sábado, octubre 03, 2015

FORMAS DE ESCRIBIR LA HISTORIA


Calatañazor (Soria)

            “Si la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero”, me pregunta Zalabardo emulando a Machado, “¿cómo es posible que un acontecimiento se cuente de diferentes modos?” Intento decirle que, entre los historiadores, como entre los administradores de fincas, hay de todo, gente seria y gente que no lo es tanto. Personas que respetan la documentación y la objetividad y charlatanes de feria que solo pretenden llamar la atención, cuando no el timo. Por ello, le digo, no debemos generalizar un juicio negativo sobre la función de la historia y quienes la redactan, pues podríamos meter la pata y dañar la reputación de personas sensatas y de criterio justo.
            En épocas pasadas, continúo diciéndole, cuando el analfabetismo era lo más común y había grandes las dificultades para acceder a la documentación que nos garantizara la objetividad de cuanto se escribía y leía, no era de extrañar que los cronistas, se prefería este nombre al de historiador, recurriesen con frecuencia a leyendas o que alterasen la presentación de la realidad según conviniera a los intereses de la casa que cada cual defendía.
            Siguiendo mi costumbre, procuro reforzar mis argumentos con ejemplos no muy complicados. Y le recuerdo la batalla de Calatañazor, de 1002, aquella que dio origen a lo de En Calatañazor, Almanzor perdió el tambor. La historiografía moderna, apoyándose en datos fiables y vacunados contra cualquier interpretación sesgada, duda de que tal batalla hubiese tenido lugar. La considera una invención propagandística de los reinos cristianos para elevar la moral del pueblo frente al enemigo musulmán.

Castillo de Calatañazor
            ¿Y de dónde salió todo? Hasta donde yo alcanzo, creo que la fuente hay que situarla en el Chronicon mundi, obra de Lucas de Tuy, compuesta hacia 1236. En resumidas cuentas, dice este buen señor que, volviendo Almanzor de unas correrías por Galicia, a la altura de Calatañazor le hizo frente el ejército del rey Bermudo II, que dio muerte a miles de sarracenos e incluso hubiese apresado al propio Almanzor de no sobrevenir la noche. Amparados en la oscuridad de la noche, los musulmanes abandonaron su campamento y huyeron. Entonces, las mesnadas del conde castellano Garci Fernández, que acudieron en ayuda de los leoneses, salieron tras ellos y causaron una gran mortandad.
            El Tudense, que así se conoce también a este monje leonés que fue obispo de Tuy, dice tras contar lo anterior: Pero fue un marauilloso dicho en ese dia que en Calatanasor fue vençido el rey: vno como pescador en la ribera del rio Guadalqueuir, como plañendo, bozes en lengua caldea, e a uezes en española, clamaua, diziendo: “En Calatanaçor perdio Almançor el atambor”; que quiere dezir que en Calatanaçor perdio Almançor el pandero, que es su alegria […]Este creemos que fue el diablo que lloraua la cayda de los moros. Mas Almançor, desde ese dia que fue vençido, nunca quiso comer nin beuer, y veniendo en la cibdad que se dize Medinaceli morio…”
            Aclaro a Zalabardo que, en esta crónica, aparte de lo puramente legendario, hay errores de bulto que hoy no colarían. Por ejemplo, Bermudo II no pudo actuar en esa supuesta batalla de 1002 porque había muerto en 999, es decir, tres años antes. En León reinaba Alfonso V, que, dado que nació en 994, contaba solo 8 años. Tampoco el conde castellano Garci Fernández pudo perseguir a Almanzor, pues hacía 7 años que había muerto. Si acaso, sería su hijo, Sancho García quien lo hiciera. Sin embargo, nada de eso importaba. Lo que se buscaba era hacer creer que la muerte del terrible Almanzor, efectivamente acaecida en 1002, en Medinaceli, no se debió a enfermedad, sino al empuje de los cristianos.
            Le insisto a mi amigo sobre lo difícil que sería hoy escribir la historia en esos tonos, porque hay documentos, gráficos y escritos, hay archivos, hay prensa, radio y televisión, hay Internet… Es decir, que resulta casi imposible escribir patrañas a menos que contemos con personas dispuestas a creérselas.
            Zalabardo se rasca la cabeza, me mira y me dice: “¿Entonces, qué pasa con ese que dice que Cervantes era catalán y que el Quijote, como La Celestina y El Lazarillo, se escribieron en catalán, pero que la censura obligó a editarlos en castellano, haciendo desaparecer los textos originales?”

 
Anuncio de una conferencia de Jordi Bilbeny
          
Le respondo: “¡Ah, sí, ese que dice llamarse Jordi Bilbeny, que afirma ser licenciado en Filología Catalana por la Universidad Autónoma de Barcelona y que sostiene que catalanes eran Colón, Hernán Cortés, Santa Teresa e incluso el mismo Erasmo de Rotterdam! Ese fulano ignora, incluso, que Sant Jordi no era catalán, sino un turco de Capadocia que, vaya a saber usted por qué, es patrón de Génova, Lituania, Portugal, Georgia, Frigurgo, Moscú, Cáceres, Inglaterra…, además de Barcelona”. Los dos nos echamos a reír.
            Me cuesta creer que universidad tan prestigiosa respalde a un individuo de ese jaez. Pero ya sabemos que hay peritos en falsear títulos y méritos. Para mí, el tal Bilbany es un andoba con más cara que espalda. Lo que me provoca sonrojo es que haya ingenuos que crean las absurdas fantasías de ese petit Nicolau català. Y me indigna que instituciones públicas subvencionen un Institut Nova Història, copresidido por este iluminado, con la pretensión de demostrar que la historia de Cataluña ha sido sistemáticamente manipulada desde los siglos xv y xvi y es preciso reescribirla.

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