domingo, noviembre 11, 2018

LA FE DE LOS CONVERSOS


            Se afirma, le digo a Zalabardo, que los conversos, en cualquier ámbito, suelen ser los más fanáticos e intolerantes en la defensa de la nueva creencia. Karl Vossler, en un ya antiguo ensayo titulado Trascendencia europea de la cultura española, de 1940, decía del nuestro que ningún país europeo ha engendrado el espíritu de la lucha por la fe, y ningún otro lo ha conservado ni tanto tiempo ni de una manera más tenaz. Decía también que, en cuestiones del espíritu, el español es un militarista ordenancista. Y cita en favor de su tesis los Ejercicios espirituales, reglamento clásico del cristiano militante, de Ignacio de Loyola. Extrae Vossler de su lectura que no pueden ni deben ser mantenidos ningún juicio propio, ninguna iniciativa personal, ninguna espontaneidad original ni ninguna originalidad intelectual. Aunque parezca un juicio duro, lo cierto es que en el texto del fundador de los jesuitas leemos cosas como esta: Debemos siempre tener para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina.
            Tranquilizo a Zalabardo, que me mira con gesto receloso, diciéndole que no es mi intención hablar aquí de la fe religiosa, ni atendiendo a la acepción 9 del DLE, ‘asentimiento a la revelación de Dios’, ni a lo que se lee en la Carta a los Hebreos, ‘certeza de lo que no se puede ver’. Lo que antecede es un mero ejemplo. Me interesa ahora la acepción 4 del Diccionario académico: ‘creencia que se da a algo por la autoridad de quien lo dice o por la fama pública’. Porque, creo, con demasiada facilidad nos creamos hoy autoridades o concedemos fama a lo que no la merece.

           Afirma Vossler que, durante mucho tiempo, se nos consideró a los españoles gente de temperamento fanático que veíamos errores, pecados y herejías por todas partes. Y parece que aún nos cuesta liberarnos de esa rigidez, de ese fanatismo. Da igual que hablemos de fútbol, de política, de religión o del más anodino asunto en las redes sociales. Tampoco el idioma se libra, lamentablemente, de la presencia de estos conversos. Aunque algo se vea blanco, ellos dirán que es negro solo porque la nueva fe que han abrazado así se lo impone. Con ellos no va, por mucho que se intente, ni la espontaneidad original ni la originalidad intelectual. No sé si en ellos pensaba don Quijote al aconsejar a Sancho: habla con reposo, pero no de manera que te escuches a ti mismo, que toda afectación es mala. O Juan de Valdés al responder a aquellos con quienes dialogaba: el estilo que tengo me es natural, y sin afectación ninguna escribo como hablo […] porque a mi parecer en ninguna lengua está bien la afectación.
            Porque afectación, y mucha, hay en quienes se empeñan en imponer un lenguaje, dicen, que no sea discriminatorio; inclusivo lo llaman. Como si alguien pudiera quedar fuera del lenguaje que usa, dado que la lengua no solo es nuestra propia vida, sino lo que refleja nuestro auténtico pensamiento. “Sospecho”, me dice Zalabardo, “que arremetemos de nuevo contra quienes defienden la creación de un lenguaje no machista”.
            Tengo que responderle que sí. Hace unos días vi por casualidad una carpeta en la que se leía: Delegados y Delegadas de Padres y Madres. Toda ella aparecía llena de textos explicativos de qué sean los Consejos Escolares y de cuáles son las funciones de sus componentes. Este descubrimiento me llevó hasta un folleto, Breve Manual del Consejero y Consejera Escolar, editado, como la carpeta, por la CODAPA, Confederación Andaluza de Asociaciones de Madres y Padres del Alumnado. Todo cuanto signifique igualdad de derechos es digno de elogios. Lo que censuro, le digo a Zalabardo, es la redacción del texto, todo un despropósito por su desprecio al principio de economía del lenguaje y al criterio muchas veces expresado por la Gramática de la Academia acerca de que evitar de modo indiscriminado el uso del masculino genérico mediante duplicidades, sustantivos colectivos o abstractos no solo puede resultar inadecuado sino, además, empobrecedor. El folleto citado me hace recordar otro más antiguo, Guía sobre comunicación socioambiental con perspectiva de género, editado en 2007 por la Junta de Andalucía. Uno y otro abundan en una aburrida sucesión de alumnos y alumnas, madres y padres, director o directora, delegada y delegado, secretario y secretaria, etc., así como alumnado y profesorado (sin reparar en que no siempre decir el profesorado equivale a los profesores, como hablar de la ciudadanía no siempre es igual que hablar de los ciudadanos).

            Pero, como dijo, o dicen que dijo, el Guerra (el torero), lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible. A sus autores, que muestran una fiebre renovadora encomiable, no solo se los puede atacar de desconocer los mecanismos de la lengua, sino de no dominar la propia fe que defienden. Veamos algunos ejemplos: 1. …un delegado o delegada…es…aquel padre o madre elegido… Es frase realmente rara. Elegido presenta concordancia con padre y con delegado; ¿qué pasa con las madres y las delegadas? 2. …las madres y padres interesados… ¿Se habla de todas las madres y solo de los padres interesados? ¿O hay que entender que las madres no están interesadas? 3. Los delegados de padres y madres no pueden ser un estamento aislado… ¿No hay delegadas?
            Si vemos confusión en estas concordancias, también llaman la atención los casos de las siguientes construcciones: Un delegado o delegada, sus propios hijos e hijas, aquel padre o madre, de entre las madres y padres, etc. Todas esas frases respetan escrupulosamente la norma gramatical que nos dice que, cuando dos o más sustantivos coordinados llevan un solo determinante, este debe concordar en género y número con el sustantivo más próximo…, pero chocan frontalmente con el pretendido lenguaje inclusivo, que exigiría la duplicación un/una, los/las, etc.
            La palma de los despropósitos se la lleva el apartado del Manual de la CODAPA que explica quiénes integran el Consejo Escolar. El folleto afirma que el director, el jefe de estudios, un concejal, un número de profesores…, el secretario del centro… Es decir, que para estos/estas conversos/conversas del lenguaje inclusivo autores del folleto han dejado de existir como por ensalmo las directoras, las jefas de estudios, las concejalas, las profesoras, las secretarias… O la redacción (mala puntuación y errores de concordancia) del folleto de la Junta.
Pareciéndome mal ese esfuerzo por imponer el lenguaje inclusivo, le digo a Zalabardo que me parece peor que las personas que han redactado esos textos se muestren tan negados para escribir un párrafo que tenga sentido. Luego nos quejamos de que en las oposiciones a profesores de Lengua Española los aspirantes suspendan por cuestiones de ortografía y redacción.

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