lunes, febrero 20, 2012


ACERCA DE UN REFRÁN DEL QUIJOTE

    Hay afirmaciones que se mantienen por uso de costumbre, porque siempre se han mantenido y nadie ha decidido nunca reparar en si continúan siendo válidas o es preciso ponerlas en cuarentena.
    Eso es lo que ocurre, comento con Zalabardo, cuando tratamos de refranes. Ya en el inicio del Quijote, el caballero dice a su escudero que los refranes son sentencias sacadas de la luenga y discreta experiencia (I, 39) según definición que reiterará a lo largo de la obra; y ya en el final de la misma (II, 67) solicita a su escudero: No más refranes, Sancho, pues cualquiera de los que has dicho basta para dar a entender tu pensamiento.
    El refrán, término que en nuestra lengua ha venido a sustituir a otros más clásicos como proverbio o sentencia, se ha ganado así un prestigio nacido del hecho de ser breve, de estar basado en la experiencia y de declarar su significado con suma claridad. Si a esto le sumamos su popularidad y antigüedad, miel sobre hojuelas.
    Pero sucede que por esa misma circunstancia de su brevedad y antigüedad, sobre todo, algún que otro refrán se ven envueltos en un halo de misterio y oscuridad difícil de disipar y aún hoy luchamos por dilucidar cuál sea su sentido exacto.
    Zalabardo me pide que no me ande por las ramas y le ponga algún ejemplo de lo que digo si es que esa es mi intención. Y yo le contesto que me voy a referir concretamente a dos: uno es Castígame mi madre, y yo trómpogelas, que aparece dos veces en el Quijote y el otro es Venir algo como pedrada en ojo de boticario, cuya procedencia ignoro.
    El primero se ha interpretado finalmente como forma de afear el comportamiento de quien ignora los consejos que se le dan: Me riñe mi madre y yo me burlo de ella, no le hago caso, vendría a ser su sentido. Pero la cuestión es que durante, muchos años, ese trómpogelas supuso muchos quebraderos de cabeza para los comentaristas del Quijote y para muchos lexicógrafos, en parte, porque debido a que en la primera edición de la obra los acentos eran inexistentes y aparecía trompogelas, que muchos leyeron como trompógelas (por ejemplo la edición de Ibarra de 1780 preparada para la Academia). Covarrubias, en su Tesoro… de 1611 y Gonzalo de Correas, en su Vocabulario de refranes de 1627, lo citan pero no entran a explicarlo, cosa extraña en los dos. Juan de Valdés, en su Diálogo de la lengua, escrito hacia 1535, anterior, pues, al Quijote, escribe: No sé qué se le antojó al que compuso el refrán que dize “castígame mi madre y yo trómposelas”, y digo que no sé qué se le antojó, porque no sé qué quiso decir con aquel mal vocablo trómposelas. Este, al menos, tenía la valentía de reconocer su desconocimiento sobre qué quería decir aquello.
    En su edición de la novela cervantina que en 1911 preparó mi paisano Francisco Rodríguez Marín, tampoco se aclara el misterio, aunque da la pista al remitir a un artículo, Trómpogelas, que el hispanista francés Raymond Foulché-Delbosc publicó en la Revue Hispanique en 1899.
    Debo agradecer a la Biblioteca de la Universidad de Valladolid que me haya proporcionado una copia de dicho artículo a través de la Biblioteca Provincial de Málaga. Es un texto breve, pero lleno de erudición, en el que no solo da cuenta de toda una larga serie de interpretaciones curiosas, aunque erradas, del refrán sino que fija la lectura que hoy se hace del término, lo relaciona con el francés tromper (‘engañar’) y lo interpreta como presente de trompar seguido del pronombre arcaico ge (>illi) más otro pronombre, las; o sea, se las trompo. Como, según he dicho alguna vez, los jubilados tenemos tiempo suficiente y no nos acucia esa tirana que llamamos urgencia; y como, por idéntica razón, el otro día incluso vi un poco de ese educativo programa de Telecinco que se llama ¡Sálvame!, me picó el gusanillo y también yo decidí practicar eso que se llama periodismo de investigación. Así que me propuse efectuar un estudio de la historia del verbo trompar en los diccionarios académicos. El resultado, toda una sorpresa: el susodicho verbo se mueve por ellos como Pedro por su casa, pues entra y sale a su antojo; cual Guadiana caprichoso, aparece y desaparece, dejándonos con dos palmos de narices. No me atrevo a certificar que los datos que doy sean estrictamente exactos. Pero tampoco aconsejo que se haga la comprobación; no creo que interese a nadie. En la primera edición del diccionario de la Academia, de 1739, se marca ya como vocablo antiguo y en desuso que significa engañar a alguno; a partir de ahí, su historia es azarosa. En la edición de 1817, sale del diccionario para volver a aparecer en 1884 con dos significados: jugar al trompo y engañar, burlar. En 1899 se dice que procede del francés tromper. En 1985 otra vez hace mutis y nos lo encontramos de nuevo en 1992. Y hasta hoy.
    En resumen, lo que Foulché-Delbosc quería establecer es que ya en época de Cervantes trompar era un vocablo muy antiguo, y aventuraba que en el refrán se hacía necesario interpretar una expresión elíptica semejante a habérselas con alguien o tenérselas con uno que, por la ausencia de otras versiones, resultaba imposible de probar.
    Sin embargo, la interpretación del refrán aún sigue proporcionando alguna que otra duda. Por ejemplo, Florencio Sevilla, en su edición de 1996, se limita a remitirnos al refranero de Correas, que no lo explica, según queda dicho. Y Francisco Rico, en el texto por él preparado para la edición del Instituto Cervantes, de 2004, dice, en nota al capítulo 43 de la segunda parte (p. 1064) que el refrán significa ¡Me riñe mi madre, y yo me burlo de ella!, mientras que en nota al capítulo 67 de la misma segunda parte (p. 1286) lo interpreta como ¡Me riñe mi madre, y no me importa nada! Diréis que viene a ser lo mismo, pero creo que hay alguna diferencia. ¿O no?
    A estas alturas, Zalabardo me advierte de que este apunte ya va cargado en exceso de datos eruditos y que no sería conveniente ni provechoso hincarle ahora el diente al otro refrán, el del boticario. Lo comprendo y lo dejo aquí. Otro día le meteremos mano.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Un padre que yo tenía, nacido en 1920, decía que el "ojo de boticario" era una gran damajuana llena de agua teñida con anilina, que se ponía en las vidrieras de las boticas (farmacias) como adorno. Claro que una pedrada en esa damajuana llena hacía un desastre en la vidriera. Pero no me fio enteramente. Cervantes parece usarlo en el sentido de "dar en el blanco", no de causar un perjuicio. Además, mi padre era argentino y el idioma cambia de matices (y a veces de sentido) al cruzar el mar.

Calíope dijo...

En estos días estoy releyendo el Quijote, (liberada de su enorme peso físico por el e-book), y me he vuelto a encontrar con este trompógelas, que fue enigma insoluble en mi adolescencia. Ni había internet, ni yo sabía nada del francés, ni mi profesora de Literatura tenía una explicación para el extraño vocablo.

Al reencontrarlo le atribuí el sentido del francés, pero no del tromper, sino del reflexivo 'se tromper', equivocarse, puesto que incluye esa partícula ge.
Pero el "yo" usado como sujeto agente me arruinaba la explicación, así que me he alegrado mucho de encontrar tu comentario, que coincide más con la lógica. Me entusiasma que la duda más peregrina tenga eco en la red.

Señor Potoca dijo...

Años y años que este refrán, que una vez leí en un refranero de mi diccionario Larousse ilustrado, de dió vueltas por la cabeza.
El trompóselas (así figuraba en mi diccionario) lo interpreté yo como "burla". Ahora por fin encuentro una explicación razonable y descubro que en el mundo hay mas tarados como yo que se obsesionan con un tema y no paran hasta tener una explicación razonable.
Saludos.

Anónimo dijo...

tropogelas seria como trompudo o contestón, el que no se queda callado cuando lo regañan. Y la pedrada en el ojo del boticario sería por que es el boticario el encargado de curar a otros pero quien lo cura a el? entonces esa piedra da justo en el lugar menos indicado? Pregunto