y cuyo carácter más definitorio es el de su acentuado arcaísmo, lo que prueba los esfuerzos por mantenerla en su estado original. Margalit Matitiahu dice: La historia de la lengua ladino, mos yeva a conocer el amor y el carinio que sintieron los judios por Espania [...] Entre los judios espanioles, estando londje de Espania, continuaron a hablar la lengua antigua. Hasta hoy en dia, se puede oyir coplas espaniolas antiguas y cantigas que cantaban nuestros padres nacidos en Espania.
Desgraciadamente, en España parece que valoramos poco nuestra riqueza cultural y lingüística. No solo hay quien siente que se puedan hablar de lenguas diferentes a la castellana, negando la licitud de las otras, sino que incluso se ve mal la propia variedad del castellano (¿cuántos andaluces se avergüenzan todavía de su dialecto, al que consideran un castellano mal hablado?). En este panorama, no debe extrañar que incluso se desconozca la existencia del judeoespañol.
En otro poema, del libro Matriz de luz, de 1997, M. Matitiahu escribe: Los pasharos / abasharon a las urias (playas) del envierno / a picar / restos de mar del enverano. Y Yasmina Levy, de la que escucho un disco mientras escribo esto, canta: Yo en la prizion, e tu en las flores / sufro de korason, kero ke yores. / Las paredes altas, no te alkanso, / te mando salvasion del mio Dio Santo. Eso ya lo cantaban sus antepasados judíos en la España del siglo XI.
Si alguien quiere conocer algo más sobre la historia y cultura sefarditas, y oír un texto leído en su lengua, tal como se pronuncia hoy, puede entrar en Sefarad: los judeo-españoles (http://sefarad.rediris.es).
No hay comentarios:
Publicar un comentario