sábado, diciembre 22, 2018

¿ES POSIBLE EL DIÁLOGO?




           Le enseño a Zalabardo un artículo que publica este sábado El País y le pido que lo lea. Su título es ¿De qué hablar en Navidad? y la persona que lo firma es Julio Llamazares  (https://elpais.com/elpais/2018/12/21/opinion/1545399024_850123.html). El núcleo de ese trabajo queda reflejado en las siguientes preguntas: ¿qué ha sucedido para llegar a este punto en el que ni siquiera entre familiares y compañeros de trabajo sea posible ya discutir sin que ello suponga un ataque al otro? ¿Qué ha sucedido para que el irrespirable clima de las llamadas redes sociales que lo invade todo se haya trasladado al ámbito más privado de las personas convirtiéndolo todo en una prolongación del público?
Le digo a Zalabardo que miro atrás y pienso en épocas (que algunos considerarán menos democráticas y avanzadas que la nuestra) en que personas de diferentes creencias eran capaces de vivir en armonía. Mi formación profesional me lleva a pensar en un género literario que dio abundantes muestras de ese talante por el que las diferencias se resolvían mediante el debate y aportando argumentos sobre las distintas posturas: los Diálogos, que podían versar sobre las más dispares cuestiones. Sin irnos más lejos, entre los siglos II al XVI podemos citar, así un poco a la ligera: Diálogo con el judío Trifón, del mártir Justino; Diálogo de Bías contra Fortuna, del Marqués de Santillana; Diálogo entre un filósofo, un judío y un científico, de Abelardo; Diálogos de Amor, de León Hebreo; Diálogo de la dignidad del hombre, de Fernán Pérez de Oliva; Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés; Diálogo contra los judíos, de Pedro Alfonso; Libro del gentil y los tres sabios, de Ramon Llull; Diálogo de las Cortes, de Pietro Aretino; Diálogo sobre los arcanos misterios de las cosas supremas, de Jean Bodin… ¿Es preciso seguir?
            Como una inmensa mayoría de personas, también yo me encuentro atrapado por este mundo de las redes sociales. Tengo esta Agenda, que Zalabardo me presta; cuento con un muro en Facebook y formo parte de algún grupo de Whatsapp. Cada vez que voy a escribir algo no puedo evitar ese cosquilleo peculiar de quien teme que sus palabras, sus opiniones, hieran a alguien; porque lo seguro es que alguien se sentirá herido y habrá más de una sensibilidad dañada. Y eso me preocupa.
Me gustaría decir que, si en España tenemos un problema con Cataluña, porque lo tenemos, aunque no sea el único, es preciso hablarlo, con quien sea y sin andar con tabúes; me gustaría decir que me alegra ver que, por fin, la Iglesia Católica empieza a reconocer que ha habido abusos sexuales en su seno y que sacarlos a la luz no es ninguna clase de persecución; me gustaría que, igual que lo anterior, se reconociera que la Iglesia, y no solo la Católica, sigue considerando a la mujer como una persona de rango secundario; quisiera gritar que no me gusta que se hagan juicios mediáticos ni que se incite al linchamiento de nadie; que en casos como el lamentable de la joven Laura, no se monte ningún espectáculo televisivo ni quede el asunto en gritar durante una manifestación “Yo también soy Laura” para olvidarlo al día siguiente, sino que hay que trabajar para cambiar esta sociedad que permite todas esas cosas; me gustaría no tener que decir nunca a nadie que yo también soy feminista, porque no es cuestión de serlo o no, sino de crear unas condiciones en las que la mujer se pueda desenvolver en igualdad con el hombre; y que eso supone, por ejemplo, que se le facilite su acceso al trabajo sin que la maternidad suponga ninguna mengua de derechos; me gustaría poder hablar del daño que estamos haciendo al planeta con este cambio climático del que somos culpables; me gustaría poder hablar de dictaduras, pasadas, presentes y futuras, sin que nadie se escandalizase; me gustaría decir que aborrezco el mercantilismo que nos invade; me gustaría decir que no me importa que la gente salude estos días con “felices fiestas” en lugar de “feliz Navidad” porque cada uno es libre de adoptar unas creencias u otras o de no creer; y porque, además, la celebración del solsticio de invierno es muy anterior a la celebración de la Navidad, que fue una asimilación cristiana de una festividad pagana, pues, entre otras cosas, no hay prueba fehaciente de que Cristo naciera en esas fechas; me gustaría tener alguna influencia para conseguir que no mueran más inocentes en guerras crueles o cuando solo buscan traspasar una frontera para obtener una vida mejor; me gustaría poder hablar con personas que, aunque no participen de mis más íntimas ideas, acepten escuchar mis argumentos de la misma manera que yo estoy dispuesto a escuchar los suyos. Porque tengo muy claro que ni yo ni nadie posee la prerrogativa de la verdad.
            Me gustaría decir muchas cosas más, pero, como muchos, acabo callando ante la incesante plaga de injusticias y maldades. Y con mi silencio, siento que me hago cómplice de cuanto sucede. Si dijera todo lo que pienso, me llamarían muchas cosas, casi ninguna agradable y dirían que soy utópico, que no vivo en el mundo real. Tal vez sea así.
            Por eso, digo a Zalabardo, me gustaría, al menos, enviar un abrazo solidario a quienes me lean y desearles felices fiestas, feliz Navidad, feliz solsticio o cualquier cosa que quieran celebrar si eso supone aportar algo a la mejora de este mundo.


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