Soy consciente que he comentado estas palabras en alguna ocasión
anterior y por ello pido disculpas. Son muchos ya los apuntes de esta Agenda y a veces resulta difícil
no reincidir en temas ya tratados. Pero le digo a Zalabardo (que me mira como
si dijera: pues si lo has dicho antes, habla de otra cosa y déjanos en paz) que
voy a tratar de enfocarlo desde otra óptica porque, de no hacerlo, podría haber
quien me echase en cara que me contradigo al defender unas veces la imparable
mutabilidad de la lengua y, otras, la necesidad de defenderla de los cambios. Y
podrían tener razón.
Con excesiva
frecuencia leemos en la prensa y oímos en radio y televisión, cojo el ejemplo
del fútbol, que tal equipo ha cesado
a su entrenador a causa de los malos resultados. Pero no se piense que
se da solo en el fútbol. Ayer mismo, la edición digital de El País (aunque luego, acertadamente, la edición impresa
corregía el error) titulaba: Hacienda
tendrá el poder de cesar a quien incumpla los planes de ajuste. ¿No
sabe quien lo redactó que ese verbo (cesar)
no se puede usar así, que no se puede utilizar nunca como sinónimo de destituir o de echar? Para que nos entendamos:
no es que no se pueda decir, pues lo dice, ni que no se pueda utilizar, pues lo
utiliza; lo adecuado sería afirmar que no se debe decir ni utilizar de esa
forma. Lo deja claro el Diccionario
Panhispánico de Dudas, lo advierte a cada instante la Fundación del Español Urgente. A
la persona que redactó tal titular le bastaba haber consultado el Libro de Estilo de su diario: cesar es un verbo intransitivo.
¿Y qué quiere decir tal cosa? Simplemente, que una persona puede cesar, pero no ser cesada. Dicho de personas, cesar significa ‘dejar de desempeñar
un empleo o cargo para el que fue elegido’.
Un ejemplo fácil: los
presidentes de gobierno y sus respectivos ministros cesan tras estar en el cargo los años para los que fueron
elegidos. Si quieren continuar, habrán de presentarse a las elecciones para
lograr de nuevo la confianza de los votantes. Cesa, también, el profesional a la conclusión del contrato
que firmó. Y si un cese se
produce por propia decisión, antes del tiempo establecido, lo que corresponde
es hablar de dimisión, ese
verbo que en nuestro país casi nadie conjuga por mucho motivo que haya para
ello. Pero si una persona ha de dejar un cargo porque ha perdido la confianza
de quien se lo brindó, lo correcto es hablar de destituir, deponer
o, más fácil, echar.
Zalabardo, que ha
estado oyéndome con sumo interés, o al menos eso aparenta, va y me dice: Bueno,
vamos a ver, ¿no eras tú quien decía que el idioma pertenece al pueblo y que,
cuando el pueblo decide cambiar, no hay fuerza que consiga pararlo? Yo me lo
veía venir, aunque no esperaba que saltase tan pronto; por eso avisaba que
quería enfocar este comentario con otra óptica para que no se me pudiera acusar
de contradicción en los juicios.
Por eso le digo de
inmediato que suscribo cuanto él dice y que no voy a cambiar ahora, que mi
opinión acerca de lo que pudiésemos llamar soberanía del pueblo sobre el idioma
es la misma, pero que, en este caso, hay un componente, digamos, especial, que
es lo que me lleva a escribir este apunte. Verás, le digo, da la casualidad de
que el verbo cesar podríamos
etiquetarlo de culto, lo que viene a decir que el pueblo común no lo utiliza.
No oirás a nadie, en estos tiempos de tan grave índice de paro, que diga que lo
han cesado; la gente, si
acaso dice, que lo han echado
o que lo han despedido.
Cesar es, si nos fijamos, un verbo que se emplea en un
lenguaje muy específico, el periodístico. ¿Y qué quiere decir eso? Pues
simplemente que las personas que lo utilizan son, o eso se supone, gente culta.
Son personas sobre quienes recae una gran responsabilidad porque su trabajo
revierte sobre otras muchas. Un periodista debe escribir y hablar bien porque,
lo piense o no, actúa de modelo para la gente común que no ha tenido la
preparación que ellos han podido alcanzar. Es tan importante la función del
periodista que no solo reconocemos que sean portavoces de la opinión pública,
sino que, a la vez, aceptamos que puedan
ser creadores de opinión e, incluso, forjadores de la lengua.
El periodista no solo
usa el lenguaje, sino que puede crearlo o modificarlo. ¿Y por qué no debemos
aceptar que empleen cesar en
lugar de destituir? Me vais a
perdonar que abra el diccionario y copie el significado de estas palabras. Cesar: ‘dicho de una persona,
dejar de desempeñar un cargo’. Dimitir: ‘renunciar a un empleo o dedicación por voluntad propia’.
Destituir: ‘separar a alguien
del cargo que ejerce’. Hasta ahí todo claro y por eso vuelvo a pedir disculpas.
Pero veamos un poco. Destituir tiene como sinónimos deponer, separar o echar;
dimitir es lo mismo que renunciar o despedirse. Pero, mirad por dónde, cesar, en el sentido en que lo estamos utilizando, carece de
sinónimos, a no ser que usemos la perífrasis quedar cesante, lo que viene a ser lo mismo. Esto significa
que si confundimos cesar y destituir, si las dos palabras
pasan a significar lo mismo, el significado preciso y exacto de la primera,
‘dejar de desempeñar alguien un cargo por finalización del tiempo para el que
fue elegido’ se perderá, porque queda contaminado del sentido espurio ‘por
voluntad de otro’. Y eso, simple y llanamente, no es sino empobrecimiento y
degeneración del idioma, cosa que, a toda costa, por lo que decía de la
responsabilidad, no se le debe tolerar a quien tiene el idioma como herramienta
de trabajo, en este caso un periodista. Sin embargo, y por desgracia, ya lo
dije una vez y no quiero insistir demasiado en ello, la formación lingüística
de muchos de nuestros profesionales del periodismo deja bastante que desear. Y
no solo en casos como el de las palabras que hoy comentamos.
Miro a Zalabardo en
solicitud de apoyo y aprobación de mis palabras. Pero Zalabardo se calla; no sé
si es que desea permanecer neutral en esta cuestión o que, con su silencio,
otorga.
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