sábado, febrero 01, 2020

PATRIA / MATRIA

Teresa Rodríguez

            Heráclito, un filósofo efesio que vivió en el siglo V a. C. (pues los efesios existían mucho antes de que a Pablo de Tarso se le ocurriera enviarles una carta en la que explicaba el modo en que entendía la nueva religión) y al que unos llamaban “el oscuro” y otros “el llorón”, nos enseñó con sorprendente claridad que lo único permanente es el cambio. Todo cambia constantemente y nada permanece; es del todo imposible que volvamos a bañarnos en el río en el que estuvimos ayer porque, cuando hoy tornamos a sus aguas, ni el río ni nosotros somos los mismos.

            La lengua, le digo a Zalabardo, nos permite ejemplificar y comprender, día tras día, esta observación. Hace cosa de un año, Teresa Rodríguez, la Secretaria General de Podemos Andalucía, hizo unas declaraciones en las que, más o menos decía: “La patria, o más bien la matria, es una comunidad de cuidados. Uno se siente perteneciente a un grupo si lo cuidan. La matria son los hospitales, son las escuelas, la ayuda a la dependencia, el apoyo a las familias vulnerables… Esa es la matria. ¡Abajo la patria! ¡Viva la matria!”. Poco tardaron en echársele encima los muchos patrioteros, que no patriotas, que pululan en nuestra sociedad: que si otra parida del feminismo, que si de nuevo estábamos ante chorradas como la de las miembras y las portavozas, que si la manía por llamar inclusivo a un lenguaje que solo es antilenguaje y todos esos argumentos que ya van quedando manidos.
            Sabe muy bien Zalabardo que Teresa Rodríguez no es santa de mi devoción y que tampoco sintonizo con Podemos. El nacimiento de este movimiento me recordó Rebelión en la granja, de Orwell y dije que el tiempo nos aclararía la duda de quién, entre Iglesias y Errejón, sería Napoleón y quién Snowball; el tiempo ya nos la ha aclarado. Pero, como no me considero nada fanático, en este caso de matria tengo que darle la razón a Teresa Rodríguez, por más que digan que eso no viene en el diccionario, lo que no es necesario para dar validez a una palabra, o que es una incorrección gramatical, lo cual es una estupidez que solo puede pronunciar quien no conozca la gramática.

Miguel de Unamuno
            ¿Cómo demuestro lo que digo a mi buen Zalabardo, que me mira con ojos desorbitados porque cree que voy muy lanzado? De la manera más simple: acudiendo a la historia de la lengua y a la de las palabras. El primer origen de nuestra lengua y de las de nuestro entorno, que sepamos hasta ahora, lo tenemos que situar en el indoeuropeo. Luego, a fuego lento, como los buenos guisos, se fueron produciendo los cambios (eso del río heraclitiano) y, con el tiempo, nacieron nuevas lenguas. Unas, hermanas y muy semejantes entre sí; otras, simplemente primas o, en no pocos casos, parientes bien lejanas.
            Cojamos la palabra casa. Nadie ignora que es una construcción que nos cobija, nos abriga y protege. En el indoeuropeo, tenían una raíz demd ‘casa’, reconocible en el griego clásico domo, el latín domus o, incluso, el ruso dom. Pero es que hay otra raíz (s)keu, ‘cubrir, esconder’, de la que se valieron las lenguas de la rama germánica: el inglés house, el neerlandés huis, el alemán haus o el danés hus. Sin embargo, en español usamos casa, en maltés dar, en francés maison o en albanés shtëpi, formas para las que hay que buscar una explicación diferente, tarea que, acordamos Zalabardo y yo, dejaremos a quien se quiera entretener.
            En el muy interesante libro Historias de palabras, de Louis-Jean Calvet, un capítulo titulado El padre y la madre se inicia así: “La pareja padre-madre constituye una de las demostraciones más hermosas del parentesco que existe entre las lenguas indoeuropeas”. Y es que las raíces indoeuropeas pater- y matr- nos dan este resultado: en sánscrito, pitar-matar; en griego, pater-meter; en latín, pater-mater; en español, portugués e italiano, padre-madre; en francés, père-mère; en danés, fader-moder; en inglés, father-mother; en alemán, Vater-Mutter; en neerlandés, Vader-moeder… La f y la v del danés, inglés, neerlandés y alemán no suponen nada raro, porque responden a una ley fonética que muestra que el sonido bilabial de la p indoeuropea se conserva en las lenguas grecolatinas, pero se convierte en labiodental (f/v) en las germánicas.
            Explica Calvet que en el indoeuropeo primitivo no existía el paralelismo semántico que en la actualidad hay entre padre y madre. Padre remitía a la idea de ‘jefe’, ‘sacerdote’, ‘patrón’. Madre, en cambio, enviaba a la idea de ‘núcleo de la célula social’, de donde todo surge. Padre señala hacia quien garantiza la propiedad de la tierra y su transmisión, y de ahí nace el patrimonio; también, el padre transmite la pertenencia a un grupo y por eso la nación en que uno vive es la patria.
            La madre, que es quien da la vida, simboliza la reproducción y garantiza la maternidad legal (se puede dudar quién es el padre, pero nunca quién es la madre); eso justifica que el núcleo social básico se obtenga mediante el matrimonio. O que el registro y procedencia de algo nos lo garantice la matrícula. Y que una matriz sea como un tronco que da brotes. Esa es la razón de que tronco nos conduzca hasta madera y materia. En otras culturas, la cosa es diferente. En árabe, um, la madre, tiene la misma raíz que umma, ‘comunidad de todos los musulmanes’ y, entre los judíos, solo la madre puede transmitir la condición de judíos a sus hijos.
María Zambrano
            Y vamos cerrando, le digo a Zalabardo. ¿Es tan barbaridad esa matria de la que habla la representante de Podemos? Ni mucho menos. Es verdad que el Diccionario de la Academia no la recoge, pero no es un neologismo que se haya inventado Teresa Rodríguez. De esa noción de la naturaleza materna de la nacionalidad ya hablaron Virginia Woolf, Isabel Allende, Jorge Luis Borges y más gente. En el prólogo a su novela La tía Tula, Unamuno dice algo que luego repetiría en otros escritos: “Hablamos de patrias y sobre ellas de fraternidad universal, pero no es una sutileza lingüística sostener que no pueden prosperar sino sobre matrias y sororidad”. Y en una entrevista en Televisión Española, en 1988, María Zambrano, al ser preguntada sobre la proximidad entre la muerte de su padre y su salida al destierro, contestó: “Sí. Perdí a mi padre y perdí la patria; pero me quedó la madre, la matria”.
            Con el tiempo, patria ha ido acumulando connotaciones de autoritarismo, sentido de la propiedad y pertenencia, incluso violencia… No estaría mal, por tanto, que durante algún tiempo nos acogiésemos a la matria. Al fin y al cabo, siempre sabremos de quién somos matriotas (¿otro neologismo contra el que luchar?), pero toda la vida nos acompañará la duda sobre qué patriota es el verdadero. El inolvidable Caetano Veloso cantaba: “A lingua é minha patria. / E eu não tenho patria: tenho mátria. E quero frátria” (Mi patria es la lengua. Pero yo no tengo patria: tengo matria. Y quiero hermandad).



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