Creo saber por
qué mi amigo me hace buscar la frase, cuya autoría no recuerdo ahora.
Hablábamos de la tramitación en el Congreso del proyecto de despenalización
de la eutanasia. Zalabardo, firme partidario, arremete contra
quienes se oponen: ¡Qué hipocresía la de quienes hablan del dolor como meros
espectadores, aquellos que ni ven ni entienden cómo afecta a los que lo sufren!
Podremos solidarizarnos con quien sufre, pero jamás llegaremos a sentir la
hondura de su dolor y de su sufrimiento.
Hablar de eutanasia
es hablar de la muerte y del dolor, de liberar de sufrimientos innecesarios a
quien los está padeciendo. Como Zalabardo, no creo que exista un solo argumento
sólido que justifique la aceptación del dolor, ni propio ni ajeno. Mi
protagonista de La noche a la ventana dice: “Me gustaría que la
muerte me sorprendiera despierto, verle la cara de frente, contemplar con todos
los sentidos despejados qué hay al otro lado.” Ese deseo no es posible en
muchas ocasiones.
Medalla de los boy scouts, 1910 |
¿Y eutanasia?
Literalmente, ‘buena muerte’. Hoy, se entiende por eutanasia el
proceso de no alargar de manera artificial la vida de un enfermo incurable y en
estado terminal para evitarle dolor y sufrimiento. Indudablemente, la cuestión
no es baladí y no puede tratarse a la ligera. Se puede argumentar mucho tanto a
favor como en contra de la eutanasia. Hay factores morales,
religiosos, sociales que sustentan nuestro criterio y que deben ser tenidos en
cuenta. Lo que no cabe, en este asunto menos que en otros porque hablamos de la
vida y de la muerte, es decir estupideces. Como la de afirmar (prefiero no
saber quién ha sido) que lo que se pretende con la eutanasia es
ahorrar costes en la Sanidad. Quien haya dicho eso, aparte de ignorante e
irresponsable es un mentecato, por no decir otra cosa.
Medalla Coca Cola, principios de s. XX |
Pero hay algo
que a mí me llama poderosamente la atención. Quienes se oponen a la eutanasia
alegando motivos religiosos usan un argumento para ellos clave: “Dios da la
muerte y Dios da la vida”. Eso al menos es lo que se lee en el libro de Samuel.
Ignoro si hay referencias en otro sitio. No podemos arrogarnos, defienden, una
potestad que no nos corresponde. Y, sin embargo, esas personas aceptan la eugenesia,
conjunto de prácticas destinadas a corregir malformaciones o enfermedades
previas al nacimiento que, incluso, salvan la vida del no nacido. ¿Deberíamos
condenar la eugenesia como hacen con la eutanasia,
pues ambas suponen interferencia en lo que consideran potestad únicamente
divina de dar y quitar la vida?
Le digo a
Zalabardo que hay que respetar todas las opiniones, aceptar cuantas razones se
expongan tanto a favor como en contra. Pero eso, sin que se olvide (ya sé, le
digo, que me repito) que de lo que se habla es de regular un derecho, no de
imponer una conducta. Porque no todas las leyes actúan de la misma manera. Si
una ley me obliga a pagar impuestos, porque hay que sufragar gastos que
redundan en el bien de todos, o a respetar las normas de circulación, que benefician
la seguridad de la comunidad, ninguna ley me obligará a abortar, a divorciarme
o, en este último caso, a aspirar a una muerte digna cuando ya no me quedan
esperanzas de una vida digna, libre de dolor y sufrimiento. Esos son derechos
sobre los que cada persona, en uso de sus facultades, podrá decidir, según su
conciencia.
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