sábado, abril 16, 2016

Y NO SE ENTERAN



            Son siete géneros: masculino, feminino, neutro, común de dos, común de tres, dudoso, mezclado. Masculino llamamos aquél con que se aiunta este artículo el, como el ombre, el libro. Feminino llamamos aquél con que se aiunta este artículo la, como la mujer, la carta (Antonio de Nebrija, 1492).

Mafalda, de Quino (con texto modificado)
            Vivimos una época en la que parece haberse impuesto la costumbre de mirar la lengua como producto ideológico más que comunicativo. La Junta de Andalucía ha publicado el texto de su II Plan Estratégico de Igualdad de Género en Educación 2016-2021, que es buena prueba de lo que digo. Vaya por delante que apoyo y respeto cuanto signifique defender la igualdad de todos los seres humanos, sin mirar si son mujeres u hombres. Puede que a unos y otros nos separe una diferencia biológica, pero nada más. Por eso, cualquier clase de discriminación (aún las llamadas positivas) puede dar motivo a cometer atentados contra la igualdad, si no se aplican de modo racional.
            Si siempre he defendido lo anterior, lo he hablado muchas veces con Zalabardo,  del mismo modo he mantenido que la igualdad se consigue con un cambio de la mentalidad y las leyes que no la propugnan, no con un simple cambio del lenguaje. Leía en un blog de Ángel Luis Robles Álamo que la lengua es un instrumento para comunicarnos, no es la mente. Si quieren atacar al machista que lo hagan al machista, no al instrumento que usa para expresarse, el cual, ni es ni puede ser machista, ya que la lengua no tiene voluntad. Me parece opinión bastante acertada.
            Querer cambiar la realidad limitándose a cambiar solo el lenguaje es de todo punto irracional si, para colmo de despropósitos, lo que se altera es la propia naturaleza de la lengua.
            Puedo alabar del citado texto su firme deseo de oponerse sin desmayo a cuanto atente contra la dignidad y derechos de las personas, con independencia de su sexo. Pero el camino escogido me parece erróneo. Porque, aceptando esa lucha, tengo que decir que el texto del que hablo es un auténtico bodrio si se lo analiza desde el punto de vista lingüístico.
            No se puede consentir, pese a las buenas intenciones, que se dinamite el principio de la economía del lenguaje, el principio de los rangos (la lengua se sustenta sobre la oposición entre elementos marcados y no marcados) y algunas cuestiones más. Si quienes han redactado este texto no saben qué es eso, deberían haberse informado antes.
            Los rectores de la Junta de Andalucía parecen desconocer la Gramática que hace ya 524 años Antonio de Nebrija, en la que se explica el género como la posibilidad de construirse las palabras con artículo el o la y que lo que hace es determinar la concordancia. No voy recurrir a gramáticas posteriores, incluida la reciente de la Academia. Me limitaré a transcribir unas citas, más al alcance de los no especialistas.
            Dice irónicamente Álex Grijelmo en su Gramática descomplicada: Una cosa es el género y otra el sexo, aunque los políticos españoles suelen confundirlos cuando hablan (suponemos que sólo en ese caso) y se refieren a menudo a violencia de género en vez de decir violencia sexual o expresiones más atinadas en relación con lo que se quiere decir […] Los sexos biológicos son dos, mientras que los géneros son tres.
            Nebrija, lo hemos visto arriba, hablaba de siete. Las gramáticas actuales suelen hablar de seis formas de dividir las palabras por su género (masculino, femenino, neutro, común, epiceno y ambiguo)
            El Instituto Cervantes, en El libro del español correcto dice: No se debe confundir el género con el sexo, pues son conceptos que pertenecen a realidades diferentes: el género es un rango que señala una propiedad gramatical de algunas palabras, el sexo es una característica biológica de los seres vivos.
            La Junta de Andalucía comete esta confusión e intenta imponer unos usos que ni sus mismos redactores aciertan a cumplir. Comienza pecando contra el principio de economía comunicativa al utilizar la expresión la persona titular de la Consejería competente en materia de educación, en lugar el Consejero de Educación (nadie duda que, cuando como ahora, el cargo lo ocupe una mujer diremos Consejera). ¡11 palabras para lo que se puede decir con solo 3! El mismo principio se conculca al citar a las AMPA (Asociación de madres y padres de alumnos), incumpliendo el propio espíritu del texto que, para ser coherente, debería hablar de AMPAA (por alumnos y alumnas); lo grave es que las convierte, poco más adelante en Asociaciones de Madres y Padres y Tutores o Tutoras Legales de Alumnos y Alumnas (o sea, AMPTTLAA). ¡Comodísimo!
            El deseo de hacer visibles y diferenciar continuamente los sexos, que no los géneros, lleva a contradicciones difíciles de explicar. Dice un párrafo: …se adopten los medios, disposiciones o resoluciones administrativas necesarios. ¿No habría que decir, según sus tesis, necesarios y necesarias? Hay casos aún peores. En un lugar se cita la obligación de comunicar el número de profesorado. Veamos: profesorado es un nombre colectivo, aparte de incontable (no es posible decir dos profesorados si hablamos de personas concretas). La expresión pide, pues, una barbaridad, ya que el término no permite ser usado como individual contable; por fuerza tendremos que decir tantos profesores o, si se nos pide diferenciación por sexos, tantos profesores y tantas profesoras.
            Ejemplos como los citados se pueden seguir señalando. Lo que, en suma, acaba por dar la puntilla al texto es su insistencia en utilizar mucha implementación, mucho poner en valor, mucho en base a, mucha coeducación (sin aclarar qué diferencia notable hay con educación), mucho ciber-acoso, grooming, sexting… Parece que desean demostrar que están al día en toda clase de modismos rechazables.
            La solución a lo que pretenden desmontar es más sencilla. Si aportamos medios para que nuestros alumnos reciban mejor formación, si hacemos algo por defender la dignidad y preparación de los profesores que han de proporcionar dicha formación, el problema se resolvería. Pero de eso no habla el texto, con lo que queda convertido en huera palabrería.

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