sábado, febrero 29, 2020

LA RUTA MUDÉJAR Y EL NOMBRE DE LA AXARQUÍA


            La semana pasada, hablaba aquí de lo que puede ser un paseo por los Montes de Málaga. Esta, le toca a la Axarquía. Pero Zalabardo, esta vez, se queda en casa; su carácter retraído y su naturaleza tímida lo empujan a actuar así al saber que vamos acompañando a unos amigos para que conozcan una de las bellezas, una más, de la zona: la huella de la arquitectura mudéjar en los alminares de las viejas mezquitas trasmutados con el tiempo en campanarios de las iglesias que ocuparon su lugar. Acostumbrado a tenerlo a mi lado, lo echaré de menos, pero respeto su decisión.
            La Axarquía es un goce para la vista, una bella tierra, áspera y dura, a la que el hombre ha tenido que amoldarse para así domarla y obtener de ella el máximo producto. Recorrerla es ir descubriendo pequeños pueblos agazapados entre los pliegues de un terreno de color ocre, ahora ya verdea, pero que, cuando se llega a cualquiera de ellos, se convierte en una mancha de un blanco cegador. No es fácil moverse por estos pueblos de calles estrechas y empinadas hasta lo inverosímil. Pero el premio merece el esfuerzo.

           Algunos son pequeños y se diría que casi prefieren seguir en una especie de anonimato silencioso: Daimalos, Sayalonga, Corumbela, Árchez; otros han adquirido fama y renombre hasta convertirse en focos turísticos (esperemos que no se degraden) y figurar entre los más bellos pueblos de España, como sucede con Frigiliana. Unos y otros, no obstante, parecen competir por distinguirse en alguna producción concreta. Sayalonga y sus nísperos; los aguacates y mangos del entorno de Vélez-Málaga; el vino de Cómpeta; los higos de Almáchar; las pasas de Iznate; el aceite de Periana o Mondrón, donde hasta hay olivos con nombre propio. 

           Pero, al recorrer con estos amigos la ruta mudéjar, al hablar de los pueblos quiero hablar también de la razón de esa x que a tantos extraña. A lo largo de los años, soportando diferentes avatares históricos, los mudéjares —palabra que, aunque en principio significa ‘a quienes se les permite quedarse’, pasó luego a tener una connotación despectiva, ‘los domesticados, sometidos’— eran los musulmanes que permanecieron en tierras conquistadas por cristianos. Si en un principio se les consintió practicar sus cultos, más tarde, la intolerancia los obligó a cristianizarse e incluso fueron expulsados de muchos lugares. Muchos de ellos se refugiaron en estas tierras de lo que quedaba del reino de Granada —la Axarquía, las Alpujarras—. Pasaron a ser llamados, genéricamente, moriscos.


           Pero vamos con Axarquía. El nombre procede del árabe šarqíyya, ‘territorio al este de la ciudad de la que depende’. En efecto, no puede ser más descriptivo: la Axarquía es la parte más oriental de Málaga. Bien definida geográficamente, comprende desde Rincón de la Victoria, por el oeste, hasta Nerja, ya lindando con Granada; y, al norte, su linde es el boquete de Zafarraya y la impresionante Maroma que domina toda la comarca, máxima altura de la provincia, 2062 metros, cuya cima se disputan Málaga y Granada.
           El término árabe derivó hasta el castellano jarquía que, según contemplamos en el DLE, tiene el mismo significado. ¿Por qué, entonces, Axarquía y no Ajarquía? La explicación nos la ofrece una revisión de la evolución de nuestra lengua. No solo las palabras o la sintaxis cambian a través del tiempo; también cambia la fonética, los sonidos. El castellano medieval disponía de una pareja de sonidos palatales fricativos: š, sordo (semejante a la sh inglesa o ch francesa), que se representaba con la letra x; y ž, sonoro (semejante a la j inglesa o francesa), que se representaba con las letras g/j. Un sonido como la j actual no existía. Sin embargo, hacia el siglo XVI, el sistema consonántico del español comenzó a cambiar. Uno de esos cambios fue que la ž se ensordeció, con lo que se confundía con š; aparte de esto, ambos retrasaron su articulación a posición velar χ, pronunciación actual, que se representa mediante j o g (+e,i).

            En un principio, no obstante, se continuó utilizando la x para este sonido aparte de que había una gran inseguridad ortográfica. Pensemos que, en su primera edición, la novela de Cervantes aparecía como don Quixote. Pero hay más. Por una serie de circunstancias que no siempre se pueden explicar con acierto, hubo una serie de topónimos y antropónimos que se mantuvieron con una ortografía arcaizante. México, Oaxaca o Texas no deben pronunciarse Méksico, Oaksaca o Teksas, sino Méjico, Oajaca y Tejas. Incluso el primero y el tercero admiten las dos formas. Igual sucede con el nombre Ximena o el apellido Ximénez. Y para corroborar lo dicho, tenemos que los gentilicios de los topónimos Guadix, Almorox o Borox son guadajeño, almorojano y borojeño, donde se recupera la j.

           Axarquía, por tanto, es un arcaísmo fonético. Cierto es que un gran número de hablantes ha optado por Aksarquía, aunque lo más adecuado sería pronunciar Ajarquía. Si atendemos a los habitantes de la zona, no debería extrañarnos comprobar que, de acuerdo con naturaleza dialectal del andaluz, aspiren ese sonido y lo que realmente dicen es Aharquía. Como dicen hamón, ehército y ehemplo en lugar de jamón, ejército y ejemplo.

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