sábado, marzo 05, 2022

HACE QUINIENTOS AÑOS


Va a cumplirse el próximo verano el quinto centenario de la muerte de Antonio de Nebrija. Gramático, latinista, espíritu representativo del renacimiento, Nebrija, andaluz insigne, es para muchos solo el autor de la primera gramática de nuestra lengua. Pero su figura sobrepasa ese mérito, ya de por sí grande, pues de su pluma salieron otras muchas obras de las que no se habla tanto. Por ejemplo, una pequeñita en extensión, pero de hondo contenido, titulada Apología.

            Comento con Zalabardo un episodio de la vida de Nebrija del que no se ha hablado tanto y que hoy, después de quinientos años de su muerte, creo que cobra un valor significativo, pues muestra las cotas incomprensibles a que puede llegar el fanatismo.

            La Iglesia venía manteniendo un texto, la Vulgata, versión latina redactada por San Jerónimo, en el siglo IV valiéndose de las innumerables versiones que circulaban de la Biblia. El Concilio de Trento le otorgó rango de versión canónica y única válida en el campo del catolicismo. Sin embargo, el Cardenal Cisneros, confesor de Isabel la Católica, concibió la idea, en 1502, de realizar una nueva versión limpia de errores, más fiel a las fuentes originales. El resultado sería la Biblia Políglota Complutense. Cisneros reunió en Alcalá a numerosos especialistas y fue precisamente Antonio de Nebrija el encargado de la revisión de la Vulgata.

            Aquí es donde entró en escena la Santa Inquisición con la intención de separar a Nebrija de ese proyecto esgrimiendo el argumento de que tal tarea correspondía a teólogos y no a gramáticos. Lo que posiblemente libró a Nebrija de las celdas inquisitoriales fue el hecho de que Diego de Deza dejase de ser Inquisidor General y su puesto lo ocupase el mismísimo Cardenal Cisneros.

            Así, en 1507, Antonio de Nebrija escribió, dedicada a Cisneros, una obrita fundamental, la Apología, alegato en favor de que la revisión de textos antiguos, por encima de la materia que traten, pertenece a los filólogos y no a quienes desconocen las lenguas en que el texto que se revisa fue escrito. Nebrija reconocía no ser teólogo y defendía que, como gramático, solo buscaba extraer de los textos bíblicos la verdad, sin entrar en disquisiciones teológicas ni en discusiones sobre los principios de la fe.

            ¿Qué es lo que, entonces, molestó de Nebrija e hizo que se vertieran contra él acusaciones de herejía? Según el propio Nebrija, la ignorancia de los mismos exégetas de la Biblia. La Vulgata era un texto escrito en latín, fundamentado en muchas versiones anteriores, no todas fiables. Sin embargo, los libros del Antiguo Testamento habían sido escritos en hebreo, y algunos en arameo, y los del Nuevo Testamento, en griego. A esas lenguas, que aquellos teólogos que lo atacaban desconocían, era a las que había que acudir.

            Lo que Nebrija ponía de manifiesto en su Apología era el fanatismo de quienes, sin reconocer su ignorancia, acusaban al filólogo por tomar los originales hebreos y griegos como material para aquella versión revisada. Su ataque a estos teólogos que lo denunciaron ante la Inquisición es muy duro. Ya en las primeras líneas se lee más o menos esto: Un ignorante puede excusarse alegando en su favor su propia ignorancia, de la que tal vez podría no ser del todo culpable. Pero hay ignorantes que, conscientes de serlo, no solo no solo no se preocupan de esa ignorancia ni de las equivocaciones en que puedan incurrir, sino que reaccionan condenando a quienes sí están en el camino recto.

            Le digo a mi amigo que esa es la raíz de la que parten todos los censores que en el mundo han existido. No aceptan poder estar equivocados y emplean cuantos medios estén a su alcance para acallar las voces discordantes sin que les importe el daño que infligen. La censura, cualquier censura, pretende anular el derecho a la libertad de opinión y el derecho a poder expresar esa opinión. La historia está llena censores que han perseguido con saña cualquier opinión que no coincida con la suya.

            Hoy, quinientos años después, asistimos a un triste episodio que nada tiene que ver con la Biblia o con Nebrija, pero sí con esas ansias de persistir en el error pese a sus graves consecuencias. Un dictador ruso, Vladímir Putin, no es exactamente un ignorante; es un megalómano que, llevado por su locura imperialista, invade un país más pequeño y más débil, Ucrania, con la excusa de que supone un peligro para él. Tiene en su contra la opinión de todo el mundo, pero dispone de un arsenal nuclear que pone en riesgo grave a toda la humanidad.


            Vladímir Putin
sabe que está equivocado, pero cierra las puertas a quienes quieren hacérselo ver. Actúa como aquellos teólogos fanáticos de la Inquisición. Además, la misma insania por la que masacra al pueblo ucranio, la vuelve contra el propio pueblo ruso al imponer una feroz censura que silencia cualquier medio de comunicación, sea prensa, radio o televisión, que se atreva a criticar su salvaje comportamiento y obliga a que solo se difundan sobre la agresión las versiones dictadas por el Kremlin. Del mismo modo, bloquea el acceso a Facebook, Twitter y a medios de información extranjeros en todo el país con el objetivo de que la verdad sea ocultada.

            Hace quinientos años, Nebrija tuvo la suerte de que alguien apartara de su cargo al fanático Diego de Deza. Le digo a Zalabardo que no sé si nosotros contaremos con quien aparte del suyo a este otro fanático, loco y con un poder destructor inmenso en sus manos, que no solo atenta contra un hombre o contra un pequeño país, sino contra toda la humanidad.

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