sábado, febrero 15, 2020

LA BUENA MUERTE



           Tengo el hábito, ya viejo, de anotar frases en las que creo hallar un sentido profundo y sobre las que considero que puedo volver más tarde. Hace unos días, Zalabardo me pidió retomar una que guardaba hace tiempo. Molesto, comprobé que había olvidado anotar quién fue su autor. Me incomoda la mala costumbre de citar callando la procedencia de lo que se cita. Reconozco y lamento mi descuido en este caso y confieso que no me pertenecen estas palabras: “El dolor deja una marca demasiado profunda como para que se vea, una marca que queda fuera del alcance de la vista y de la mente.”
            Creo saber por qué mi amigo me hace buscar la frase, cuya autoría no recuerdo ahora. Hablábamos de la tramitación en el Congreso del proyecto de despenalización de la eutanasia. Zalabardo, firme partidario, arremete contra quienes se oponen: ¡Qué hipocresía la de quienes hablan del dolor como meros espectadores, aquellos que ni ven ni entienden cómo afecta a los que lo sufren! Podremos solidarizarnos con quien sufre, pero jamás llegaremos a sentir la hondura de su dolor y de su sufrimiento.
            Hablar de eutanasia es hablar de la muerte y del dolor, de liberar de sufrimientos innecesarios a quien los está padeciendo. Como Zalabardo, no creo que exista un solo argumento sólido que justifique la aceptación del dolor, ni propio ni ajeno. Mi protagonista de La noche a la ventana dice: “Me gustaría que la muerte me sorprendiera despierto, verle la cara de frente, contemplar con todos los sentidos despejados qué hay al otro lado.” Ese deseo no es posible en muchas ocasiones.
 
Medalla de los boy scouts, 1910
          
Puesto que Zalabardo me saca el tema, me parece interesante reflexionar un poco sobre la palabra, pues ya habrá tiempo de hablar de lo que hay tras ella. La raíz indoeuropea esu-, ‘bien, bueno’, ha llegado hasta nosotros con la forma eu-, en casos, ev- y, más raramente, e-. Tenemos numerosas palabras que designan realidades muy diferentes, pero que coinciden en ser algo ‘bueno’. El eucalipto se llama así por lo bien que oculta su semilla en cápsulas; una eutrapelia no es sino una broma amable; el eufemismo es la buena palabra con que evitamos la que nos disgusta; la euforia es la sensación de bienestar; la eucaristía es el agradecimiento por lo bueno recibido; eufónicos son los sonidos placenteros; evangelio es una buena noticia; evacuar es desocupar para evitar algún daño; elogio es la palabra que contiene alabanza; Evaristo es el buen servidor; Eulalia, la que habla bien; Eugenio, el que tiene un noble nacimiento. Incluso Coca Cola, bebida creada en 1886, y los Scouts, asociación fundada en 1910, usaron la svástica, símbolo con siete mil años de antigüedad que significa ‘bienestar’, hasta que los nazis lo convirtieran en aborrecible.
            ¿Y eutanasia? Literalmente, ‘buena muerte’. Hoy, se entiende por eutanasia el proceso de no alargar de manera artificial la vida de un enfermo incurable y en estado terminal para evitarle dolor y sufrimiento. Indudablemente, la cuestión no es baladí y no puede tratarse a la ligera. Se puede argumentar mucho tanto a favor como en contra de la eutanasia. Hay factores morales, religiosos, sociales que sustentan nuestro criterio y que deben ser tenidos en cuenta. Lo que no cabe, en este asunto menos que en otros porque hablamos de la vida y de la muerte, es decir estupideces. Como la de afirmar (prefiero no saber quién ha sido) que lo que se pretende con la eutanasia es ahorrar costes en la Sanidad. Quien haya dicho eso, aparte de ignorante e irresponsable es un mentecato, por no decir otra cosa.
 
Medalla Coca Cola, principios de s. XX
          
Conviene saber, respecto al proyecto sobre la eutanasia que está en trámite, que se habla de regular un derecho, no de imponer una obligación; para las obligaciones no hay eso de tío, páseme usted el río; pero un derecho es algo que solo al interesado compete ejercer o no. La eutanasia requiere, por otra parte, el consentimiento expreso y claramente manifestado de la persona; nadie puede decidir por nadie a la ligera. ¿O acaso alguien desconoce la legalidad del Testamento Vital, que es un documento en el que una persona manifiesta las instrucciones y límites sobre los cuidados médicos que desea recibir o no en el supuesto de padecer una enfermedad irreversible —que no tenga curación— o terminal —que le va a provocar el fallecimiento con toda probabilidad? Tampoco hay que olvidar que más del 80% de la población española está a favor de la eutanasia. Lo que no impide que haya casi un 20% que está en contra.
            Pero hay algo que a mí me llama poderosamente la atención. Quienes se oponen a la eutanasia alegando motivos religiosos usan un argumento para ellos clave: “Dios da la muerte y Dios da la vida”. Eso al menos es lo que se lee en el libro de Samuel. Ignoro si hay referencias en otro sitio. No podemos arrogarnos, defienden, una potestad que no nos corresponde. Y, sin embargo, esas personas aceptan la eugenesia, conjunto de prácticas destinadas a corregir malformaciones o enfermedades previas al nacimiento que, incluso, salvan la vida del no nacido. ¿Deberíamos condenar la eugenesia como hacen con la eutanasia, pues ambas suponen interferencia en lo que consideran potestad únicamente divina de dar y quitar la vida?
            Le digo a Zalabardo que hay que respetar todas las opiniones, aceptar cuantas razones se expongan tanto a favor como en contra. Pero eso, sin que se olvide (ya sé, le digo, que me repito) que de lo que se habla es de regular un derecho, no de imponer una conducta. Porque no todas las leyes actúan de la misma manera. Si una ley me obliga a pagar impuestos, porque hay que sufragar gastos que redundan en el bien de todos, o a respetar las normas de circulación, que benefician la seguridad de la comunidad, ninguna ley me obligará a abortar, a divorciarme o, en este último caso, a aspirar a una muerte digna cuando ya no me quedan esperanzas de una vida digna, libre de dolor y sufrimiento. Esos son derechos sobre los que cada persona, en uso de sus facultades, podrá decidir, según su conciencia.

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