lunes, enero 30, 2012


GEEK (sobre el cuidado de la lengua en Internet)

    Sin ningún género de dudas, está claro que no soy un geek, le digo a Zalabardo durante un descanso en nuestro paseo matinal. ¿Qué no eres qué?, contesta Zalabardo, a quien saco de su semiletargo mientras disfrutamos de un breve descanso en nuestro paseo y tomamos el sol sentados en el chiringuito que hay en la rotonda del nuevo muelle de cruceros). Le explico entonces que un geek, término que también yo desconocía hasta hace solo unos días, es una persona fanática de la tecnología y los ordenadores. Algunos añaden al término un sentido peyorativo, pero ahí ni entro ni salgo.
    Digamos que me considero con capacidad suficiente para ponerme ante un ordenador, que me defiendo con un procesador de textos o en la elaboración de presentaciones o bases de datos y que me sirvo con frecuencia del correo electrónico; incluso voy tirando con esta Agenda que Zalabardo me cede, aunque cualquiera puede detectar mis dificultades para conseguir un diseño atractivo y variado.
    Pero hay mundos que se me resisten e incluso me producen algo de yuyu. Como el de las llamadas redes sociales; ni sé chatear ni he chateado nunca, no tengo cuenta o perfil, o como se llame, en facebook, twitter, no tengo ni puñetera idea de qué sea eso whatsapp y fenómenos semejantes. Me cuesta creer que alguien confiese tener en su cuenta miles de amigos porque siendo la amistad algo tan delicado, frágil y difícil de mantener, ¿es posible tener tantos amigos? Me viene a la memoria un momento del documental Objeto encontrado en el que Pepe Caballero Bonald, con la fina  ironía jerezana que lo caracteriza, dice algo así como que la amistad, para que perdure y sea verdadera, necesita de discontinuidades e interrupciones, de aplazamientos y lejanías, porque el continuado roce la deteriora.
    Pero, le digo a Zalabardo, lo que quería plantear al hablar de los geeks es el descuidado uso de la lengua que se observa en dichas redes. Y no me refiero ya a la utilización de abreviaturas en chats, SMS o en tuits. Las abreviaturas siempre se han usado. Y en nuestros tiempos, cuando el precio del mensaje se establece en función del número de caracteres empleados, o cuando se nos exige no sobrepasar una determinada cantidad de dichos caracteres, el recurso de la abreviación está más que justificado. Me quiero referir a solo dos grandes defectos que encuentro en una apreciable cantidad de los textos que circulan por Internet.
    Tengo que declarar, primero, que no sigo habitualmente más que tres blogs: El blog de Jofran (www.blogdejofran.blogspot.com), porque está bien escrito y es de un amigo; Generación Y (www.desdecuba.com/generaciony/), por la decidida y valiente defensa que su autora, Yoani Sánchez, hace de la libertad en un país privado de ella y El Boomeran(g). Blog literario en español (www.elboomeran.com), por el interés que me despiertan sus contenidos. Claro está que, sin ser seguidor de ellos, leo otros (deportivos, políticos, culinarios, viajeros, culturales, sobre temas mediambientales etc.), especialmente cuando los veo recomendados en algún medio de prensa.
    ¿Y qué encuentro que falte en ellos?: rigor en el tratamiento de los contenidos, unas veces, y un casi continuado desacato de las normas gramaticales. Quiero poner dos ejemplos, dos bitácoras recomendadas en la edición digital del diario SUR de hace unos días. Y vamos primero con las cuestiones de contenidos: en uno, Cyberfrancis, en solo dieciocho líneas, su autor, que se confiesa geek, cometía un sinnúmero de deslices. Ya de entrada, y ese era el núcleo de su apunte, se mostraba escandalizado porque dos personas o entidades pudiesen mantener posturas diferentes, e incluso contrarias, respecto a un tema que para él estaba claro; y, claro, arremetía contra los medios de información. Pero lo curioso del caso es que carecía de un conocimiento directo de los artículos que criticaba, pues el que tenía procedía de mensajes que le remitían amigos de twitter o de la consulta de una página de reseñas de noticias de las que no se aportaban ni fuente ni autor. En el otro, cuyo nombre no recuerdo, su autora solicitaba enardecida firmas que avalasen una solicitud, no para que no se leyera, sino para que se prohibiera la venta de un libro que ella consideraba execrable (no empleaba ese adjetivo, pero casi); ignoro las virtudes o defectos de ese libro del que ella no se recataba en declarar, muy ufana, ¡que no lo había leído! Después de la lectura de ambos apuntes, me preguntaba si algunas personas tienen conciencia clara de qué sea eso de la libertad (de opinión, de expresión, de conciencia…), al tiempo que me preguntaba, también, si no será que subsisten aún muchos resabios inquisitoriales en individuos que se proclaman liberales. Me vino entonces a la memoria la queja manifestada en EPS por Javier Marías en un reciente artículo, (http://www.elpais.com/articulo/portada/Superculpable/elpepusoceps/20111231elpepspor_111/Tes) sobre la circunstancia de que, en unos tiempos en que hay más información, puede que haya también más ignorancia. Y en otro artículo aún más reciente (http://www.elpais.com/articulo/opinion/cosas/importantes/elpepiopi/20120121elpepiopi_4/Tes) Juan Goytisolo afirmaba: Sí, sabemos hoy más y más cosas, y cada vez menos importantes. Hago partícipe a Zalabardo de mi convencimiento sobre la necesidad de reflexionar acerca de cuanto escribimos y colgamos alegremente en la Red con la esperanza de que sean atendidos por cuantos más lectores mejor.
    Y si vamos al tema de las patadas al lenguaje, me limito a reproducir, textualmente, una frase de ese blog llamado Cyberfrancis: Menos mal que el analfabetismo en los medios de comunicación tradicionales, expertos en desinformación y en intoxicación ideológica, no saben que algunos usamos otras herramientas como Google+, Google Reader, etc, sino algunos irían a piñón fijo contra nosotros. ¿Por dónde la cogemos?
    Lo que, en fin, echo en falta en esas páginas, le digo a Zalabardo, es respeto a la ortografía, a la cuidada construcción de las frases, a la atención a las concordancias y a la observancia del régimen preposicional, y pocas cosas más. Porque Internet no debe estar reñido (¿o se dice reñida?) con la corrección lingüística. En el artículo que citaba antes, Javier Marías decía también que tiene la impresión de que, entre nosotros, la lengua hablada y escrita es cada vez más pobre y confusa. Y quizá lleve razón.
    Y no será, en el caso de Internet, porque carezcamos de herramientas que nos ayuden a ser vigilantes y cuidadosos. Señalo solo algunas de las que me parecen más interesantes: en la página de la Real Academia (www.rae.es) tenemos el Diccionario de la Lengua Española y el Diccionario Panhispánico de Dudas. Además, en esa misma web, contamos con un departamento de consultas lingüísticas. Pero podemos servirnos también del diccionario Clave (www.clave.librosvivos.net) o el interesante Diccionario inverso del diccionario de la Real Academia (www.dirae.es), que nos permite buscar tanto definiciones a partir de palabras, como palabras a partir de las definiciones. En otra línea trabajan la Fundación del español urgente (www.fundeu.es), de la Agencia EFE, que, aparte del rico vademécum de que ponen a nuestro servicio, aclaran cuantas consultas léxicas, ortográficas o gramaticales les hagamos. Y para terminar, cito el proyecto en fase de elaboración, pero ya con numeroso material disponible, de un Manual de estilo pensado, entre otras cosas, para el mundo de Internet (www.manualdeestilo.com), de la misma institución. Las herramientas, pues, las tenemos; nos queda utilizarlas.

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