viernes, noviembre 16, 2018

TAREROS



             Hace unos días estuve en Osuna en una de las periódicas reuniones que celebramos quienes iniciamos en 1956 (¡62 años han pasado ya!) los estudios de bachillerato en el instituto de mi pueblo. Le digo a Zalabardo que, para mí, es uno de los gozos mayores de que aún puedo disfrutar; sobre todo, si tengo en cuenta que salí del pueblo hace mucho tiempo y no conservo allí ningún familiar. Lo que me incita a ir por allí son el mismo pueblo, mi cuna, y, más que nada, los amigos de entonces. La visita la disimulamos organizando un ciclo de visitas culturales, pero lo que de verdad nos importa, a todos, es el momento de la comida: esas horas distendidas en que recordamos viejas anécdotas, nos quejamos, en voz baja, de los achaques que ya nos cercan y, sobre todo, nos admiramos de lo guapas y guapos que seguimos todos.

            Las visitas programadas ocupaban más tiempo del que disponíamos. Por ello, quedaron reducidas a la muestra Nápoles y Osuna, sobre la pintura de José Ribera (1591-1652), el convento de la Concepción y, en el Museo, las salas dedicadas al pintor local Juan Rodríguez-Jaldón (1890-1967). No las voy a referir aquí. Sí recomiendo a toda persona que sienta un mínimo interés por el arte que se dé una vuelta por mi pueblo. Pocos lugares acogen un legado artístico como el que allí puede visitarse.
            Como esta Agenda, le digo a Zalabardo, atiende principalmente a cuestiones lingüísticas y a mí me interesa de modo especial el léxico, voy a hablar  de un caso muy particular. En el Museo nos paramos ante un cuadro de Rodríguez-Jaldón titulado Tareros de Carmona. Nos extrañó el título, pues no conocíamos el término tarero. Me dirigí a la joven que nos atendió a la entrada, Paula Alcayada, quien, con una sonrisa bellísima y unos ojos resplandecientes, me contestó que mucha gente le hacía la misma pregunta y que a ella le había costado averiguar su significado. Tarero, me explicó, es igual que manero, como se dice en el pueblo, o manijero, término más común, ‘persona encargada de una cuadrilla de jornaleros’.

            Es un lienzo de notables dimensiones en el que vemos lo que imaginamos ser un grupo familiar: La mitad derecha la ocupa un hombre, de pie, que sujeta, o se apoya, sobre un grueso garrote; lleva sobre los hombros una especie de pelliza y también zahones. En la mitad izquierda, cinco personas más, cuatro de ellas sentadas en torno a una lumbre que ilumina sus rostros: de espaldas, un anciano frente a quien se sitúa una mujer más joven con la cabeza cubierta por un pañuelo. Casi de perfil, una pareja, hombre y mujer, más jóvenes: él se toca con sombrero y ella amamanta a una criatura. Algo detrás queda otra joven, casi una niña. Es como si declinara el día y descansaran de la faena: de un banco de los que se utilizan en la recogida de la aceituna cuelgan unos capachos de esparto; en la parte delantera, abajo, en el suelo, un cántaro de cerámica verde vidriada y lo que supongo es el serón de alguna caballería que queda fuera del cuadro.
            La visión de ese cuadro me hizo reflexionar sobre dos temas: uno, cómo se van perdiendo términos que designan viejos oficios y actividades, la mayor parte de las veces porque los cambios sociales y la transformación tecnológica en muchas faenas han hecho caer en desuso esas palabras. Recuerdo que, cuando leí el libro Castilla, de Azorín, en el capítulo Una ciudad y un balcón me encontré con una serie de términos que el autor ya daba como casi desaparecidos: tundidores, perchadores, cardadores, arcadores, pelaires, chicarreros, boteros… A mí me habían enseñado en mi bachillerato que la escritura de Azorín se caracterizaba, entre otros rasgos, por recuperar un léxico castizo y en trance de desaparición.
            En relación con esto, le digo a Zalabardo, me vienen a la memoria oficios y palabras que en los años en que yo vivía en Osuna resultaban corrientes y hoy creo desaparecidos: en mi pueblo había diteros que proporcionaban productos que se pagaban en cómodos precios, niños que iban a la miga para aprender las primeras letras, santeras que llevaban una imagen de casa en casa, herreros, barquilleros…; de vez en cuando, por sus calles se oían los pregones de los lañadores, hojalateros, arrieros, afiladores, colchoneros y ropavejeros ambulantes que iban de pueblo en pueblo. Hoy, estos términos están tan en desuso como los de Azorín.
            La otra reflexión giraba en torno al título del cuadro que acabábamos de ver. Si un tarero es un manero, un encargado, ¿por qué el título Tareros de Carmona, en plural? Para quienes están habituados a vivir en la ciudad, es posible que hayan dejado de tener sentido determinados términos; pero no sé si en mi pueblo, eminentemente agrícola y olivarero, se habrán olvidado mayeta, maquila, rebusca, chupones, veó, abarcinar, banco o capacho, o si se recuerda la labor de pleita. Estos términos, y más, los encuentro recogidos y comentados en El léxico del olivo en Osuna, estudio de Rafael Cano Aguilar y Manuel Cubero Urbano, publicado en Archivo hispalense en 1979.

            Rodríguez-Jaldón, natural de Osuna y conocedor del campo, sí debía conocer ese léxico y no creo que se equivocara. Más bien creo, digo a Zalabardo, que la persona que informó a Paula desconocía, como nosotros, que un tarero no es un manero y erró al proporcionarle ese significado; me sacó de dudas la consulta que hice en el Vocabulario andaluz, de Antonio Alcalá Venceslada. Allí encontré tareero, que, en la provincia de Sevilla, es ‘obrero ajustado por tareas para la recolección de aceitunas’. María Moliner dice lo mismo, con el añadido de ‘generalmente con su familia’. Por fin, en el trabajo citado de Cano y Cubero (pág. 62) se nos dice que el mapa 227 del ALEA recoge el término tarero, que se define como hace Alcalá Venceslada, y que es la forma más generalizada para designar al destajista.
            Con esto, le aclaro a Zalabardo y a mis amigos, el cuadro de Rodríguez-Jaldón que vimos en el Museo cobra su pleno sentido. La escena representa a una familia de tareros. Los que ya tenemos una edad, recordamos cómo determinadas faenas agrícolas ocupaban a toda una familia, que trabajaba como cuadrilla. Como estos tareros que pintó nuestro paisano Rodríguez-Jaldón. Hoy, todas esas faenas se realizan de otra forma.

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