A nadie se le debiera escapar, me dice Zalabardo, que estamos
ante una situación de máxima gravedad. Habrá quien se extrañe de que, en este estado
de confinamiento, Zalabardo se encuentre a mi lado. Ninguna ley contravenimos.
Siendo Zalabardo un ente virtual, tiene la fortuna de ser inmune a cualquier
virus. Y desde la tranquilidad que eso le ofrece, procura infundirme ánimos y me
ayuda a no dejarme abatir por la adversidad. Eso sí, mi amigo me sugiere que me
preocupe en esta Agenda por la gravedad del momento y por
transmitir serenidad a quien me quiera leer y escuchar (ya sabe bien él, me
dice, que una cosa es ver y otra mirar, como una cosa es oír y otra diferente
escuchar). Aquí, leer sería el equivalente de mirar, ‘prestar atención a lo que
se ve’.
Escuchando su
consejo, estos día que aprovecho para releer a Montaigne, recuerdo: Los
hombres se atormentan por las opiniones que se forman de las cosas, más que por
las cosas mismas. Y le digo a Zalabardo que me cuesta enfrentarme a muchas
opiniones sesgadas y pseudonoticias que me llegan. Como nunca he creído que
cualquier tiempo pasado fuera mejor, no abjuraré de las posibilidades de
comunicación que aportan las nuevas tecnologías. Si acaso, lamentaré la
deficiente educación y formación que observo en su empleo. Pese a ello, no
renuncio ni al móvil ni a las redes sociales. Si de algo tengo que prescindir,
me lo apunta mi amigo, es de esas personas que, hipócritas y cínicas, con una
falta de ética inimaginable, usan la mala baba que encierran en sus corazones para
tratar de obtener algún rédito.
Me desahogo
ante Zalabardo y procuro explicarle qué es eso que me cuesta entender. Retomo
la cita de Montaigne y, le digo que, inmersos en este problema
del coronavirus, lo razonable sería centrarse en él: buscar sus causas, lamentar
y paliar sus efectos, hallar una solución lo antes posible.
Pero choco con
quienes no lo ven así. Les interesan más las opiniones que se forman de las
cosas que las cosas mismas. Estas opiniones, por desgracia, no siempre surgen
de modo espontáneo, sino que suelen venir inducidas por mentes perversas,
relacionadas con algún grupo político, congregación religiosa o sociedad del
tipo que sea. El objetivo: que se difunda algo que, aunque dañe a otros, les
reporte un beneficio.
El presidente Sánchez,
digo a mi amigo, no es un político que goce de mis simpatías, por los bandazos
que me dificultan comprender qué defiende. Y hay otros muchos políticos
(activos o en la reserva) que tampoco me gustan, la mayoría: un vicepresidente al
que parece no afectar la cuarentena y se vuelca en alentar manifestaciones y
protestas que, pudiendo ser legítimas, en este instante deberían importar poco;
un expresidente que sale huyendo de Madrid y se refugia en su buen chalet de
Marbella; presidentes de Comunidades Autónomas que se quejan del gobierno
central haciendo propios el aborrecible lema “España nos roba” que poco antes
afeaban a “traidores y golpistas” políticos catalanes. Y se podría seguir
poniendo casos de malos ejemplos. ¿Qué esperaremos, entonces, de los
ciudadanos?
Repito, no lo
entiendo. ¿Ha habido culpas en el modo de gestionar esta epidemia? Quizá se
podrían haber hecho mejor las cosas. ¿Hay un problema de desabastecimiento y
faltan recursos? Quizá haya que culpar a alguien por ello. Pero todo eso, le
digo a Zalabardo, la opinión que me formo de la cosa, me importa poco. Me
importa la cosa, el problema. Que, estando como estamos, aunque sea sobre la
marcha se vayan corrigiendo los posibles errores, que esta situación de
angustia se acabe, no solo en el plano sanitario; porque, en el laboral, ¿cuántas
personas van a perder sus trabajos?
En esta
tesitura, sin embargo, creo ver que perdemos el tiempo con las opiniones sobre
la cosa, discutiendo si son galgos o podencos. Ayer me llegaba un “reenviado”
(esos anónimos que incitan a calumniar, con o sin razón, solo porque la
coyuntura parece idónea) en el que se acusa, falsamente, de plagiador al rey Felipe
y se llama a Sánchez enterrador. Ni tengo espíritu especialmente
monárquico ni soy admirador del presidente Sánchez. Pero esas conductas,
las de quienes crean y difunden tales mensajes, me parecen inmorales ¡Qué vergüenza
y rabia me da que alguien se valga de una grave situación, en este caso
sanitaria, para calumniar o para obtener un beneficio! Son gente de baja estofa
que solo mira la opinión que se ha formado de las cosas sin atender a las cosas
mismas. Viven de prejuicios malintencionados, porque carecen de argumentos.
Entre esta
clase de gente de conducta deleznable, más amplia de lo que uno imagina, algunos
son seguidores de aquel que escribió: Si no puedes hablar bien de algo,
guarda silencio; o algo así. No me gusta esa máxima, la cito porque me
molesta que sus defensores se valgan de ella para ocultar sus propias
vilezas, pero no para denunciar a los demás, aunque carezcan de razón al
hacerlo. Montaigne, sigo con él, que era tan cristiano, apostólico y
romano como el autor de esas palabras, había escrito, sin embargo: Quien
confunde [mezcla] devoción con los actos de una vida condenable es más
digno de censura que quien se comporta de manera disoluta.
Por eso me
parece inmoralidad escudarse en un problema grave que nos afecta a todos para
atacar a unos políticos, del signo que sean. Ahora, es lo que pienso, toca
estar unidos. Y, aunque guardando la distancia prudencial de separación,
recordar con Benedetti que en la calle, codo a codo, somos mucho más
que dos. No difundamos mentiras, no ataquemos sin fundamento, no oigamos a
tantos falsos predicadores, de todos los signos, como hay. No discutamos si son
galgos o podencos, si está claro que es el coronavirus. Cuando lo superemos,
entonces y solo entonces, pidamos cuantas explicaciones sean necesarias y
exijamos responsabilidades por la falta de previsión y las carencias, si ello
es procedente. Puede que nos llevásemos la sorpresa de que a quienes ahora se
rasgan las vestiduras les quepa alguna responsabilidad por los recortes en
sanidad decididos en años anteriores.
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