sábado, mayo 16, 2020

…PARA ACABAR EN EL PUNTO FILIPINO



           Iniciaba el apunte anterior aludiendo a la pequeñez del punto y su amplio campo significativo. Le aviso a Zalabardo que no voy a exponer al detalle ese campo por considerarlo innecesario. Usamos puntos en la confección y el tejido, en medicina, en ortografía, en medidas, en geometría, indican momento, lugar u ocasión, valoración en una escala, marca de prestigio, etc. Así se dan puntos en una herida o se hacen labores en punto de cruz; existen el punto y seguido, el punto y aparte o el punto redondo (final); calzamos un zapato de 38 o 40 puntos, empleamos un tipo de letra de 12 puntos; antes se llamaba puntos a la ayuda familiar y punto es la mínima unidad geométrica, que carece de dimensión, de área, de volumen, de longitud, etc., pero hace falta una sucesión de ellos para tener una línea o lo llamamos centro si es el punto interior equidistante de cualesquiera otros de una superficie o cuerpo…
            En atención a lo dicho entendemos expresiones como estar a punto, llegar a punto, estar en su punto, hacer algo a punto, ganar puntos, poner punto en boca, ser persona de puntos, no dejar punto sin tratar; no obstante, a veces nos encontramos algunas paradojas, ya que estar en el punto puede significar ‘tener conocimiento de algo’ y, a la vez, en jerga, significa ‘dedicarse a la prostitución’.

            Con poner punto en boca, ‘guardar silencio’ y punto redondo, ‘dar algo por finalizado’ se relaciona un modismo sin origen claro: Lo dijo Blas, punto redondo (en algunos lugares y punto pelota) que alude a que la autoridad de alguien que hace inviable cualquier otra opinión en disputa. ¿Y quién fue este Blas al que tanto se obedece? Distintas versiones leemos y todas poco verosímiles, lo que nos lleva a afirmar que no es más que un personaje paremiológico, uno de esos seres ficticio que la tradición oral ha mantenido en refranes y modismos y a los que se atribuye alguna cualidad, sea esta positiva o negativa: Perico el de los palotes (quien no deja de dar la tabarra), Maricastaña (la que nació antes de que se inventara el tiempo), Pepe Leches (el más cegato del mundo), la Bernarda (pues eso, la dueña del suyo), Abundio (el más torpe o tonto), Juan Palomo (el listillo del grupo), Perogrullo (el que dice lo que todos saben), Lepe (el más listo)...
            En el Vocabulario andaluz de Alcalá Venceslada encuentro punto como ‘puesto de resguardo a la entrada de un pueblo’ y ‘empleado que vigila ese resguardo’, lo que nos lleva al sentido más general de ‘lugar concreto o persona que en él está’. Aunque tenga poco que ver con el objetivo de este apunte, le recuerdo a Zalabardo que, en el siglo XIX, el coche de punto era un carruaje tirado por caballos que podía alquilarse, llamado así por encontrarse estacionado en un lugar, el punto, para quien lo necesitase.
            Pero debe ser un punto diferente el que nos conduzca a punto filipino, definido en cualquier diccionario como ‘pícaro, persona poco escrupulosa y desvergonzada’. El problema se nos despliega cuando queremos saber de dónde viene la expresión. Zalabardo es conocedor de mi búsqueda y de que no he hallado la respuesta definitiva, por lo que todo se sigue manteniendo en el terreno de la hipótesis.

Las Provincias, 11 julio 1888
            Vayamos, entonces, a un punto que he callado hasta ahora, perteneciente al vocabulario del juego: ‘valor de cada naipe por su número o de las caras de un dado’, ‘en algunos juegos, el valor del as de cada palo’, ‘en algunos juegos, valor convencional atribuido a cada naipe’, ‘manos o bazas ganadas en un juego’. Y, también, lo que antiguamente se llamó apunte, ‘jugador que apuesta solo contra la banca’.
            La unión que puede establecerse entre todo ello la encontré anoche en un ejemplar de Las Provincias. Diario de Valencia, de 11 de julio de 1888: Del obrero holgazán, que abandona el trabajo para discutir en la taberna si Lagartijo mata mejor que Frascuelo, sale el espadista y el timador; del señorito de buena familia que consume su patrimonio con las gentes de este jaez, pasando la vida en juergas y diversiones, sale el estafador, el punto de la casa de juego
            ¡Aleluya! Ya tenemos que el punto, ‘individuo que es de poco fiar, que no trabaja, que solo busca un provecho propio sin importarle nada, falto de escrúpulos, asiduo fijo de la taberna o de la casa de juego’. Este punto, que se hace profesional del engaño, de la estafa, pienso que nace del antiguo apunte de las casas de juego convertido, mediante una remuneración, en elemento que incita a otros a jugar. Igual que lo que acontece en timos que aún perduran —el tocomocho, la estampita o el trile— en los que siempre actúa un gancho, un punto, que ayuda en el engaño.

            Pero, ¿por qué punto filipino? García Remiro, en Estar al loro, apunta a Pérez Galdós como creador de la expresión, aunque en otros lugares leo que fue Corpus Barga. En cualquier caso, no he hallado la prueba. Si encuentro que José Jackson Vegán estrenó en 1894 un juguete cómico titulado Un punto filipino, lo que indica que era ya algo corriente. Mª Dolores Elizalde, Josep M. Fradera y Luis Alonso, en una publicación del CSIC de 2001 dicen: La expresión parece haberse originado en Filipinas para referirse despectivamente a los kastilas, es decir, a los peninsulares de ánimo aventurero que iban a Manila a medrar sin esfuerzo.
            No obstante, Luis Alonso Álvarez, profesor de la Universidad de A Coruña, dice que los españoles no trajimos de Filipinas más que el mantón, que es chino, el tabaco negro, el galeón de Manila (buque que hacía el trayecto) y el punto filipino, que, curiosamente, en Filipinas se aplica al ‘mujeriego’, idea que refuerza Juan M. Feliz. Por fin, en la página de la empresa Aaron Traducciones leo que, desde el siglo XVII, era costumbre que algunos delincuentes aceptasen la deportación a Filipinas como forma de destierro para evitar la cárcel. Más tarde, algunas familias optaron por enviar a aquellos hijos díscolos a las colonias para que se buscasen la vida. Unos y otros empezaron a servirse del engaño, estafando a incautos y ambiciosos con deslumbrantes negocios que decían estar radicados en las Filipinas y que, en realidad, no existían. De esta forma, esos puntos, vividores, holgazanes, sablistas, acabaron por crear el poco ilustre subgrupo de los puntos filipinos.

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