sábado, octubre 24, 2015

¿MALAGUITA?



 
El cenachero
          
Al iniciar la redacción de este apunte, confieso a Zalabardo mi temor de actuar como el buey de la fábula que comentaba en un apunte anterior. La razón es fácil: hartas veces he mencionado la dificultad que supone afirmar que una palabra es originaria y privativa de un lugar, cualquiera que este sea. La dialectología, así como el estudio de las hablas locales, no son un mero pasatiempo. Bajo el título de Vocabulario de… u otros parecidos, encontramos bastantes veces simples catálogos de voces que, si bien son de uso habitual en ese lugar, de ninguna manera son específicas de allí, pues las comparten con zonas limítrofes e incluso lejanas. La dialectología y la lexicografía, no se olvide, son ciencias muy serias que exigen un rigor y una coherencia de criterios que, por desgracia, en ocasiones se desprecian.
            Para no caer en el vicio que censuro, me pongo la venda antes de que haya herida y aviso que no todo lo que digo aquí ha de ir a misa. El diario SUR, de Málaga, ha ha tratado de elaborar este pasado verano una relación de las palabras más malaguitas. No estoy de acuerdo ni con el método empleado (pedían a los lectores que, mediante twitter o facebook, enviasen vocablos que consideraran merecedores de tal condición) ni con el resultado obtenido (al parecer, la palabra más malaguita que hay es pechá).
            Ya de inicio me extraña la proliferación del término malaguita en tiempos recientes. Siempre entendí (ya digo que puedo estar equivocado) que malaguita era palabra que se aplicaba, en ambientes ajenos y lejanos a la provincia de Málaga, a quienes procedían de esta provincia y, en especial, de la capital. Así ocurría, por ejemplo, en la mili. Busco en los inagotables fondos de la Red y me encuentro con que hay en Las Palmas de Gran Canaria un aficionado forofo, y al parecer conflictivo, del Club Baloncesto Gran Canaria a quien apodan el Malaguita por el motivo aludido. En alguna película de Torrente aparece un personaje al que llaman Malaguita y también encuentro un Blog del Malaguita que, al parecer es alguien que interviene en uno de esos programas “culturales” con los que nos deleita Telecinco. O sea, que la palabra no nos ofrece unas connotaciones demasiado positivas.
            Pero, en esa búsqueda, me encuentro también con una página de un colaborador del diario SUR en la que se lee que malaguita es un término que usamos los malagueños para denominar a los ciudadanos que están muy implicados en la defensa de la ciudad y sus tradiciones. A los malaguitas les gusta comer espetos, callejear y perderse por el casco antiguo; y, por supuesto, son defensores a ultranza de la Semana Santa, de la Feria de Agosto, del Málaga C. F. y de las viejas costumbres populares.
            Confieso mi sorpresa. Debe ser un término (y un concepto) de reciente uso, ya que no aparece ni en el clásico Vocabulario Andaluz, de Alcalá Venceslada, ni lo recoge ninguno de los vocabularios malagueños que consulto, algunos respaldados por un notable prestigio (Juan Cepas, Francisco Álvarez Curiel, Antonio del Pozo…). Si se trata de un nuevo vocablo, bienvenido sea; nada tengo que decir, pues las palabras, como las golondrinas con las estaciones, van y vienen. Algunas (palabras) se quedan para siempre; otras, como ciertas estrellas, son fugaces y duran lo que duran. Solo le pongo un reparo. Malaguita me recuerda bastante a capillita, palabra de origen quizá sevillano, aunque se haya ido extendiendo su uso, que señala tanto al miembro de una cofradía como al exageradamente aficionado a la Semana Santa. Y, ya sabemos, al capillita se lo mira como un tipo un poco raro en el conjunto de la sociedad.

 
Asador de espetos en la playa de la Misericordia
          
Pero sería interesante detenerse siquiera un poco en el resultado de esa encuesta, o lo que sea, de la que hablo. Lo digo así porque esa tarea del diario SUR es cualquier cosa menos un estudio serio. Lo dice ya el hecho de que la palabra ganadora, la más malaguita (y no sé si hay que entender por eso la más malagueña) sea pechá. Que quieran acompañar este resultado de una aparentemente sesuda explicación de un profesor universitario (de quien puedo asegurar que sí es un auténtico malaguita, en el sentido que el periódico defiende) sobre el devenir etimológico de la palabra, su origen latino, su empleo ya por Alfonso x, o sus diferentes significados a través del tiempo no me sirve de nada. Si queremos hacer un estudio dialectológico, o meramente lexicográfico, nunca deberemos confundir léxico, fonética, ortografía y otras disciplinas del lenguaje. Pechá no es más que el castellano pechada, con la lógica pérdida de la -d- intervocálica propia de nuestra habla y que, no ya en Málaga, sino en el más escondido rincón de Andalucía significa ‘hartazgo, gran cantidad de algo’. Está en la línea de jartá, también de amplia difusión. Luego, de palabra malaguita, nada de nada.
            Como hacer una revisión de cada término de los ofrecidos por el periódico (y no negaré que algunos sí pueden considerarse, con las reservas que siempre digo, característicos de Málaga), sería cansino, me detendré solo en tres que ocupan un destacado lugar en la mencionada relación:

Chiste de Idígoras, en el diario SUR
            Esmayao (derivado del verbo desmayar) significa, en casi toda Andalucía, ‘hambriento, desfallecido por no haber comido’. Claro es que debe escribirse así y no esmallao como hace el periódico. Eso  sería derivarlo de malla y su significado sería uno muy diferente.
            Majarón, o maharón según la aspiración sea más o menos acusada, es también término que traspasa nuestras fronteras y se comprueba si atendemos a que lo utilizan tanto Muñoz Seca (gaditano) como González Anaya (malagueño).
            Y el último caso. Se repite más de la cuenta que merdellón es palabra malagueña (¿malaguita?). No hay nada peor que repetir lo que alguien ha dicho alguna vez sin detenerse a comprobar la validez de lo dicho. Porque resulta que, en el Entremés de los mirones, supuestamente escrito por Cervantes, una vendedora de verduras, recrimina el comportamiento de su hija gritándole: ¡Cochina, deshonrabuenos, merdellona! ¿Dónde tenías el juicio cuando tal porquería te salió por esa boca de horno? La escena, curiosamente, acaece en Sevilla, en el lugar llamado entonces La Costanilla, que, si no ando errado, es la actual Plaza Pescadería, al final de la Cuesta del Rosario. En un estrecho callejón de aquella zona, en mis ya lejanos años de universitario, viví yo, según le digo a Zalabardo. Ese entremés demuestra que, en Sevilla, en tiempos de Cervantes, esa palabra ya se utilizaba.

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