domingo, mayo 20, 2012

CESAR, DIMITIR, DESTITUIR


           Soy consciente que he comentado estas palabras en alguna ocasión anterior y por ello pido disculpas. Son muchos ya los apuntes de esta Agenda y a veces resulta difícil no reincidir en temas ya tratados. Pero le digo a Zalabardo (que me mira como si dijera: pues si lo has dicho antes, habla de otra cosa y déjanos en paz) que voy a tratar de enfocarlo desde otra óptica porque, de no hacerlo, podría haber quien me echase en cara que me contradigo al defender unas veces la imparable mutabilidad de la lengua y, otras, la necesidad de defenderla de los cambios. Y podrían tener razón.
            Con excesiva frecuencia leemos en la prensa y oímos en radio y televisión, cojo el ejemplo del fútbol, que tal equipo ha cesado a su entrenador a causa de los malos resultados. Pero no se piense que se da solo en el fútbol. Ayer mismo, la edición digital de El País (aunque luego, acertadamente, la edición impresa corregía el error) titulaba: Hacienda tendrá el poder de cesar a quien incumpla los planes de ajuste. ¿No sabe quien lo redactó que ese verbo (cesar) no se puede usar así, que no se puede utilizar nunca como sinónimo de destituir o de echar? Para que nos entendamos: no es que no se pueda decir, pues lo dice, ni que no se pueda utilizar, pues lo utiliza; lo adecuado sería afirmar que no se debe decir ni utilizar de esa forma. Lo deja claro el Diccionario Panhispánico de Dudas, lo advierte a cada instante la Fundación del Español Urgente. A la persona que redactó tal titular le bastaba haber consultado el Libro de Estilo de su diario: cesar es un verbo intransitivo. ¿Y qué quiere decir tal cosa? Simplemente, que una persona puede cesar, pero no ser cesada. Dicho de personas, cesar significa ‘dejar de desempeñar un empleo o cargo para el que fue elegido’.
            Un ejemplo fácil: los presidentes de gobierno y sus respectivos ministros cesan tras estar en el cargo los años para los que fueron elegidos. Si quieren continuar, habrán de presentarse a las elecciones para lograr de nuevo la confianza de los votantes. Cesa, también, el profesional a la conclusión del contrato que firmó. Y si un cese se produce por propia decisión, antes del tiempo establecido, lo que corresponde es hablar de dimisión, ese verbo que en nuestro país casi nadie conjuga por mucho motivo que haya para ello. Pero si una persona ha de dejar un cargo porque ha perdido la confianza de quien se lo brindó, lo correcto es hablar de destituir, deponer o, más fácil, echar.
            Zalabardo, que ha estado oyéndome con sumo interés, o al menos eso aparenta, va y me dice: Bueno, vamos a ver, ¿no eras tú quien decía que el idioma pertenece al pueblo y que, cuando el pueblo decide cambiar, no hay fuerza que consiga pararlo? Yo me lo veía venir, aunque no esperaba que saltase tan pronto; por eso avisaba que quería enfocar este comentario con otra óptica para que no se me pudiera acusar de contradicción en los juicios.
            Por eso le digo de inmediato que suscribo cuanto él dice y que no voy a cambiar ahora, que mi opinión acerca de lo que pudiésemos llamar soberanía del pueblo sobre el idioma es la misma, pero que, en este caso, hay un componente, digamos, especial, que es lo que me lleva a escribir este apunte. Verás, le digo, da la casualidad de que el verbo cesar podríamos etiquetarlo de culto, lo que viene a decir que el pueblo común no lo utiliza. No oirás a nadie, en estos tiempos de tan grave índice de paro, que diga que lo han cesado; la gente, si acaso dice, que lo han echado o que lo han despedido.
            Cesar es, si nos fijamos, un verbo que se emplea en un lenguaje muy específico, el periodístico. ¿Y qué quiere decir eso? Pues simplemente que las personas que lo utilizan son, o eso se supone, gente culta. Son personas sobre quienes recae una gran responsabilidad porque su trabajo revierte sobre otras muchas. Un periodista debe escribir y hablar bien porque, lo piense o no, actúa de modelo para la gente común que no ha tenido la preparación que ellos han podido alcanzar. Es tan importante la función del periodista que no solo reconocemos que sean portavoces de la opinión pública, sino que, a la vez,  aceptamos que puedan ser creadores de opinión e, incluso, forjadores de la lengua.
            El periodista no solo usa el lenguaje, sino que puede crearlo o modificarlo. ¿Y por qué no debemos aceptar que empleen cesar en lugar de destituir? Me vais a perdonar que abra el diccionario y copie el significado de estas palabras. Cesar: ‘dicho de una persona, dejar de desempeñar un cargo’. Dimitir: ‘renunciar a un empleo o dedicación por voluntad propia’. Destituir: ‘separar a alguien del cargo que ejerce’. Hasta ahí todo claro y por eso vuelvo a pedir disculpas.
            Pero veamos un poco. Destituir tiene como sinónimos deponer, separar o echar; dimitir es lo mismo que renunciar o despedirse. Pero, mirad por dónde, cesar, en el sentido en que lo estamos utilizando, carece de sinónimos, a no ser que usemos la perífrasis quedar cesante, lo que viene a ser lo mismo. Esto significa que si confundimos cesar y destituir, si las dos palabras pasan a significar lo mismo, el significado preciso y exacto de la primera, ‘dejar de desempeñar alguien un cargo por finalización del tiempo para el que fue elegido’ se perderá, porque queda contaminado del sentido espurio ‘por voluntad de otro’. Y eso, simple y llanamente, no es sino empobrecimiento y degeneración del idioma, cosa que, a toda costa, por lo que decía de la responsabilidad, no se le debe tolerar a quien tiene el idioma como herramienta de trabajo, en este caso un periodista. Sin embargo, y por desgracia, ya lo dije una vez y no quiero insistir demasiado en ello, la formación lingüística de muchos de nuestros profesionales del periodismo deja bastante que desear. Y no solo en casos como el de las palabras que hoy comentamos.
            Miro a Zalabardo en solicitud de apoyo y aprobación de mis palabras. Pero Zalabardo se calla; no sé si es que desea permanecer neutral en esta cuestión o que, con su silencio, otorga.

No hay comentarios: