lunes, diciembre 17, 2018

SOBRE ANCIANOS Y VIEJOS


            Ya he contado muchas veces cómo conocí a Zalabardo. Pero algunos me dicen que cada vez tiendo a contarlo de manera diferente y eso los hace dudar de todas las versiones. Tal vez ocurra eso porque no reparan en que la vida es puro cambio, nada permanece estable para siempre; cambiamos nosotros, cambia lo que nos rodea y cambia el lenguaje con que nos expresamos.
            Al cabo, lo que importa es que Zalabardo siempre está a mi lado y conversamos mucho. A veces, sobre cosas trascendentes; otras, no tanto. El otro día me preguntaba, mientras echaba una ojeada al Libro de Estilo de El País, por qué se dice en él que los términos anciano o anciana deben emplearse solo excepcionalmente y más como exponente de decrepitud física que como un estadio de edad.
            Le contesto expresándole mi desacuerdo con ese juicio, que parecería producto de la moderna corrección política del lenguaje si no supiera yo que al responsable de dicho libro de estilo no lo podemos acusar de tal delito. Y aprovecho para explicarle que aunque en términos generales se consideran sinónimos anciano, antiguo y viejo, entre ellos hay muchas diferencias y no solo porque sea complicado encontrar sinónimos que puedan siempre intercambiarse en cualquier contexto.

            Nuestra lengua, le sigo diciendo a mi amigo, es muy rica en matices que, desgraciadamente, se van perdiendo. Por eso me gusta de vez en cuando, adentrarme en los viejos diccionarios, que son solo fedatarios de la lengua de la sociedad, para ver cómo vamos cambiando; y así encuentro casos que explican mi postura ante la actitud de El País frente los términos anciano/anciana. Un gran amigo mío y bellísima persona, Pepe Zamora, no cesa de repetir sobre sí mismo, para asumir su decadencia, que ya es un anciano provecto. Creo que alguna vez le he explicado el error que encierra su afirmación. Y, si no lo he hecho, aprovecho ahora.
            Si cogemos cualquiera de los diccionarios más puestos al día, yo suelo emplear el de la Academia, el de María Moliner y el de Manuel Seco, se ve que vienen coincidiendo en relacionar ancianidad y vejez con ‘edad avanzada’ y antiguo con ‘lo que existió en otra época o es propio de otros tiempos’. A esto hay que añadir que el adjetivo viejo, además, señala ‘lo que está deteriorado por el paso del tiempo’.

            ¿Pero hasta qué punto son sinónimos anciano y viejo? No sé si la confusión la crea la misma Real Academia al afirmar en su Diccionario de Autoridades, de 1726, que ‘ancianidad es lo mismo que vejez’. Porque, sigo creyendo, en esta afirmación no se tienen en cuenta los matices de los que antes hablaba. Y todos esos matices se pueden encontrar en diccionarios específicos de sinónimos y antónimos. Yo suelo emplear fundamentalmente, Zalabardo lo sabe, el de Pedro María de Olive, de 1843; el del mejicano José Gómez de la Cortina, de 1845, y el de Samuel Gili Gaya, de 1981.
            Dice Olive: Estas palabras son comparativas y opositivas de otras, pues a lo anciano se opone lo joven y a lo viejo lo nuevo […]; tienen su uso diferente, no pudiendo servir unas por otras. Anciano se dice de un hombre muy avanzado de edad, y solo se usa la palabra viejo en estilo de desprecio, burla o por un modo descortés. Gómez de la Cortina dice: La ancianidad es la última edad del hombre; vejez es la ancianidad considerada con respecto a la decadencia de la vida […] La ancianidad se considera absolutamente; la vejez es siempre relativa. Todos los hombres son ancianos en llegando a cierta edad; se llaman viejos o no viejos según como los consideremos. Y Gili Gaya: Vemos al viejo sujeto a los achaques y debilidades que acarrean los años. Vemos en la ancianidad la consideración que inspira, o debe inspirar, la edad, la madurez, la experiencia […] Anciano indica respeto por parte del que habla, vejete es despectivo y vejestorio expresa burla o desprecio.

            Gómez de la Cortina insiste: La ancianidad es respetable; la vejez, fastidiosa. Los ancianos, en igualdad de educación, tienen más experiencia; por consiguiente, más instrucción y más juicio. Y, aparte de eso, los tres avisan de que anciano solo es aplicable a personas, mientras que viejo se puede decir de todo. Y, para no recargar esta nota, hablan también de la diferencia de los dos términos respecto a antiguo, entre otros.
            Por todo ello, termino diciéndole a Zalabardo, me extraña que Álex Grijelmo, responsable del Libro de Estilo de El País, aconseje el uso excepcional de anciano. Él, que precisamente hoy, en su columna semanal habla de los tabúes y de la necesidad de no caer en ellos. Zalabardo y yo, sin ninguna clase de complejo, sabemos que estamos ya en nuestra etapa de ancianidad, aunque de ninguna manera nos consideramos viejos. Y eso es lo que le he dicho varias veces a mi amigo Pepe Zamora, que cuando se llame a sí mismo anciano, no piense en la vejez.

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