sábado, abril 04, 2020

DE LAS INTERPRETACIONES (Y UNA MATERNAL JABALINA)



           Sabe Zalabardo que, según avanzan los días, atiendo menos a los programas de televisión y radio, o leo menos informaciones periodísticas porque me crispa oír tantas y tantas versiones de lo que es la pandemia, tantas y tantas afirmaciones de quienes pretenden convencernos, llenos de orgullo, de que saben de dónde viene todo, qué se tenía que haber hecho para evitarlo, cuál es el camino para salir de lo ya inevitable, y, lo que me parece peor, tal cúmulo de lanzamiento de envenenados dardos contra las jerarquías médicas y políticas, nacionales e internacionales que, a veces desbordados por algo que nadie esperaba ni conocía, intentan sacarnos del atolladero. Quienes así se comportan parecen perseguir el objetivo de obtener un rédito político de la situación, conducta miserable, o buscar un minuto de publicidad para que se hable de sus, no sé hasta qué punto notables, currículos, conducta tan miserable como la anterior. Todo ello, en un momento en el que lo que sería de esperar es la solidaridad para atajar el mal. Luego, si hace falta, ya ajustaremos cuentas.
            Porque, le digo a Zalabardo, tengo la sensación de que nos movemos, o muchos se mueven, en el resbaladizo terreno de las interpretaciones. ¿Y qué es interpretar? Si nos vamos al Diccionario de la Academia, el DLE, encontramos ocho entradas o acepciones posibles de la palabra: 1. Explicar o declarar el sentido de algo. 2. Traducir de una lengua a otra. 3. Explicar acciones, dichos o sucesos que pueden ser entendidos de diferentes modos. 4. Concebir, ordenar o expresar de un modo personal la realidad. 5. Representar una obra teatral, cinematográfica, etc. 6. Ejecutar una pieza musical. 7. Ejecutar un baile. Y 8. Determinar el significado y alcance de las normas jurídicas.

           De estos ocho sentidos de interpretar, me gustaría centrarme en la tercera, la cuarta y la quinta. En la tercera dice que es explicar algo que puede ser entendido de maneras diferentes. Entonces me pregunto, ¿no es posible que alguna de esas formas de entendimiento resulte equívoca? Lo que yo veo de una manera sin duda puede ser visto de otra por cualquier persona. La cuarta señala que interpreta quien trata de ordenar la realidad, entenderla o exponerla según su personal criterio. ¿Qué avala que mi criterio sea el acertado? Y la quinta, por fin, nos relaciona interpretar con fingir. En el teatro, el actor no nos da su imagen, sino la que pretende que veamos, ya se trate de Hamlet o de Segismundo. Y en el cine, ¿cuántas veces hemos visto morir a un actor sin conmovernos porque sabemos que todo es simulación? Hace poco leí una curiosa estadística: la de actores que más veces han muerto en la pantalla. Encabeza la lista el secundario Danny Trejo, con 65 muertes, seguido de Chistopher Lee, con 60. De Trejo recordaré siempre su interpretación en Abierto hasta el anochecer, de Tarantino; en cuanto a Lee, ningún rostro como el suyo encarna en mi mente la figura de Drácula.
            Lo que quiero decir, razono a mi amigo, es que intento limitarme a escuchar solo las versiones oficiales de los hechos, porque no me cabe duda de que se abusa demasiado de las interpretaciones que nacen de un particular modo de mirar y no de la autenticidad de la realidad, que no están contrastadas de un modo pertinente o que, en no pocos casos, son abiertamente falsas. Porque, esto lo deberíamos tener claro, la realidad es la que es y no engaña; nos engañamos nosotros por no analizarla bien o por empecinarnos en distorsionarla para ver algo diferente a lo que ella nos muestra. Sobre este asunto, siempre he considerado magistral (acepto que estoy interpretando) el episodio de los molinos, en el capítulo 8 de la primera parte del Quijote. El caballero descubre, en la vaguedad de la lejanía, lo que le parece que son gigantes; de inmediato, su desbocada imaginación, deformada por la lectura de los libros de caballerías, interpreta que lo que ve son gigantes. Una secuencia perfecta: aparecer-parecer-ser. Sin embargo, si los dos primeros pasos del proceso son perfectos, el tercero es errado. Un hombre sencillo, nada dado a la especulación, Sancho, lo dice: ¿No le dije que aquello que parecen gigantes no son sino molinos? El caballero interpretaba la realidad de acuerdo a unos parámetros falsos que, en su modo de ordenar la realidad, ansiaba que fuesen verdaderos. El bueno de Sancho, simplemente miraba lo que había.

