sábado, abril 02, 2016

ESO NO SE DICE…(I)



            Al menos él había creído que el español, inepto para la ciencia y para la civilización, era un patriota exaltado y se encontraba que no; después del desastre de las dos pequeñas escuadras en Cuba y Filipinas, todo el mundo iba al teatro y a los toros tan tranquilo. (Pío Baroja)

            Hay personas, converso con Zalabardo mientras nos reponemos de los excesos de la Semana Santa —¿por qué no habrá festividad sin ellos, ya sean torrijas, mantecados o cualquier otra muestra culinaria de elevadas dosis calóricas?—, que defienden un carácter aristocrático del lenguaje, que no lo miran con la naturalidad debida, que vuelcan sobre él todos sus prejuicios de clase. Ya no es solo que se incurra en giros del tipo hablar como un Castelar, jurar como un carretero o gritar como una verdulera para poner ejemplos de lo que se debe o no hacer. Es que desean imponer qué está bien dicho y qué no. Y así van surgiendo los tabúes y los eufemismos. Del mismo modo, se llega a pensar que cualquier jerga, por serlo, debiera ser ya condenada. ¿A quién no lo han reprendido alguna vez con el mandato ¡Eso no se dice!
            Pío Baroja escribió El árbol de la ciencia en 1911, aunque los hechos que relata transcurren, según el estudio de su sobrino Pío Caro Baroja, entre 1887 y 1896, años que recogen el periodo en que estudió medicina y ejerció como médico rural y su regreso a Madrid. Ignoro si el novelista conoció un artículo de Juan Valera datado con fecha de 11 de diciembre de 1896 y que luego incluyó en la serie de sus Cartas americanas. La cosa es que Valera escribía en ese artículo: Madrid está tan alegre y confiado como siempre. Quien no lo supiese no adivinaría que estamos empeñados en una lucha costosa. […] Hay en Madrid más espectáculos y fiestas que en cualquier otra capital del mundo. Y hace mención de tales diversiones: pelota, circo, toros, riñas de gallos, más 11 o 12 teatros abiertos.

Venta de carteles y objetos taurinos tras una corrida patriótica. Madrid, 1898. Foto de Compañy
            Lo que me interesa, le aclaro a Zalabardo, no es tanto esta coincidencia, sino el contenido de la carta del escritor cordobés. Es, básicamente una crítica teatral, aunque la extiende un poco a la poesía —valoración negativa del poema Flora, de Salvador Rueda—. Comienza haciendo un repaso de la cartelera de aquellos días (teatro clásico, autores contemporáneos como Echegaray, E. Sellés, Dicenta o Pérez Galdós). Mas lo que le llama la atención es la abundancia de saineteros en la capital madrileña.
            Me ha resultado llamativo el desdén mostrado hacia este género, al que llama literatura tabernaria y acusa, en esencia, de dos faltas: su lenguaje, que considera inadecuado, y la visión excesivamente realista, incluso desagradable, de las clases bajas de la ciudad (la tesis podría ser: sabemos que existe lo feo y desagradable, pero ocultémoslo). Cita a varios autores, y concretamente a uno, José López Silva, autor del libreto de la zarzuela El barquillero, reconoce ciertos valores que podrían hacer que se le perdonasen sus desenfados frecuentes, la verdura en que abundan sus escritos, y la sal y pimienta con que los sazona, manera eufemística de referirse a este lenguaje que menciono.
            Se  extraña de cómo ha calado, incluso en las clases acomodadas este género de teatro y llega un momento en que dice: En la misma buena sociedad, o en la que de tal se jacta, han penetrado no pocos giros de la mencionada jerigonza. Y a veces, por más que disuene algo, se oyen en los salones, hasta en boca de damas distinguidas, palabras como estas: dar una lata, hacer una plancha, tomar el pelo, estar al pelo, dar el opio, ser de mistó, tener la mar de infundios, pitorrearse de alguien, tener poca lacha, etc., etc.
Anuncio de lucha entre un elefante y un toro. Madrid, 1898
            Tras este lamento por que incluso damas distinguidas se dejen contagiar por este lenguaje tarbernario, añade: Solo diré que cada cosa conviene que se quede en su lugar; no está bien que dicho lenguaje se use en los salones, pero que está bien y es muy gracioso en el mercado, en la taberna y en otros lugares de la misma laya.
            Comunico a Zalabardo mi extrañeza ante el hecho de que Valera se escandalice por el empleo de tales giros, alguno de bastante antigüedad y prestigio. Por ejemplo, la dedicatoria de Los trabajos de Persiles y Segismunda, última obra de Cervantes, comienza: Aquellas coplas antiguas, que fueron en su tiempo celebradas, que comienzan: Puesto ya el pie en el estribo, quisiera yo no vinieran tan a pelo en esta mi epístola, porque casi con las mismas palabras la puedo comenzar.
            Mi intención en este apunte era comentar esas expresiones que censura Valera en miembros de la buena sociedad y, aún más, en damas distinguidas, pero veo que me he alargado un poco. Así que lo dejo aquí y en el próximo abordaremos la cuestión

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