sábado, noviembre 07, 2020

EL ANGLICISMO NUESTRO DE CADA DÍA

 

 


  Elena Álvarez Mellado, lingüística computacional, ha creado una herramienta llamada Observatorio Lázaro, nombre con el que pretende homenajear al ilustre filólogo Fernando Lázaro Carreter, y su objetivo es rastrear el empleo de anglicismos en la prensa española. Su campo de estudio lo forman ocho medios de comunicación de primera línea. Según ella declara no la guía ningún propósito de afear, señalar o criticar ese uso, sino solo observar, describir y analizar.

            Zalabardo me pide que le explique, antes de continuar, qué es eso de lingüística computacional. Como tampoco yo entiendo mucho del asunto, ya que la aparición de estas avanzadas tecnologías nos cogió a los dos con una edad y en unas circunstancias en las que hasta el simple lenguaje de programación basic, nos parecía un trabalenguas insalvable, recurro a palabras de Ana Torrijos: es un campo interdisciplinar que se ocupa del desarrollo de formulismos que describan el funcionamiento del lenguaje natural de modo que puedan ser transformados en programas ejecutables por un ordenador. Porque, avisa Torrijos, cuando pensamos en IA (Inteligencia Artificial) y Big Data (consideración de datos con mayor variedad, que se presentan en volúmenes crecientes y a una velocidad superior), imaginamos que en este campo trabajan ingenieros, matemáticos, científicos, informáticos y programadores, pero poca gente piensa que, a su lado, también hay bastantes lingüistas.

            Lo que importa, le digo a mi amigo, es que la herramienta creada por Álvarez Mellado analiza cada día miles de textos periodísticos españoles y localiza en ellos los anglicismos utilizados. En la reseña que de este trabajo hace Álex Grijelmo, dice que en la prensa española (en esos 8 medios que se toman como referencia) aparecen 400 anglicismos diarios, número que baja a 200 si se excluyen las repeticiones; de ellos, hay una media de 20 no han sido detectados en el análisis anterior. O sea, que nos entran 20 anglicismos por día.


            ¿Es esto motivo para preocuparse? Sí y no; no, porque durante toda su existencia nuestra lengua ha permitido la entrada de neologismos de las más variadas lenguas. Hasta de las lenguas esquimales tenemos préstamos, como muestran las palabras kayak o anorak. El problema no está en el préstamo ni en su origen —¿cuántos tenemos de procedencia árabe?—. Sí, porque son muchos y, aunque el problema no radica en el número, pudiera preocupar el criterio, o la falta de él, con que se les da entrada.

            Ya en el siglo XVIII Feijoo llamó la atención sobre este asunto y reprendía a los puristas que se oponían a la adopción de nuevas palabras. Contra ellos gritaba: ¡Pureza! Antes se deberá llamar pobreza, desnudez, miseria, sequedad. Todos los filólogos serios han sido de esta misma opinión. Lo que se censura es el uso indiscriminado y carente de criterio, la adopción de palabras por simple mimetismo, sin prestar atención a si poseemos o no término equivalente o si es palabra de adaptación fácil a nuestra lengua.

            Álex Grijelmo, en su libro Defensa apasionada del idioma español, después de una extensa exposición sobre los numerosos préstamos que nuestra lengua ha ido aceptando a lo largo de los años, se extraña solo de cómo parece que al inglés se le ha concedido una especie de salvoconducto para imponer palabras difíciles de adaptar a nuestra fonética y prosodia. Y dice: Pero el idioma sabe defenderse solo. Únicamente necesita tiempo y que lo dejen tranquilo. La mayoría de los anglicismos que recogía Ralph Penny en su Gramática histórica del español han ido claudicando ante palabras equivalentes del español. Entonces, ¿a qué tanta veneración? Sucede algo parecido a cuando, en la España de posguerra, se impuso aquella costumbre navideña de Siente a un pobre en su mesa. Hoy parece que se nos dice machaconamente Ponga un anglicismo en su vida. Y así, no hay quien se compre un televisor, porque lo que hay que adquirir es un smart tv, y no buscamos comprar o viajar por un precio barato, sino que sea low cost.



            Lo que un observador externo halla reflejado en los informes del Observatorio Lázaro, es esa veneración injustificada que denuncia Grijelmo hacia el inglés, el uso indiscriminado de palabras que pudiéramos considerar absolutamente innecesarias. Le pido a Zalabardo que echemos un vistazo a esos términos que inundan el mundo de la comunicación en nuestro país. Entonces encontramos que las redes sociales están llenas de influencers en lugar de influyentes; que muchos establecimientos anuncian take away en lugar de comida lista para llevar; que se nos alaba el buen trabajo de tal anchorman, o anchorwoman al señalar a un presentador o presentadora; que un pedido no nos lo llevará un repartidor, sino un rider; que las televisiones sitúan sus productos estrella en prime time, no en horario preferente o permiten ver una película en streaming en lugar de en emisión permanente (¡ay, como me acuerdo de aquellas sesiones continuas de los cines de antes!); que ya no se nos destripa el contenido de un libro, película o cualquier otra historia, sino que se nos hace un spoiler; que las publicaciones digitales son newsletters; que no tenemos una reunión tras el trabajo, sino que hacemos un afterwork; que no hay de éxito de ventas, sino block buster; que apenas nada es convencional o mayoritario, pues queda mejor que sea mainstream

            Aquí viene bien, le digo a Zalabardo, la reflexión de Grijelmo: habrá que dar tiempo y dejar tranquilo al idioma, que él se sabe defender bien solo. No lo atosiguemos poniéndonos intransigentes. Pero, al mismo tiempo, sigo diciéndole a mi amigo, podríamos aconsejar a esos veneradores del inglés, que pongan mayor cuidado con la lengua propia y no confundan siniestralidad con siniestro, analítica con análisis, problemática con problema o que no nos digan que en una determinada tarea han intervenido tres efectivos, ignorando que la palabra designa al conjunto de quienes integran una unidad militar o una plantilla de un determinado cuerpo, pero nunca a cada uno de sus miembros. Ese desconocimiento es más preocupante que el uso de un anglicismo de moda.

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