domingo, noviembre 04, 2018

NOVIEMBRE


 
Cementerio de Sayalonga
          
Recuerdo de mi niñez, hablo con Zalabardo, que sentía noviembre como un mes raro, diferente a otros. Mayo era el mes de las flores, estallido de la primavera; junio, el de inicio de las largas vacaciones veraniegas; diciembre y enero concentraban fechas alegres, desde el 8 de diciembre, fiesta grande en el instituto, hasta el 6 de enero, Reyes Magos, pasando por las festividades de navidad y año nuevo.


Cementerio de Macharaviaya y cripta de los Gálvez
           Sin embargo, noviembre tenía algo extraño. Noviembre era el mes de los muertos. Y, aunque el día 1 es el Día de Todos los Santos, su inicio verdadero era el día 2, Día de los Difuntos, con la obligada visita a los cementerios. Para los niños, allá en mi pueblo, Osuna, esa visita carecía de sentido fúnebre porque corríamos arriba y abajo de la calle Écija arrojando a los molestos piojos moriscos que se les enredaban en el pelo. En casa, supongo que en todas, se encendían mariposas, aquellas pequeñas luces flotantes sobre una superficie de aceite y que, en la oscuridad de la noche daban a todo un aire tétrico. Noviembre, sin embargo, tenía su contrapunto festivo: era frecuente la aparición de alguna compañía teatral ambulante que representaba el Don Juan Tenorio de Zorrilla.
 
Cementerio de Benamocarra
          
No es casual que noviembre sea el mes de los muertos. Es tradición que se remonta a muchos años atrás, que se pierde en la memoria de los tiempos. Casi todas las culturas conocidas coinciden en su preocupación por la existencia de una forma de vida posterior a esta terrenal, y en la duda (pues nada hay que nos avale su certeza) de qué será de nosotros una vez muertos. Y a los muertos se los ha honrado y se les han dedicado ritos, todos con el deseo de que la otra vida, si la hay, les resulte lo mejor posible. Incluso, en algunas culturas, se ha creído que, si no honramos su memoria, de alguna manera regresarán para castigarnos.


Cementerio de San Miguel, Málaga
            Eso puede que explique, le digo a Zalabardo, que ya desde el Paleolítico existiese la costumbre de enterrar a los muertos acompañándolos de sus objetos personales e incluso alimentos, con la esperanza de que, en su mundo de ultratumba, gocen de una existencia al menos parecida a la que han dejado.

Cementerio Inglés, Málaga

           
La inmensa mayoría de civilizaciones y culturas han escogido noviembre para brindar estos honores a los difuntos. Noviembre, otoño, es la época en que todo decae, en que los días menguan al tiempo que las noches se alargan, anunciando la proximidad del invierno. En la mitología egipcia se nos cuenta cómo Osiris, que preside el tribunal de los muertos, fue asesinado por su hermano Seth y arrojado al Nilo durante el mes el mes de athyr, que en el calendario egipcio se corresponde con finales de octubre y principios de noviembre.
            No solo los egipcios tenían ese mes dedicado a los muertos. Otras culturas, la asiria, la persa, la india, también lo tenían: arahsamna, mordad-month, durga, eran sus nombres. Si no estoy equivocado, o no lo están las fuentes que consulto, todos coincidían con nuestro octubre-noviembre. Pero el puente de unión entre estos cultos a los muertos y la forma en que se manifiestan en la actualidad hay que buscarlo en la cultura celta y en la fiesta de Samhain, ‘final del verano’, el 31 de octubre. Se creía que, en ese momento, la línea de separación entre este mundo y el otro era tan delgada que los espíritus, tanto buenos como malos, podían traspasarla con facilidad. Por ello, los druidas celebraban ceremonias y ofrecían sacrificios para homenajear a los espíritus benignos y ahuyentar a los malignos.


Cementerio de Casarabonela

            Con la cristianización, el papa Gregorio iv decidió trasladar, en el año 835, la fiesta de Todos los Santos desde mayo al 1 de noviembre, y Sahmain fue sustituyéndose por Halloween, que significa, precisamente, ‘víspera de Todos los Santos’. Tenemos, pues, otro caso más de que una tradición o fiesta pagana se adapte al pensamiento de una época, cultura o creencia diferente.
Cementerio de Casarabonela
            Estos días, la tradición impone, entre nosotros, visitar los cementerios. Me gusta la palabra cementerio que significa ‘dormitorio’. Hoy se tiende más a celebrar las últimas honras a los difuntos en los tanatorios, palabra que me gusta menos, porque su significado es más frío, ‘lugar donde se depositan los muertos’. Algunos cementerios son tristes, deprimentes, porque se ajustan a aquellos versos de Unamuno: corral de muertos, entre pobres tapias, / hechas también de barro. Pero hay otros que son verdaderamente bellos. Málaga, Zalabardo lo sabe, es un lugar que posee bellos cementerios. En la provincia, recuerdo el de Sayalonga, circular y lleno de misterios y leyendas; el de Benamocarra, con sus calles empinadas; el de Álora, que ocupa el interior de un castillo; el de Macharaviaya que, bajo su aparente humildad, guarda la cripta de los Gálvez; y, por supuesto, el de Casabermeja, considerado como uno de los más bellos de España. Y, en la capital, no hay que olvidar el de San Miguel, considerado monumento, y el Cementerio de los Ingleses, cargado de historia.



No hay comentarios: