viernes, enero 12, 2018

AÑO NUEVO, PALABRAS NUEVAS




            Mi vecino de mesa, Epaminondas, aseguró que don Cristino había nombrado a Espartero Capitán General de Madrid; pero don Santos y sus adustos adláteres pusieron sendos puntos sobre las íes, consignando que el nuevo espadón de la dictadura era el General Moriones.
            (Benito Pérez Galdós, La Primera República)


            Mientras paseábamos ayer tarde por calle Larios, Zalabardo me preguntó si retomaría pronto la actividad de esta Agenda y si tenía pensado tema para el estreno de la nueva temporada, como se acostumbra a llamar los lotes de entregas de los programas de televisión. Le respondí que sí a las dos preguntas. Y, sobre la segunda, echando mano del ya viejo refrán año nuevo, vida nueva, le dije que me parecería adecuado dedicar este apunte a las nuevas palabras.
            Desde mi condición de lingüista, me preocupa la tendencia que parece observarse de un tiempo a hoy, la de determinados colectivos, e incluso particulares, por insistir en que la Academia incluya o excluya de su Diccionario algunas palabras, o modifique la definición de otras ya existentes, aportando los más dispares argumentos. Ante ello, se me ocurren algunas reflexiones. La primera es que el Diccionario, que no es sino acta de aquellas palabras asentadas en el uso que de la lengua hace una comunidad, se elabora siempre a posteriori, dando entrada a un término tras la constatación de que la comunidad que usa la lengua lo ha acogido y emplea en esa línea. Por tanto, en el Diccionario no aparecerá lo que yo quiera que aparezca, sino lo que queda suficientemente demostrado que se dice, de modo no ocasional, y con el sentido que se dice. A veces, es verdad, se recoge tarde; a veces, incluso, no se hace periódicamente el expurgo y limpieza necesarios que den cuenta de los cambios. Pero, reconocido esto, siempre irá a remolque de la realidad social. Si la sociedad cambia, el Diccionario cambiará (o deberá hacerlo). Pero no tiene sentido exigir un cambio que en la sociedad no se ha producido. En este último caso, lo que hemos de trabajar es para que la sociedad cambie, no para que lo haga el Diccionario, que nunca será culpable de que la gente añada a ciertas palabras una intención peyorativa, ofensiva o despectiva. La falta de sensibilidad, de tacto, de comprensión hacia determinadas situaciones está en la sociedad y eso es lo que hay que erradicar.

            Otra reflexión. Me da la impresión de que la propia Academia se deja arrastrar por esta corriente y cede a las presiones externas precipitando modificaciones del Diccionario en función de las peticiones recibidas, con olvido o descuido de otras revisiones que serían, a mi modesto entender, más apropiadas. Todos habremos leído, se ha anunciado a bombo y platillo, que la palabra del año 2017 (como si se tratase de un concurso) ha sido aporofobia, ‘miedo, hostilidad, repugnancia hacia personas pobres, sin recursos o desamparados’. Esta actitud existe y parece ser cada día más acusada; pero me sorprende que se considere palabra del año un tecnicismo que no tiene nada de nuevo, ya que se viene documentando, al menos, desde 1995, aunque casi nadie lo conocía. 

            Me asombra aún más, confieso a Zalabardo, que en esta reciente revisión del Diccionario se dé entrada a bombín, tanto con el significado de ‘pieza de una cerradura que se mueve cuando se introduce y gira la llave’ o con el de ‘bomba pequeña para hinchar ruedas de una bicicleta’. La sorpresa, claro está, me la produce percatarme de que efectivamente no figuraban en ediciones anteriores palabras con tanta historia encima. Como me extraña que se reconozca ahora espadón, ‘militar golpista’, término muy del siglo xix, pero que hoy suena raro. ¿Sigo? Se bendice el acceso de ataché, galicismo, que designa lo que siempre hemos llamado maletín. Es verdad que, en algunos países americanos, por influencia del inglés diplomático, se llama ataché al maletín que portan los ministros para llevar documentos; y así se recoge en el Diccionario de Americanismos. Pero, ante esto, le digo a Zalabardo, tenemos dos opciones: o lo dejamos donde está, o hacemos un único Diccionario que recoja todas las palabras españolas sin distingos del país en que se utilizan. Al fin y al cabo, en América hay más hablantes de español que en la propia España.

            Estas precipitaciones en entradas y salidas son de diferente tipo. En esta revisión del Diccionario quedan acogidas fair play, ‘juego limpio’; kosher, ‘alimento elaborado de acuerdo con los preceptos de las creencias judías’; halal, ‘procedente de un animal sacrificado según los preceptos del Corán’ o sharía, ‘ley religiosa islámica’. Con todos mis respetos, creo que son palabras que casi todos conocemos, pero extranjerismos cuya presencia en el Diccionario considero innecesaria. Porque, con esos criterios, ¿no podríamos recoger también, me vienen ahora a la cabeza, ménage à trois o coast to coast, igualmente frecuentes? O sacar ya de una vez esa feísima almóndiga que ya huele a rancia.



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