domingo, abril 26, 2020

LA OBSESIÓN POR LOS NOMBRES


            Suele decirse que lo que no tiene nombre no existe. Quizá por eso, una de las primeras cosas que nos cuenta el Génesis es cómo Adán ponía nombre a cada cosa; y el evangelio de Juan comienza recordándonos que no hubo nada antes de la palabra. Más cercano a nosotros, Juan Ramón Jiménez escribió: Yo he acumulado mi esperanza / en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito; / a todo yo le había puesto nombre. Y poco antes, en el siglo XVIII, Feijoó advertía de que, para introducir una voz nueva, se necesita destreza, tino sutil, discernimiento delicado; y huir tanto de la afectación como del exceso. Todo ello, sin escandalizarse porque se coja una palabra de otro idioma en caso de carecer de equivalente en el propio, porque siempre será mejor usar una palabra, venga de donde viniere, que tener que recurrir a tres o cuatro para decir lo mismo.
            Zalabardo se siente intrigado viendo que me amparo en tantas fuentes, sin haber declarado todavía qué quiero demostrar, si es que quiero demostrar algo. Le contesto que los autores de las cuatro citas, cuando hablan, o escriben, están pensando en cosas diferentes, por lo que aún me escudo tras una quinta cita, más humilde y, aunque no es literal, bastante certera. Pienso en Berceo y en aquello de: Todo lo anterior es palabrería oscura y confusa; dejemos la corteza y vayamos al meollo.
            Vayamos, pues, al meollo. Leo informaciones que cuentan que la comisión de la RAE encargada del diccionario debate sobre palabras que, en la situación que padecemos, atraen a los hablantes: coronavirus, pandemia, resiliencia, triaje, desescalada, desconfinamiento, mascarilla… Comunico a Zalabardo mi extrañeza por la prisa en tratar algo que, en este momento, considero más competencia de los libros de estilo que de la Real Academia. Bien está que dicha comisión vigile los movimientos de nuestra lengua, que aclare dudas, que analice formas nuevas, que opine sobre su idoneidad… Pero, por mucha curiosidad que levanten estas palabras con que nos asaetean los medios, no creo urgente estudiar la posibilidad de su inclusión en el DLE.

            Y le doy mis razones. La primera es que ese conjunto de palabras es un totum revolutum, un amasijo de términos y conceptos que, tal como van circulando, confunden más que informan. Y no olvidemos que una información descontrolada no suponer mayor ni mejor conocimiento. Un diccionario, como el de la RAE, debiera ser, a mi humilde entender, un instrumento que auxilie a los hablantes en la comprensión de todas aquellas palabras que emplean la generalidad de los hablantes. Los tecnicismos, el vocabulario de una rama o actividad específica, tiene su lugar en diccionarios especializados, de aeronáutica, de química, de términos médicos, de ingeniería, etc. Por ejemplo, el diccionario académico no recoge demultiplexador, tecnicismo de telecomunicaciones, ni trabeculectomía, tecnicismo de la cirugía oftálmica; y nadie se queja por ello. Cuando los necesitemos, los buscaremos en un glosario especializado.
            ¿Entonces, coronavirus?, me pregunta Zalabardo. Y tengo que decirle, puede que me equivoque, que es inapropiado buscarle un significado. ¿Por qué? Porque ya lo tiene. Los coronavirus existen desde hace siglos y la palabra es un término genérico que engloba a conjunto característico de virus cuya forma forjó el nombre. Sin ir más lejos, uno de sus tipos es el que provoca el resfriado común, del que ya nadie se asusta. Con solo consultar la Wikipedia nos enteramos de que, relacionados con enfermedades respiratorias en humanos, hay siete tipos de coronavirus de los que uno es el llamado SARS CoV-2, más conocido por el acrónimo tomado del inglés COVID-19 (COronaVIrus + Disease [20]19), es decir ‘enfermedad provocada por un coronavirus descubierto en 2019’.
            Vayamos a otra palabra: triaje. La explicaba perfectamente Álex Grijelmo hace poco. Es un galicismo antiguo que se viene usando en nuestros hospitales desde mucho antes de esta pandemia. El enfermo que llega a urgencias, pasa por un triaje, una primera exploración de la que depende que se lo envíe a una sección concreta. Es, pues, un proceso de selección, de separación, de criba. En español tenemos el verbo triar, poco usado, que inicialmente significaba ‘dejar las marcas en el suelo por el paso continuado’, pero, por influencia del francés y el catalán, pasó a significar ‘separar, cribar, seleccionar’. ¿A quién no le suena trillar, ‘separar el grano de la paja’, que pertenece a la misma familia? Lo malo es que, ahora, algunos usen triaje para determinar a qué paciente se atiende y a cuál se abandona a su suerte. Mala cosa.
            Veamos desescalada y pico. La dos provocan no poca sorpresa. La palabra desescalada es impecable en cuanto a su forma. El prefijo des- sirve para expresar el proceso contrario a lo que otra palabra indica: cubrir/descubrir, andar/desandar, confinar/desconfinar… Pero si escalar expresa moverse hacia arriba, ¿necesitamos inventar desescalar, para el proceso contrario, que siempre hemos llamado descender o bajar? Es como cuando a acelerar, teniendo tan a mano frenar, oponemos desacelerar.

           Y queda el pico. El más básico diccionario nos dirá que curva es una ‘línea que se va apartando de manera continua de la dirección recta sin formar ángulos’. ¿Puede tener picos una curva? Si la evolución de la enfermedad que nos acosa nos la representan mediante una curva ascendente, todos desearemos que, cuanto antes, la curva deje de subir e inicie un descenso. Mejor eso que decir que ‘llegado a su pico, comienza la desescalada’.
            Le insisto a Zalabardo que no hay que dejarse arrastrar por modas momentáneas, por extraordinarias y dramáticas que sean, ni apresurarse en pedir la entrada de palabras en el diccionario. Las palabras van y vienen, aparecen y desaparecen; algunas tienen vida fugaz. No nos dejemos deslumbrar por una aparatosa escalada que puede acabar, mañana, en el desengaño de una desescalada. Por eso, lo que importa es que los medios de comunicación pongan cuidado y usen un lenguaje accesible y claro para el público. Que la Academia discuta dar entrada a una o cincuenta palabras tiene menos interés. Lo decía Paz Battaner, académica, coordinadora del Diccionario: Los términos científicos tienen mucho interés, pero otras palabras requieren mayor urgencia. No quiere, confiesa, que esas palabras, al poco, pasen a formar parte de lo que ella llama ‘el pozo sin fondo del Diccionario’. Ni que caigan, como dice Álex Grijelmo, en ‘el rincón de las telarañas’.

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