sábado, enero 16, 2021

DISTANCIA SOCIAL

 


            Me cuenta Zalabardo que, paseando por Muelle Uno, le vinieron unas imperiosas ganas de orinar. Mientras vaciaba su vejiga, vio que encima de algunos sanitarios habían pegado en la pared un cartel con este aviso: Hemos anulado este urinario para ayudarle a mantener la distancia social. A Zalabardo, me cuenta, le entró curiosidad por saber a quién le habrían entrado ganas de mear en aquel lugar y, por un momento, pensó si esperar o no para saberlo. Pero mi amigo, que es de otra época, abandonó el lugar en cuanto terminó, porque no se le han olvidado aquellos consejos de otros tiempos que instaban a saber cuál es el lugar de cada uno así como a saber guardar las distancias.

            Tuve que reírme porque mi amigo, que es despierto e inteligente, a veces peca de ingenuo. Y le hago ver cómo en el lenguaje se nos cuelan expresiones que no son incorrectas en su construcción, pero que pueden resultar inconvenientes en no pocos casos. Y le cito cuatro ejemplos: poner en valor, a día de hoy, nueva normalidad y guardar la distancia social.

            Las cuatro, cada una con su historia independiente y nada novedosas, saltan con fuerza a la palestra gracias al lenguaje de los políticos. Sabido es que el lenguaje cambia con el tiempo, muchas veces he repetido que eso no es invento mío, lo que no es criticable, salvo que el cambio sea para peor. También es sabido que el personal tiende a imitar el modo de hablar de aquellos a quienes considera dotados de una autoridad, moral, académica o del tipo que sea. Y, en el terreno de la política, bien demostrado está que basta con que el líder de un grupo o partido diga algo que tenga algún viso de novedad para que sus incondicionales —desde un ministro hasta el último de los concejales del más perdido pueblo— lo repita hasta la saciedad.

            Vamos con poner en valor. La expresión, le digo a Zalabardo es totalmente correcta y está en la línea de poner en práctica, poner en peligro, etc. Su significado es muy claro: ‘hacer que algo o alguien sea más apreciado, resaltando sus cualidades’. Equivalentes suyos son poner de relieve, valorar, reconocer, reivindicar… Pero lo que choca es que los rectores de cualquier municipio, o los impulsores de cualquier acto, para destacar una tradición local o la antigua torre de la iglesia, solo sepan usar poner en valor. Ahora que estamos saliendo del primer centenario de la muerte de Galdós y entrando en el séptimo de la de Dante, ¿es necesario que alguien venga a ponernos en valor sus obras?

            A día de hoy. También de significado claro: ‘Hasta este momento en que estamos hablando’. Pero sucede que la mayoría de los políticos, Zalabardo opina que todos, ante una pregunta que consideran incómoda, ¿a cuento de qué van a decir algo que podría dejar patente su ignorancia o restarles votos? Pues eso, se limitarán a decir que a día de hoy no hay nada decidido. No afirman ni niegan, aunque dejan la puerta abierta. Esa actitud no solo no solo muestra falta de transparencia, sino desconocimiento de que también existen formas como en estos momentos, en la actualidad, por el momento


            Los otros giros de los que hablo a Zalabardo, aparte de su empleo por los políticos, vienen avalados por los efectos de la pandemia que sufrimos. En los primeros tiempos, el presidente Sánchez nos auguraba que, si cumplíamos con fidelidad unos determinados consejos, pronto entraríamos en la nueva normalidad. Bastantes protestamos porque no queríamos eso, sino recuperar la normalidad perdida. La normalidad, o normal, es lo que consideramos ‘habitual u ordinario’. Está dentro de la normalidad que, en autovías, no podemos sobrepasar la velocidad de 120 km./h. Si las autoridades deciden que hay que rebajar esa velocidad a un máximo de 100 km./h., no cabe duda de que pasamos a una nueva normalidad, porque lo habitual u ordinario pasa a ser diferente. Luego una normalidad puede ser nueva. Pero, en el caso del que hablamos, el presidente debería haberse referido a la normalidad que antes disfrutábamos; aunque, a la vista de la situación, va a ser verdad que estamos abocados a una nueva normalidad, ya que tendremos que cambiar bastantes de nuestros hábitos.

            Y vamos a lo que indujo a Zalabardo a hacerme la pregunta. ¿Qué es eso de la distancia social? En este caso debo decir que sí se cae en error o confusión. Comencemos por aclarar conceptos: distancia, según el DLE, puede ser el ‘espacio o intervalo de lugar o de tiempo que media entre dos cosas o sucesos’ y, también, la ‘diferencia, desemejanza notable entre unas cosas y otras’. El primer significado remite a una cuestión física, que puede ser medida en metros. Por ejemplo, explico a Zalabardo, una distancia física apreciable me separa de Curro y Pepa Garrido, amigos, que viven en Lantejuela; y no digamos la que me separa de Algarra y Desamparados, que viven en Cataluña. Pero ese distanciamiento no afecta más que al espacio.



            El otro significado de distancia implica una diferencia de grado, un determinado aislamiento de una persona o colectivo en el cuerpo social. La Zagaleta, en Benahavís, recinto cercado, vigilado, con tiendas, bancos, club y campos de golf propios, es la urbanización más exclusiva y cara de Europa. Zalabardo sabe perfectamente que ni reuniendo el total de mi pensión de cuarenta años podría comprarme una casa allí; y, si pudiera, tendría que superar primero el veto que quienes allí moran pueden imponer a cualquier aspirante a residente. Eso es ejemplo claro de distancia social, de clase. Si quisiera entrar allí, un guardia lujosamente uniformado me diría: “¿Pero quién eres tú? ¿Sabes acaso quiénes viven aquí?” Porque hasta ese dato se mantiene reservado.

            Por eso, si ante el peligro de contagio por la pandemia una de las medidas preventivas es que no nos acerquemos demasiado a otras personas, lo que las autoridades deberían habernos aconsejado es guardar la distancia física, o interpersonal, o de seguridad. Lo paradójico del caso es que, en la traducción al inglés del rótulo citado, se dice security distance. La distancia social ya queda bien establecida si hacemos la comparación entre los habitantes del barrio de Salamanca y los de la Cañada Real, en Madrid, o entre los de La Zagaleta de Benahavís y el barrio de La Corta, en Málaga.

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