           Así vamos cada día a más y no queremos bajarnos del burro. Las redes sociales, con todo lo bueno que tienen, las utilizan muchos como vehículo para difundir su obstinación en interpretar los hechos sin analizar serenamente la realidad en que se producen. Le pongo a Zalabardo un ejemplo con el que pretendo convencerlo de lo que digo. Esta situación de excepcionalidad que vivimos, nos permite ver situaciones curiosas que se repiten con frecuencia. Por las calles de ciudades semivacías, aparecen animales silvestres que viven confinados en reductos cada vez más pequeños porque el descontrolado crecimiento urbano los ha dejado sin su hábitat natural. ¿Tienen sentido esos carteles que proliferan en algunas zonas masificadas de Málaga y que nos previenen de que son lugares de protección especial porque allí viven colonias de camaleones? ¿Dónde están esos camaleones si no hay ya sino bloques inmensos que han invadido el que debería ser su espacio natural? ¿O por qué las gaviotas anidan en vertederos y acuden allí a buscar su comida? ¿Dónde, si no, irían si no les queda ni un metro de costa donde vivir tranquilas? ¿Buscamos más ejemplos?
            Atendamos a una de estas interpretaciones caprichosas. Por Whatsapp me llega un vídeo que muestra a una jabalina paseando libremente con sus jabatos por las calles, me dicen, de la urbanización Pinares de San Antón, aquí en Málaga. A no mucho tardar, se me repite el mensaje, pero con la corrección de que no se trata de los Pinares de San Antón, sino que el lugar es Monte Sancha. Y tampoco tuvo que pasar demasiado tiempo para que me entrase un tercer mensaje: ni Pinares de San Antón, ni Monte Sancha, ni Málaga. Ese vídeo (del que he extraído algunos fotogramas), ha sido tomado hace pocos días en Italia, en Brescia. ¿La prueba? El reportaje sobre el tema que publica la Gazzetta di Modena y que ilustra con este vídeo y otros semejantes.
            Acabo con una breve nota filológica. Aunque la mayoría de los nombres de animales son epicenos, igual palabra para macho y hembra (foca, avestruz, delfín, ballena, etc.), no faltan algunos que se valen de las marcas normales de diferenciación entre masculino y femenino para nombra al macho y a la hembra (gato/gata, oso/osa, jabalí/jabalina), sin que olvidemos en que hay otros casos en los que para el macho y la hembra se emplean heterónimos, palabras diferentes (caballo/yegua, toro/vaca, carnero/oveja, etc).
            Lo anterior podría parecer que no viene a cuento. Y a lo mejor es verdad, pero no me resisto a exponerlo: la palabra jabalina, ‘hembra del jabalí’, no tiene absolutamente nada que ver con la jabalina, ‘aparato de atletismo’. Jabalí, ‘animal’, procede del árabe gābalí, ‘de monte, montaraz’, mientras que la jabalina del atletismo viene del indoeuropeo ghabholo, ‘horcadura, rama de árbol’, y a nuestra lengua llegó desde el francés javeline, que designaba primitivamente una ‘especie de venablo que se usaba en la caza’, para pasar luego a ser ‘pica empleada en la guerra’. Por fortuna, hoy las jabalinas no se lanzan contra nadie, sino solo con la intención de llegar lo más lejos posible. Confundir una jabalina con otra sería una interpretación carente de sentido.
            Y ya hemos cumplido otra semana de confinamiento. Mucho ánimo, que queda menos para salir de la pesadilla.

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