sábado, febrero 08, 2020

MANDAR AL CARAJO O A LA PORRA

            Un modismo, le digo a Zalabardo, tiene muchas veces un origen confuso porque el tiempo lo convierte en una expresión lexicalizada e integrada en el habla con tal naturalidad que el hablante sabe a la perfección lo que quiere decir, pero desconoce de dónde, cómo y por qué se inició e incluso puede desconocer las palabras que la forman.
            En Internet abundan las páginas tratan de explicar ese origen. También hay muchos libros. Uno de los más conocidos es El porqué de los dichos, de José María Iribarren. Pero, y esto es lo que me interesa destacar, no siempre aciertan, bien porque el proceso es realmente complicado, o bien porque el autor, poco escrupuloso, no duda en inventarse una explicación carente de base sólida. No es este el caso, vaya por delante, del libro de Iribarren, serio y bien documentado.
            Probemos, por ejemplo, con Dar al traste. En casi todas partes se relaciona con el lenguaje marinero, ‘naufragar una nave’ y, por extensión, ‘malograrse cualquier cosa’. Solo me provoca dudas el hecho de que en ningún vocabulario marítimo, ni siquiera en el magnífico Diccionario Marítimo Español, compuesto por Martín Fernández de Navarrete en 1831, se dice qué sea traste. Solo Joan Corominas dice que puede ser un catalanismo que designa el ‘banco de remero’ de una galera. Porque en el DLE solo leo que es ‘cada uno de los resaltos de metal o hueso que se colocan a lo largo del mástil de la guitarra’. Nadie dice nada más, que yo conozca.
            El problema, si se lo puede llamar así, aparece cuando se ofrece al lector una explicación exhaustiva que, no obstante, genera más dudas de las precisas. La falta de escrúpulos de que hablaba antes. Y le planteo a Zalabardo dos modismos, aparentemente muy claros: Mandar (o irse) al carajo y mandar (o irse) a la porra. En ambos casos, según estas explicaciones, que no me convencen, su sentido es el de castigar a alguien.
            Vamos con la primera: se repite hasta la saciedad, incluso en libros, que carajo es la ‘cesta o plataforma que hay en lo alto del palo mayor de un buque y desde el que se puede vigilar’. No es un lugar agradable para estar, sobre todo en embarcaciones antiguas, porque es donde más se puede sentir el zarandeo al que someten las olas al barco. Pero me surgen cuatro dudas: la primera, la extrañeza de que se encomiende la vigilancia a un castigado, individuo del que menos hay que fiarse; la segunda, que en cualquier diccionario marítimo que consultemos, y ya he mencionado el de Fernández de Navarrete, esa ‘cesta o plataforma’ es llamada cofa y en ningún momento carajo; tercera, que con dicha palabra se forman multitud de modismos: importar un carajo, no servir un carajo, valer un carajo, ser algo del carajo, etc., ninguno de ellos relacionado con el mar; y cuarta, que en ningún diccionario ni léxico marinero aparece la palabra carajo. Aparecen otras, de las que me ocupo en el párrafo siguiente.
            Si existen car y caraja. La segunda es un ‘tipo de vela cuadrada’, lo que me lleva a descartarla. Pero la otra, car, es, según Fernández de Navarrete, el ‘extremo más grueso de toda entena y, por consecuencia, de las vergas de mesana’. O sea, es una parte de los palos de una embarcación y, especialmente, de las vergas. David Pharies, de la Universidad de Florida hizo un completo estudio de los sufijos españoles y nos dice que -ajo sirve para formar nombres de instrumentos (sonaja), objetos resultantes de una acción (colgajo), colectivos (espumarajo), así como diminutivos o despectivos (trapajo, pequeñajo, sombrajo…). Eso me da que pensar en que carajo, le pido a Zalabardo que no olvide su relación con verga, sea un derivado de car para denominar metafóricamente al pene. En conclusión, Mandar (o irse) al carajo (alguien o algo) no sería más que una manifestación de enfado con la que se desea verlo lo más lejos posible.

            ¿Y qué pasa con mandar (o irse) a la porra? Le digo a mi amigo que algo parecido. La explicación más repetida que encontramos es la de que porra es la ‘vara o bastón rematado en una bola con que el director de una banda militar dirige a sus músicos’. Y, se dice, la porra estaba hincada en un lugar extremo del campamento. Allí, concluyen los partidarios de esta opinión, se enviaba a los soldados castigados. Encontramos cierta semejanza con el caso de carajo. Este remite al lenguaje marinero y porra al militar, pero en términos parecidos.
            Volvemos a lo mismo. La porra es, según el DLE, es un ‘arma alargada, usada como maza’ y también ‘palo toscamente labrado que se usa como arma’; nada de bastón para dirigir a los músicos. Y me hago la misma pregunta de antes: ¿qué sentido tiene mandar a un castigado junto a un bastón de músico? Quienes eso defienden tal vez no tengan en cuenta que, ya en 1737, el Diccionario de Autoridades dice que porra ‘llaman los muchachos al último de orden en jugar’ y que el DEL, en su acepción 10 de porra, dice que es ‘entre muchachos, el último en el orden de jugar’. De aquí, concluyo yo, mandar a alguien a la porra podría ser ‘enviar a alguien lo más lejos posible, apartarlo’.
            Le digo a Zalabardo que lo que digo no son más que hipótesis, que de ningún modo considero que esas sean las interpretaciones fetén. En cualquier caso, me parecen más lógicas que las que circulan por ahí.

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