sábado, mayo 02, 2020

LA NORMALIDAD QUE QUIERO



           Cuando oigo o leo que me ofrecen algo nuevo —en política, en cosmética, en vestimenta, en electrónica, en arte…— sin explicar qué es, no puedo evitar echarme a temblar; imagino que me dicen que lo anterior era malo y, en consecuencia, asumo que me engañaban cuando lo alababan. Recuerdo, le cuento a Zalabardo, que en la Universidad de Granada tuve un profesor de quien guardo grato recuerdo, don Antonio Llorente, que dedicó parte de sus clases a contarnos cómo los gramáticos de la antigüedad se enzarzaban en disputas tales como la de si, en la lengua, predominaba la analogía o la anomalía; es decir, la regla o la excepción, lo ajustado a norma o lo que se separa de ella. Confieso que no recuerdo que nunca nos dijera quién llevaba razón.
            Me echo a temblar, digo, porque se me vienen a la cabeza los charlatanes que, de tiempo en tiempo, pasaban por mi pueblo, y supongo que también por los demás, ofreciendo el nuevo producto, por lo común venido de Alemania, que solucionaba todos los problemas. La clave estaba, y sigue estando, en el atractivo de ese adjetivo: nuevo, del que se abusa con el falso argumento de que nuevo equivale a mejor y hay que desechar lo viejo.
            Tras la gran depresión, el presidente Roosevelt procuró elevar la moral del pueblo americano con la política que llamó new deal, ‘nuevo trato’ o, quizá mejor, ‘nueva redistribución de recursos’. En general, aquellas medidas estuvieron bien, porque pretendían favorecer a los necesitados, a esos que, antes y ahora, siempre han sido los que han pagado el pato, aunque no se lo coman. Rossevelt llevó a cabo una reforma de bancos, una mejora de la asistencia social, programas de ayuda para el trabajo y la agricultura…

            En España, hacia 2015, comenzó a hablarse de nueva política en oposición, claro está, a la vieja política. La aparición de partidos liderados por gente joven que defendían nuevas ideas y modos de actuación propició su difusión. En diciembre de aquel año, Ignacio Urquizu publicó un artículo, ¿Qué es la nueva política?, con la intención de poner algunos puntos sobre algunas íes. Decía que la realidad nacía de la inevitable confrontación entre una generación que había crecido bajo el paraguas de la dictadura, del que no siempre se había podido liberar y otra que había crecido con los aires de la democracia y no se sentía estigmatizada por el franquismo. Pero, decía Urquizu, esta oposición entre lo viejo y lo nuevo se trazó, como muchas otras cosas, a base de brochazos gruesos porque no se supo, o no se quiso, ver que ni todo lo nuevo es bueno ni todo lo pasado está tan mal. Y se olvidó que tanto la derecha como la izquierda estaban necesitados de una nueva política.

            En julio de 2019, Marisa Cruz escribió otro artículo, La nueva política, un timo a los votantes, para denunciar los defectos de esa política: egoísmo de los líderes, incapacidad para el diálogo e ineficacia en la negociación, ausencia de proyecto ilusionante, oscurantismo y mentiras… Estaría muy de acuerdo con ese diagnóstico, le digo a Zalabardo, si no fuera porque la autora culpa de esos defectos solo a los nuevos Sánchez e Iglesias, lo que lleva a pensar que los nuevos Casado y Abascal permanecían fieles a la auténtica política, es decir, la vieja. Leyendo ese artículo tenía por fuerza que recordar el anterior de Urquizu. Y pensar que, si la nueva política es un timo, que pudiera ser, ni todo lo malo lo representan Sánchez e Iglesias ni todo lo bueno se concentra en Casado ni, por supuesto, por supuesto, en Abascal. Seamos, al menos, objetivos e imparciales.
            En este empacho de novedad mal entendida, ahora nos encontramos, al menos Zalabardo y yo, con que se nos promete la conquista, cuando la crisis sanitaria pase, de una nueva normalidad. Otra expresión para ponerse en guardia. Porque si el new deal prometía arreglar lo que estaba mal, una nueva negociación en el funcionamiento de la sociedad, y la nueva política, bien entendida, pretendía sacudirse los tics de un pasado que deberíamos haber superado, todos, ¿qué nos ofrece la nueva normalidad?
            Si acudimos a un diccionario, veremos que norma es la ‘regla que se debe seguir o a la que se deben ajustar las conductas’. Si vamos a normal, se nos dice que lo es todo ‘lo que se halla en su estado natural, lo que es habitual u ordinario, lo que se ajusta a reglas fijadas de antemano’. Y, por fin, miramos normalidad y se nos dice escuetamente: ‘lo que es normal’.
            No nos cabe duda, no debiera cabernos, de que pasamos por una situación anormal. Pero no porque se contravenga ninguna norma, sino porque la pandemia ha hecho trizas cualquier normalidad. Y me pregunta Zalabardo: ¿Vivíamos antes de la pandemia en una anormalidad para que se nos prometa borrarla de un plumazo y sustituirla por una normalidad nueva?
            Compartimos Zalabardo y yo la idea de que no es momento para inventos, de que no hay que ser como el charlatán que ofrece lo nunca visto, que con recuperar la normalidad desaparecida ya es, por ahora, suficiente. Yo al menos no cifro mi esperanza, y creo que Zalabardo tampoco, en que me regalen una nueva normalidad, sino en que se me devuelva la que me han robado (como a Sabina le robaron el mes de abril), se restañen las heridas que no queden y se busquen los medios para preservarla frente a futuros peligros.

            Si no, puede que nos encontremos ante esa cínica teoría que Tancredi expone a su tío don Fabrizio en El Gatopardo, de Lampedusa: Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi, ‘Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie’. Quedémonos en casa el tiempo que sea preciso, seamos respetuosos con las normas que los expertos sanitarios nos recomiendan, luchemos por vencer la pandemia y encontrar eficaz antídoto contra ella. Pero, por favor, que nadie haga política con el tema, que no nos me pinten panoramas apocalípticos ni nos ofrezcan nuevas normalidades cuya naturaleza desconocemos. Solo queremos recuperar la que, no hace tanto, disfrutábamos. ¿Es mucho pedir?

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