sábado, febrero 12, 2022

JODER(SE) LA MARRANA Y NO COMERSE UNA ROSCA

 


A veces dudo si las palabras dicen lo que dicen, lo que imaginamos que dicen o lo que queremos que digan. También dudo, se lo confieso a Zalabardo si es cierto que las palabras dan forma a nuestro pensamiento o es este, de forma premeditada les altera el significado para que se ajusten a lo que deseamos transmitir. Por qué, si no, las encasillamos y las clasificamos ―¿según qué criterios?― como cultas, coloquiales, vulgares o, incluso, malsonantes; o por qué ponemos de moda a unas mientras condenamos a otras al desuso, como hacemos con la ropa que ya no nos gusta. O lo que es igual, las despojamos de su valor objetivo para destacar mejor la subjetividad del hablante. Esto que digo de las palabras vale para las frases, como deseo que veamos en los ejemplos que escojo para hoy: joder(se) la marrana y no comerse una rosca.

            Son dos frases en la que todos apreciamos un matiz claramente sexual. El objetivo que me propongo es mostrar que ese significado sexual es añadido y carecían de él en sus comienzos. Creo que importa decir que, en la primera de las frases, la forma más correcta es joder(se) la marrana. O que las dos tiene tras de sí historias ―¿curiosas?―que permiten entender cómo, mediante un proceso metafórico, palabras o expresiones que significan A pueden llegar a significar también B. Es un proceso que requiere años para asentarse, lo que posibilita que el hablante común acabe perdiendo la noción de los significados iniciales.

            Comencemos por analizar el origen del verbo joder. La marca el DEL como palabra malsonante que significa ‘practicar el coito’. Pero, a continuación, dice que significa también ‘molestar, fastidiar, aguantarse, estropear…’ Significados muy alejados. Le asigna como etimología el latín futuere, ‘tener relación carnal con una mujer’, por lo que se puede incluir en la misma familia de follar, ‘soplar con un fuelle’ y ‘practicar el coito’. Se me ocurre preguntarle a Zalabardo qué convierte a joder y follar en palabras menos dignas que fornicar o copular, si ninguna de las dos significaba en sus orígenes ese contacto sexual. El futuere latino (y probablemente el fuck del inglés) nace de la raíz sánscrita bath-, ‘batir, golpear’, de donde proceden, también, batida, bate, batuta, batería, debatir, rebatir… La connotación sexual es fácilmente imaginable. Pocas veces creo que se haya mencionado la posibilidad de que sea uno de los abundantes andalucismos que encontramos en el castellano. La -t- intervocálica latina se sonorizó en -d- y la f- inicial se aspiró, primero, para perderse después. Así debió nacer hoder. Sin embargo, esta aspiración se mantuvo, e incluso se intensificó, en andaluz, los que explica ferrum > hierro > jierro; fondu > hondo > jondo; follica > huelga > juerga, etc. En esa línea hay que entender futuere > hoder > joder.


            Pero no perdamos el hilo de lo que busco en este apunte de la Agenda. Primero, en joder(se) la marrana, forma correcta según he dicho antes, joder no tiene nada que ver con la sexualidad sino con el primigenio significado de golpear y, por ello, dañar, estropear, echarse algo a perder. Del mismo modo, marrana no alude a la hembra del marrano, sino que es el nombre popular que se da al eje de la noria a causa de que, al girar la rueda, inicialmente de madera, el eje chirriaba y producía un sonido semejante a los gruñidos de un cerdo. Si algo obstaculizaba el movimiento de la noria (por ejemplo, introduciendo una barra entre los palos de la rueda) el eje, la marrana, sufría y hasta podía romperse. Es decir, se jodía la marrana. Por eso con esa expresión señalamos la causa de que algo nos haya salido mal.

            ¿Y qué tiene que ver esto, pregunta Zalabardo, con no comerse una rosca? Le digo a mi amigo que bastante. Nos dice el DLE que no comerse una rosca es ‘no tener éxito o no conseguir lo que se pretende, especialmente en asuntos amorosos’. No pocos hablantes interpretan que quien no se come una rosca es quien no folla, por seguir con términos que se consideran vulgares o malsonantes. Pero también en este caso el significado sexual de la expresión es un añadido posterior y el principal o más genuino es ‘fracasar en lo que se pretende’. Veamos por qué.

 


           Ignoro la razón, le aclaro a Zalabardo, de que muchas festividades religiosas estén íntimamente relacionadas con la gastronomía: los mantecados y turrones navideños, las torrijas de Semana Santa… Y abundan los santos cuya festividad va íntimamente ligada con roscas de pan o con rosquillas. San Blas, en múltiples poblaciones; san Isidro en tierras madrileñas o, por no seguir, en Santo Ángel en la granadina Zújar. Sobre las rosquillas de san Isidro y, sobre todo, sobre las de la tía Javiera, las más solicitadas, escribieron Benavente, Benito Vicente Garcés, Ramón Gómez de la Serna o Federico Chueca.

            Pero vamos a lo que interesa. Hubo un tiempo en que estas roscas y rosquillas, y más si estaban bendecidas por el santo, eran la excusa para intentar un acercamiento sentimental entre jóvenes de uno y otro sexo. El mozo, o la moza, ofrecía una rosca a la persona con quien deseaba intimar. Aceptar y comer la rosca era prueba de que se aceptaba la propuesta. Rechazarla suponía, es lógico, lo contrario. Algunos jóvenes regresaban de la romería o la fiesta cariacontecidos porque nadie les había hecho propuesta alguna; es decir, volvían sin haberse comido una rosca.

            Sé que hay otras explicaciones sobre el origen de la expresión. Pero, le digo a mi amigo, hoy nos podemos quedar con esta.

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