domingo, noviembre 21, 2021

EL ANÁLISIS COMO ANTÍDOTO

 


En la última novela de Garriga Vela, Horas muertas, uno de los personajes dice a otro (ambos son guionistas de series de televisión) que «no era aconsejable obligar al espectador a cavilar después de cada frase porque entonces la visión se obstruía y cambiaba de canal».

            Zalabardo y yo cada día huimos más de ese tipo de televisión en el que todo es vértigo, celeridad, chabacanería, predominio de una imagen, la que sea, que impacte aunque no diga nada; esa televisión atiborrada de ruido y confusión en la que se persigue hacer adictos a un programa antes que espectadores críticos, esa televisión que sitúa el burdo espectáculo por encima de la verdad esclarecedora.

            Nos ha surgido hablar de este tema porque leemos, no sin cierto estupor, que el Ministerio de Igualdad y la Delegación del Gobierno en Madrid, premian a dos profesionales de la televisión, Ana Isabel Peces y Carlota Corredera por su trabajo en una docuserie sobre los conflictos familiares de Rocío Carrasco. En principio, nada tengo que alegar contra la valía profesional de estas dos profesionales. Sin embargo, nos extraña mucho que se justifique el premio con el argumento de que es una «contribución a la concienciación ciudadana» sobre la situación de la mujer.

            Confieso que no he visto ninguna de las entregas de dicho programa, y creo que Zalabardo tampoco. Desde la misma promoción de la docuserie supe que no me interesaba porque estoy harto de tantas rociocarrascos, belenesesteban y compañía que venden en almoneda y sin ningún pudor todas sus vergüenzas y desvergüenzas, que de todo hay, como si en ello hubiese algún ejemplo digno de ser imitado por los espectadores.

            Por eso me valgo de la opinión de un analista de televisión, Sergio del Molino, que afirma que se ha premiado una producción que se presenta como documental sin serlo, que conculca cualquier principio deontológico con el único fin de aumentar la audiencia, que exhibe de forma descarnada una versión unilateral de la historia y opiniones y juicios sin contrastar, pues se omite la participación de personajes implicados sin darles la menor oportunidad de exponer sus puntos de vista y defenderse. En resumen, que no se premia una labor de análisis de una cuestión que debe preocupar a la sociedad, sino el morbo y la explotación comercial de un escándalo.

            ¿Y para qué queremos análisis que nos hagan perder audiencia? Es lo que sostiene Garriga Vela en su novela. Hablamos de un programa de televisión, le digo a Zalabardo, en el que no se concede al espectador ni tiempo ni ocasión para cavilar, pensar y decidir, un programa en el que no se fomenta la actitud crítica, analítica ante un problema, pues resulta más rentable ganar adictos necesitados de esa droga de la que no se pueden desenganchar. Si se les permitiera por un momento pensar en lo que están viendo, es posible que cambiaran de canal. Y eso va contra el negocio. Que el Gobierno de la Nación fomente todo lo que mire hacia la consecución de igualdad de derechos para las mujeres es objetivo loable; pero pensar que tal fin se consigue con programas de esta índole es desalentador.

 


           Hace un tiempo, mientras me trasladaba en coche, escuchaba en la radio una tertulia en torno a la influencia de los medios de comunicación y las redes sociales. Una participante cuyo nombre no recuerdo, sicóloga de profesión, mantenía que el gran mal de los medios de comunicación (y de las redes) actuales es la ausencia de análisis. La rapidez, la inmediatez, el vértigo informativo prevalecen sobre el sereno y necesario análisis que busque la verdad. Analizar supone examinar minuciosamente los detalles de algo para conocer todas sus características y estar así en condiciones de formular conclusiones. El análisis pide distinguir y separar las partes para poder conocer la composición de un todo. El análisis no es solo reflexionar, sino también debatir, contrastar nuestras ideas con las de los demás.

            Cuando falta el análisis, el riesgo es acabar aceptando como verdades formulaciones que no lo son, aceptar como bueno lo que otros nos presentan como tal, aceptar y ayudar a difundir juicios que carecen de base. No analizar es renunciar a nuestra capacidad crítica, es entregarnos a la verdad que nos venden otros. ¿Y para qué queremos la verdad si nos va bien con el mito?


            Me entero de que se acaba de publicar El Libro del Génesis liberado, una versión del primer libro de la Biblia desprovista de cualquier enfoque religioso y que se nos presenta solo como un relato literario propio de una sociedad primitiva y comparable en no pocos aspectos a la Ilíada o al Poema del Gilgamesh. Me alegro, porque defender de manera apasionada y tenaz creencias y opiniones sin preocuparnos por la base en que se sustentan conduce al fanatismo.

            Es una pena que, en la sociedad actual, en la política y en la religión, haya tantos fanáticos. Lo son porque su temor al análisis los hace defender con inquebrantable tenacidad creencias y opiniones que pudieran no participar de la verdad. Y lo mismo que existen individuos remisos a vacunarse contra la covid los hay que no quieren entender que el mejor antídoto contra el fanatismo es el análisis.

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