sábado, noviembre 13, 2021

SUPERSTICIONES

 


En el tiempo que vivimos, abundan, con mayor aquiescencia de lo deseable, los bulos, las noticias falsas, eso que ha dado en llamarse fake news, como si ese extraño nombre les diese el valor que no tienen. Garriga Vela, en su reciente novela Horas muertas, un personaje se burla de otro porque llama tándem a lo que es un equipo, o dice skyline por línea del cielo, flashback en lugar de salto atrás, o jet lag por desfase horario.

            No es mi intención ahora, aclaro a Zalabardo hablar de la moda de los anglicismos, que pueden ser necesarios en algunos casos. Mi interés se centra en cómo buscamos una explicación mágica, esotérica, a aquello para lo que no disponemos de una razón que lo justifique. Feijoo, aquel fraile del XVIII de mente tan lúcida y sobre el que hizo falta que un rey declarara ser admirador suyo para que la Inquisición lo dejara en paz, dijo: «para defender opiniones falsas, se alegan experiencias u observaciones comunes que no existen ni existieron jamás sino en la imaginación del vulgo».

 


           Le digo a mi amigo que esta reflexión me nace al ver que algunas definiciones que la Real Academia ampara en su Diccionario de la Lengua Española nos hacen pensar en la contradicción que encierran. Por ejemplo, buscando superstición me encuentro: «creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón». Intento explicar a Zalabardo que eso de que la superstición es lo que no se ajusta a la fe religiosa ya lo dijo hace muchos siglos Cicerón. Más acertada me parece la definición de Séneca, que afirmaba que la es superstición es un error insensato.

            Ya en su origen, superstición, de superstito, es lo que sobrevive, lo que permanece y se sostiene sin necesidad de fundamento racional. Por eso, para validarla es preciso acudir a una base mágica o apartada de lo que Feijoo llamaba «demostraciones matemáticas o metafísicas». La fe religiosa, debemos aceptarlo no se sostiene mediante la razón, sino mediante otros medios. Ya san Agustín decía, más o menos, que la fe es creer lo que no vemos, actitud que será recompensada con ver algún día aquello que creemos. El óbolo de Caronte, entre los antiguos griegos y romanos representa una idea semejante: nada me demuestra que esto sea así, pero el solo hecho de creerlo me premiará con que ocurra tal como lo creo. Eso no es sino una superstición, algo con lo que, sin que tengamos prueba de ello, esperamos librarnos de un mal o atraer un bien.

 


           Las supersticiones no se dan, claro está, solo en el ámbito de lo religioso, sino en todas las facetas de la vida. Por ejemplo, son supersticiones creer que un día de la semana, o un número van a tener consecuencias inesperadas sobre nosotros. Aconsejo a Zalabardo que lea dos breves textos de Feijoo, hoy me estoy valiendo de él casi de manera exclusiva, muy interesantes y que ayudan a comprender lo que digo; son los titulados Días aciagos uno y Observaciones comunes el otro.

            Nada sustenta la superstición, sino la ignorancia, aunque a casi todas se les pueda aplicar un origen que varía de una cultura a otra. Así, la mala fama del número 13 tiene tres explicaciones: para unos, surge de la leyenda nórdica que cuenta cómo en el Valhalla se reunieron doce dioses a los que más tarde se unió un decimotercero, Loki, que sería causante de la muerte de Balder, dios de la luz y la paz; otros hablan de la última cena entre Jesucristo y sus apóstoles, sumaban trece, y ya sabemos cómo acabó aquello; y, por fin, otros defienden que fue un día 13 cuando el papa Clemente V disolvió la orden de los templarios, hizo arrestar a sus miembros y los condenó a muerte. En cualquier caso, al 13 se unen otros números nefastos: el 4 para los chinos, el 9 para los japoneses, el 17 en Italia, el 39 en Afganistán… Y, claro, para todos tienen una explicación las creencias populares.

 


           ¿Trae en verdad mala suerte derramar la sal? No, pero el hecho de que en un tiempo la sal fuese considerada un producto tan valioso que se distribuía a los legionarios romanos como parte de su paga (la palabra salario procede de ahí)  alimenta la idea de que derramarla sea un derroche que debe evitarse. Los celtas creían que los conejos, por vivir bajo tierra, estaban en contacto directo con los dioses; conclusión, tener una pata de conejo trae buena suerte. Y los griegos no brindaban con agua porque temían que eso atrajese a la muerte, ya que las almas de los muertos vagaban por el río Leteo.

            Ninguna de esas creencias tiene un sustento lógico, racional, demostrable. Como no los tienen los muchos ritos que se practican en diferentes culturas y religiones: las sutras budistas para ahuyentar los espíritus, la catrina mexicana con que se supera el temor a la muerte, el baño en el río Ganges de los hindúes, la copa que se rompe en las bodas judías en recuerdo de la destrucción del Templo…, no son más que eso, ritos de participación de marcado carácter mágico.

            Sirva de ejemplo de cuanto digo este rezo, conjuro o canción recogido por mi paisano Francisco Rodríguez Marín y que encuentro en el artículo Religiosidad popular y superstición, cuyo autor es Antonio Lorenzo Vélez:

A la puerta del cielo Polonia estaba

y la Virgen María allí pasaba:

—Polonia, ¿qué haces?, ¿duermes o velas?

—Señora mía, ni duermo ni velo,

que de un dolor de muelas me estoy muriendo.

—Por la estrella de Venus y el Sol poniente,

por el Santísimo Sacramento que tuve en mi vientre:

¡que no te duela más ni muela ni diente!

No hay comentarios: