sábado, marzo 07, 2020

VERBORRAGIA Y FOBIAS (CON MI ADHESIÓN AL 8-M)


            Me alegra que sea un paisano mío, digo a Zalabardo, el actual Ministro de Justicia Juan Carlos Campo, quien, a propósito de un desencuentro con socios de Gobierno y unas declaraciones del vicepresidente Pablo Iglesias, reconozca que, “a veces, los políticos hablan demasiado”. A ese hablar demasiado, añado yo, se une, es lo peor, que hablan mal.
            El 7 de marzo de 2000, Adela Cortina, valenciana, catedrática de Ética y Filosofía Jurídica, publicaba en El País un artículo titulado Aporofobia. Era la primera vez que se usaba tal palabra y ella la defendía así: “La razón más profunda para acoger una palabra en el seno de una lengua es que designe una realidad tan efectiva en la vida social que esa vida no pueda entenderse sin contar con ella.” Y continuaba: “Importa dar nombre a las cosas porque mientras es indecible actúa como hacen las ideologías: distorsionando, confundiendo para ocultar la verdad de las cosas.” Y aún decía más: “Aporofobia no figura en las relaciones de lo éticamente correcto, en esas moralinas que la gente repite como los viejos catecismos.”
            ¿Qué interés tenía esta mujer en crear una palabra, aporofobia?, me pregunta Zalabardo y le respondo que la respuesta está en su artículo, cuyo contenido sigue teniendo plena vigencia. Se lamentaba de que se hable de racismo y xenofobia sin entrar en el verdadero fondo del asunto. Y denunciaba que, bajo los nombres racismo y xenofobia, se escondiese algo que no se reduce a rechazar a quien es de otra raza o pueblo. Sus ejemplos me parecen incontestables: no sentimos hostilidad hacia los jeques árabes que inundan la Costa del Sol, ni hacia los alemanes y británicos que son dueños de medio Mediterráneo, ni hacia los niños asiáticos o africanos adoptados por padres deseosos de tener hijos que no pueden conseguir por medios biológicos, ni hacia los futbolistas negros, o árabes que juegan en La Liga. A quien realmente rechazamos, decía Adela Cortina, es a quien carece de medios, al pobre. Por tanto, concluía, no rechazamos al de otra raza u otra nacionalidad; rechazamos al que es pobre. Y eso no es racismo ni xenofobia, sino aporofobia.
            Para crear esa palabra no tuvo que inventar nada ni contravenir regla alguna. En nuestro bagaje léxico hay elementos de sobra para crear términos que digan lo que de verdad queremos decir sin tener que pervertir el sistema. Por eso echó mano del griego άπορος, ‘pobre, sin recursos’ y de φόβος, ‘aversión’, y usó aporofobia, de la que nada hay que objetar, puesto que tenemos claustrofobia, agorafobia, por no citar la misma xenofobia, y otras que citaré más adelante.

           Y sí, vuelvo al principio, nuestros políticos hablan demasiado, padecen verborragia, término en que se aúnan latín y griego para designar al que habla sin parar y, por tanto, corre más riesgo de equivocarse. Porque nuestros políticos, Zalabardo está harto de oírmelo decir, hablan y se equivocan mucho. Miqui Otero, en un artículo de octubre de 2014, aparte de preguntarse por qué los políticos hablan tan mal, criticaba que, además, hayan creado una neolengua con la que pretenden evitar decir lo que, en realidad, no desean decir. Ponía de ejemplo, entre otros muchos, la siguiente declaración de Jordi Pujol: “La financiación de los partidos es un misterio, pero un misterio de aquellos que no son misterio, porque están muy claros, pero siguen siendo un misterio”. Clarísimo; no es misterio cómo conseguía dinero para sí y para su partido, aunque sí lo es saber dónde se encuentra hoy ese dinero.
            En la verborragia de nuestros políticos se descubre también una incapacidad para encontrar el término certero y adecuado, el que designe una realidad tan efectiva en la vida que esa vida no pueda entenderse sin contar con él. Adela Cortina tuvo muy claro que el problema no era de racismo ni de xenofobia, sino de aporofobia.
            Este domingo, 8 de marzo, se celebra el Día Internacional de la Mujer. A Zalabardo y a mí nos gustaría que a partir de 2021 este día fuese de auténtica fiesta y desapareciera la necesidad de que sea jornada de huelgas y manifestaciones en pro de las reivindicaciones justas que no acaban de ser atendidas. Que se acabara la verborrea sobre el asunto y las filias sustituyeran a las fobias. A nuestros políticos les recordaría que con decir miembras, portavozas o jóvenas (¿por qué no modela, pilota o testiga, pongo por caso?) no se soluciona el problema del reconocimiento del papel real de la mujer en la sociedad actual. Y les pediría que dejen de jugar con palabras, aberrantes por otro lado, que no hacen más que soslayar la cuestión y confundir al personal. El problema de las mujeres, las injusticias que sufren, no se soluciona buscando nombres (le juro a Zalabardo que me pierdo oyendo hablar de feminismo radical, feminismo liberal, ecofeminismo, anarcofeminismo, feminismo de igualdad, feminismo de la diferencia, feminismo abolicionista…). Se soluciona dictando de una puñetera vez leyes que impongan la igualdad y supriman cualquier clase de discriminación. Cualquier otra cosa es marear la perdiz. Valga de muestra el enfrentamiento, dentro del propio gobierno, entre las ministras que luchan, no tan soterradamente, por convertirse en faro y guía del feminismo. Por ese camino, abonan el terreno para que las mujeres se rebelen de verdad y les griten a la cara lo que decía una querida amiga, que ya no tienen el chichi pa’ farolillos.

           Y a propósito de las fobias, le pregunto a Zalabardo si sabe cuántas hay. Pues tantas como personas; y a todas se les puede poner nombre. En la novela 2666, de Roberto Bolaño, hay unas páginas deliciosas en que la directora de una clínica informa a un policía sobre fobias existentes. Aparte de bastantes comunes, señalo algunas: sacrofobia (aversión a las imágenes y lugares sagrados), clinofobia (a las camas), iatrofobia (a los médicos), gefidrofobia (a cruzar puentes), ombrofobia (a la lluvia), talasofobia (al mar), antofobia (a las flores), dendrofobia (a los árboles), tropofobia (a cambiar de lugar), astrofobia (a los fenómenos meteorológicos), pantofobia (a todo), fobofobia (a los miedos)… Reconozco ante Zalabardo que por un momento pensé que Bolaño inventaba algunas. Pero no. Encuentro en internet varios Diccionarios de fobias; y algunas son realmente curiosas, como la aulofobia (miedo a las flautas), la autofobia (miedo a estar consigo mismo, solo) o la araquibutirofobia (miedo a que la mantequilla de cacahuete se pegue al cielo del paladar).
            Deseemos que, con tanta verborragia, no nos hagan caer en la verbofobia (aversión a las palabras).

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