sábado, marzo 19, 2022

PEPE, PACO Y OTROS HIPOCORÍSTICOS

 


Que tengamos nombres poco comunes supone para Zalabardo y para mí alguna ventaja y algún inconveniente. El inconveniente es que difícilmente pasaremos desapercibidos y no será fácil que nos confundan; la ventaja, que si alguna voz grita nuestro nombre en un lugar concurrido, tendremos la plena seguridad de que es a nosotros a quien reclaman. Si en calle Larios se oye ¡Pepe…!, habrá un número no menor de diez personas que vuelvan la cabeza. A nosotros, eso es algo que nunca nos ocurrirá, pues difícilmente coincidiremos dos seres de idéntico nombre en ese lugar.

            Le comento este detalle a Zalabardo con la intención de explicarle a mi amigo qué hace que Pepe y José sean el mismo nombre. Y, del mismo modo, hacerle ver que lo que une a Pepe con Fran, Luchi, Mabel, Lola, Nando y otros muchos es que, entre los antropónimos, los nombres de personas, estos que digo constituyen un grupo especial, el de los llamados hipocorísticos. Derivado del verbo griego Hypocoristomai, ‘hablar acariciando’, los hipocorísticos son diminutivos o deformaciones de los nombres propios que aplicamos en el ámbito familiar o como apelativos cariñosos. Sito, Luismi, Mari, Quico… y los citados anteriormente caben dentro de este grupo. La mexicana Margarita Espinosa Meneses, autora de un interesante artículo, De Alfonso a Poncho y de Esperanza a Lancha: los hipocorísticos, dice que en estos nombres confluyen dos rasgos: el primero, ser formas derivadas del nombre de pila al que añaden un sentido afectivo; y el segundo, que se ajustan al principio lingüístico de economía, ya que, con escasas excepciones, casi todos ellos nacen de un acortamiento.

             Los recursos para construir un hipocorístico, casi siempre de naturaleza fonética, son numerosos y no siempre es posible encontrar la razón del proceso seguido. Por otra parte, podríamos afirmar que todos los nombres propios admiten al menos un hipocorístico. Nada impide que a alguien llamado Sisebuto se lo conozca como Buti, por buscar un único ejemplo.

 


           El acortamiento puede producirse por apócope (pérdida de sonidos finales), como sucede con Fede, Vero y Yola (Federico, Verónica y Yolanda); por aféresis (pérdida de sonidos iniciales), como en Veva o Nando (Genoveva y Fernando) o por síncopa (pérdida de sonidos interiores), como en Deli y Meni (Adelina y Doménico). En algunos nombres cabe emplear tanto la apócope como aféresis (Zala y Bardo) y aun en otros es posible añadir la forma creada mediante síncopa (Anastas, Nastas, Tasio).

            Pero no queda ahí la cosa. Otros métodos frecuentes presentan casos de palatalización, como sucede en Chabel, Chava o Toño (Isabel, Salvador y Antonio), de asimilación: Loles y Lola (Dolores), de préstamos: Miki o Richar (Miguel y Ricardo), de unión de dos palabras: Mabel (María Isabel) y, por último, de imitación del lenguaje infantil: Goyo, Mamen, Quique (Gregorio, Carmen y Enrique).

            Por lo general, los hipocorísticos nos permiten reconocer fácilmente el nombre propio del que se derivan, aunque algunos ofrezcan una mayor dificultad. Por ejemplo, Yeyo lo es de Aurelio y Meluchi lo es de Carmen. Alguno, como Perico, de Pedro, pide remontarse a la forma antigua del nombre, Pero. Y otros requieren una explicación más extensa y no siempre suficiente, lo que hace que haya quien se aventure a aportar etimologías populares que no son válidas. Esto último es lo que ocurre con Pepe y con Paco.

 


           Vamos con Pepe, ya que hoy es su fiesta. Circula por ahí una aventurada tesis de la que hay que olvidarse. Dicen algunos que Pepe es José porque, en un tiempo, era costumbre colocar al pie de las imágenes que lo representaba la inscripción Sanctus Josephus, P. P. Christhi, en la que esas abreviaturas querían decir pater putativus, es decir, ‘padre supuesto’. Esta explicación, le digo a Zalabardo es poco defendible. Aunque no hay prueba concluyente en contra ni a favor, lo más probable es que Pepe nos venga del italiano Giuseppe, que con bastante frecuencia aparece como Beppe y Peppe; no debe extrañar, pues, que nos haya entrado por ahí.

            Y algo semejante ocurre con Paco, hipocorístico de Francisco. Este nombre viene del italiano Francesco, ‘el francés’. Cómo se convierte en Paco nos llega por varias fuentes; de las dos primeras, ninguna es digna de crédito. En una se dice que san Francisco era PAter COmmunitas, padre de su comunidad; y por eso, Paco. La otra es aún más extravagante: sostiene que Paco es el acrónimo de Poverello d’Assisi, Casto e Obbediente. Más creíble es, en este caso, es esta tercera: aceptar un origen procedente del habla infantil. Francesco bien podría haber dado Panchesco que, por síncopa, acabó en Paco. O sea, como Mamen para Carmen o Yeyo para Aurelio.

No hay comentarios: